El imperio de los sentidos

DRALION

¿Creen en las leyendas? ¿Cómo que no? Ya va siendo entonces hora de que crezcan, de que se dejen a arrastrar a ese país-de-nunca-jamás donde a los niños grandes también nos dejan pasar y en el que las boas se tragan a los elefantes hasta parecer sombreros, a un lugar onírico y único. Cierren los ojos, imaginen que viajan y vuelvan a abrirlos. Ya estamos: bienvenidos a Dralion. Están ustedes en el Circo. Y lo pongo con mayúsculas porque éste no es uno cualquiera. Es el Circo del Sol, y eso significa muchas cosas: espectáculo asegurado, números imposibles, acrobacias, locuras, pero también teatro, música, belleza, poesía y marketing.

Este es el circo del Siglo XXI: entiende el valor de la puesta en escena, de la belleza visual, del color, del maquillaje, del vestuario, más allá de las típicas mallas plateadas y el aro de fuego

El circo visita cada año ciudades en los cinco continentes con su repertorio. Aquí estuvieron el año pasado con Quidam, y antes con Saltimbanco y Alegría. Y allí donde va se convierte en un fenómeno mediático. El secreto del Cirque du Soleil es que ha sabido dejar atrás esa imagen de tigres famélicos, mujeres barbudas y payasos tristes que ha llevado a la ruina a muchas compañías. Los gustos cambian y las carpas levantadas de la noche a la mañana que antes eran la única atracción en muchos meses para tantos pueblos y ciudades han sido sustituidos por la televisión y los videojuegos. Este es el circo del Siglo XXI: entiende el valor de la puesta en escena, de la belleza visual, del color, del maquillaje, del vestuario, más allá de las típicas mallas plateadas y el aro de fuego. Es un espectáculo que busca no ya el “más difícil todavía” (aunque se vean cosas increíbles) sino el “más hermoso todavía”.

Por eso, ayer, en el estreno de esta nueva producción en Madrid, no había ni un asiento vacío- Por eso el silencio fue total cuando los focos apuntaron a la primera equilibrista, una asombrosa joven oriental. Por eso la gente aplaudía a rabiar cada número, como si fueran sueños, burbujas de irrealidad en las que adentrarse para flotar por encima de la ciudad.

Los diversos miembros de esta “tribu del Sol” tomaron lo mejor de Oriente para hacerlo suyo. Porque eso es Dralion: el dragón, la esencia de Asia, y el león símbolo de Occidente

Como sacerdotes oficiando, los diversos miembros de esta “tribu del Sol” tomaron lo mejor de Oriente para hacerlo suyo. Porque eso es Dralion: el dragón, la esencia de Asia, y el león símbolo de Occidente, mezclados en un título que transporta al espectador a un imperio de los sentidos.

Acróbatas que dan vueltas y vueltas a sombrillas con los pies, ‘draliones’ (dragones de tela con artistas dentro) que andan sobre enormes bolas nacaradas, equilibristas que aguantan varios minutos sobre una mano mientras su cuerpo se dobla a uno y otro lado, torres humanas, zancudos, malabaristas de ciencia ficción que hacen bailar hasta siete bolas a la vez, contorsionistas que se cuelgan del vacío… y payados (tres, en concreto, de la mejor escuela italiana). El ejército de lo imposible desfila ante los espectadores, y los ojos del respetable se vuelven tan grandes que se diría que han sido transformados en personajes de un manga japonés. Como le ocurría a Merlín en el filme de John Boorman Excalibur, el público queda hechizado por el aliento del dragón. Quien esto firma, el primero. Al salir al frío de la noche, el hechizo de deshace y me encuentro de nuevo en el planeta Tierra preguntándome: ¿cuándo vuelve el circo a la ciudad?


Director: Guy Caron. Creador: Guy Laliberté. Escenografía: Stéphane Roy. Diseño de luces: L. Lafortune. Coreografías: J. Lachance. Casa de Campo (Antigua Ciudad de los Niños). Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Mayo 2008).

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