Atraco (im)perfecto

 ATRACO, PALIZA Y MUERTE EN AGBANÄSPACH

Como decía aquella serie mítica, The Twilight Zone, prepárense para abrir su mente. Y no ya porque estemos ante una obra de teatro, sino porque en en Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, la nueva locura espídica de Nao Albet y Marcel Borràs, el dúo de creadores catalanes retuerce de forma desquiciante y lleva hasta el límite de la realidad la idea del arte y la representación, de la realidad enfrentada a la ficción, y del papel del teatro en la vida. Si les suena profundo y cargante, nada más lejos de la realidad. Y si buscan una sesión de teatro de ideas, olvídense. Prepárense para adentrarse en un atraco que firmaría Guy Ritchie y un humor no apto para oídos estirados. Carguen sus recortadas, vigilen sus bolsillos, pónganse las máscaras de ex presidentes, animales exóticos o la versión que les plazca y vamos allá.

Como ya hacían en la soberbia Mammon, que pasó antes por Madrid a pesar de ser posterior (esta “nueva” propuesta tiene en realidad diez años), en Atrasco, paliza y muerte… Albet y Borràs juegan al teatro dentro del teatro.  En aquella, ejercían de versiones imaginarias de sí mismos que trataban de montar una producción megalómana con dinero de grandes teatros europeos y aquello les acababa llevando a un viaje lisérgico a Las Vegas. En esta ocasión, vuelven a encarnar a un par de creadores ficticios. Esta vez son dos niños prodigio del teatro underground de Brooklyn que han recibido un encargo del magnate ruso Boris Kaczynski: montar una obra de teatro descaradamente comercial sobre un atraco a un banco. Pero ellos aspiran a algo más. Entrará así en escena una diva de la escena performática alternativa, Maria Kapravof, para la que el arte debe no imitar a la vida, sino ser la vida misma. Una artista que se automutila, que recuerda peligrosamente a alguna que otra real y que sueña con llevar la creación artística un paso más allá. Ya pueden imaginarse…

Entrará en escena una diva de la escena performática alternativa, Maria Kapravof, para la que el arte debe no imitar a la vida, sino ser la vida misma. Una artista que se automutila y recuerda a alguna que otra real

Borràs y Albet vuelven a contar con Irene Escolar, y si en Mammon la actriz aportaba un personaje fresco y algún momento memorable, aquí se lleva el gato al agua con una creación para enmarcar: la diva rusa del reproductivismo. Qué trabajo el suyo. También, de nuevo, el dúo protagonista demuestra que se mueve como pez en el agua en su propio teatro, con una pareja de descerebrados algo tirados, algo pasados y divertidos a rabiar.

Junto al trío protagonista hay un plantel de buenos intérpretes entregados a los códigos de desenfreno propuestos: un sólido Carlos Blanco ejerciendo de personificación del drama de las hipotecas, la actriz y soprano Alina Furman como limpiadora con sorpresa, una macarrísima Eva Llorach (la actriz que levantó un Goya por Quién te cantará), que igual da vida a una atracadora que a una directora de sucursal bancaria (¿casualidad?), y Francesca Piñón y Vito Sanz completando otros papeles de la esta locura cinematografico-dramatúrgica.

Aunque es tan divertida y desquiciada, tan desinhibida como ‘Mammon’, y tan volcada como aquella en entretener, en ‘Mammon’ había una claridad narrativa que aquí se torna en laberinto

¿Estamos entonces ante el “atraco” perfecto? Ni de lejos. Aunque es tan divertida y desquiciada, tan desinhibida como Mammon, tan poco preocupada por la profundidad, la trascendencia o el mensaje, y tan volcada como aquella en entretener, en Mammon había una claridad narrativa que aquí se torna en laberinto. El juego de realidades y ficciones, de capas de teatro dentro del teatro, hace que en más de un momento el espectador se sienta atrapado y engañado, como un ratón en un laberinto en el que se le promete una puerta solo para conducirle a otro momento de confusión.

Si el arranque del montaje es redondo -esa metaescena que tanto le debe a los Pumpkin y Honey Bunny de Pulp Fiction– y se entiende el juego entre las criaturas y los demiurgos, poco a poco Albet y Borràs van añadiendo capas, que en ocasiones se superponen y cuyos límites no quedan claros. Por momentos, el espectador no sabe si está en el atraco imaginado o en el real, si asiste a la vida de los personajes que han de protagonizar la escena o a la de los dramaturgos que la crean en sus cabezas. En definitiva, y en un rasgo de descontrol dramatúrgico o de pura genialidad, no es fácil saber si cuando al final se asiste a una escena en la que se reescribe la obra y la realidad alterando los hechos sobre la marcha, los directores quieren proponer una interesante reflexión sobre la existencia misma, en la que todos podemos ser entidades de una ficción escrita por otro… O si directamente han enloquecido y no sabían cómo darle carpetazo a la divertida subversión que habían construido hasta ese momento.

‘Atraco, paliza y muerte…’ es teatro soberbio en su construcción formal, moderno, vivo y envolvente, con una escenografía llamativa, un potente uso del vídeo y una soberbia caracterización y vestuario

Hecha esta salvedad, hay que decir que Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach es teatro soberbio en su construcción formal, moderno, vivo y envolvente, con una escenografía llamativa, un potente uso del vídeo y una soberbia caracterización y vestuario, que firma Paula Ventura.

El teatro de Albet y Borràs es generacional: cuando atruena finalmente el Brianstorm de Arctic Monkeys el teatro se viene abajo con una descarga audiovisual, mientras asistimos a la escena final de un atraco que es una declaración de principios, o eso parece, de dos enamorados del cine trash, las pelis de acción ochenta-noventeras y el rock n’roll. Y todo, si tienes cierta edad -un abanico determinado, no entremos en cuál-, te hace sonreír en la butaca y pasar un gran rato. Un atraco (im)perfecto con final feliz. Al menos para el espectador.


Autores: Nao Albet y Marcel Borràs. Directores: Nao Albet y Marcelo Borràs. Intérpretes: Nao Albet, Carlos Blanco, Marcel Borràs, Irene Escolar, Alina Furman, Eva Llorach, Francesca Piñón y Vito Sanz. Escenografía: José Novoa. Iluminación: CUBE.BZ (María de la Cámara y Gabriel Paré). Vestuario: Paula Ventura. Vídeos y subtítulos: Oslo Albet. Espacio sonoro: Roc Mateu. Teatro María Guerrero. Madrid.

 

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