La muerte y la doncella

MÚSICA Y MAL

En otro espectáculo que estos días habita la cartelera madrileña, Hannah Arendt se pregunta, desde su texto más famoso, Eichmann en Jerusalén, por la banalidad del mal. Arendt hablaba en su concepto más conocido de la obediencia debida y la burocratización de la masacre como algo procedimental: el verdugo respondió ante el tribunal por sus crímenes sin atisbo de remordimiento. Tenía que hacerlo, vino a decir, porque era su trabajo y por un imperativo moral de obediencia. Algo de banalidad, aunque entendida de otra forma, la banalidad del arte desprovisto de ética, hay en Música y mal, un espectáculo poético-musical-documental en el que la dramaturga, directora y actriz Lola Blasco hace honor al título (aunque con matices) y recorre esa relación, ese vínculo histórico entre la maldad y la belleza de la música clásica.

El repaso de Blasco recoge episodios y hechos archiconocidos, como el antisemitismo de Wagner, cuyas óperas, junto a las teorías de Nietzsche, serían decisivas en dar forma al ideario supremacista y desquiciado de Hitler. Y, por tanto, al horror del Holocausto. Estructurado por episodios, se detiene en Richard Strauss: “¡Gracias a Dios, por fin un canciller del Reich que se interesa por el arte!”, dijo el compositor de Así habló Zaratustra, y mantuvo su admiración por este incluso cuando su familia sufrió las consecuencias (su suegra y unos cuantos familiares más acabaron en la cámara de gas). El viaje pasa por Schubert, Schumann, Webern y Debussy, en algunos casos para ilustrar anécdotas no protagonizadas tanto por los compositores sino por intérpretes de sus obras en mitad del horror. Y termina en Messiaen, cuyo Cuarteto para el fin de los tiempos fue estrenado en el infierno mismo: durante la reclusión del compositor en el campo de concentración de Görlitz.

Blasco recoge episodios y hechos archiconocidos, como el antisemitismo de Wagner, cuyas óperas, junto a las teorías de Nietzsche, serían decisivas en dar forma al ideario supremacista y desquiciado de Hitler

El formato es teatral-musical: Blasco lleva la batuta como actriz en este este oratorio ensayístico con algo de dramatización y acompañada de Alexis Delgado Búrdalo al piano. Es una apuesta sencilla, como el texto. Este último es directo y con algún momento de recreación poética, aunque en gran medida apuesta por la indagación histórica. Podría ser un podcast o un documental. La puesta en escena funciona en su sencillez: además del piano, que acompaña -no vertebra, esa responsabilidad es aquí del texto-, Blasco se sirve de un panel con imágenes fijas de los protagonistas de las historias que va contando. Una linterna, un sofá y un pequeño monitor en el que proyecta alguna imagen son todo lo que ofrece escénicamente este trabajo casi “de cámara”.

En cualquier caso, funciona, se ve con interés y, sin ser revolucionario ni memorable, entrega lo esperado: un espectáculo sensible y estimulante intelectualmente, en el que se aprenden algunas curiosidades sobre ese viejo dilema de la relación entre ética y estética. Porque al final, la historia de la música y el mal es también el debate eterno entre la obra y el artista. ¿Debemos dar de lado las pinturas de Ribera porque fuera un malnacido que extorsionaba y agredía a sus rivales? ¿Tiramos a la basura el repertorio del genial rey del pop Michael Jackson por sus tendencias sexuales con menores? ¿Qué hacemos con Sid Vicious, con Ted Hughes? O, más recientemente y en un debate muy actual, ¿debemos condenar al ostracismo cultural y social a Plácido Domingo o a Woody Allen por las acusaciones que pesan sobre ellos (incluso si se probaran ciertas, que ese es otro debate)?

Blasco lleva la batuta como actriz en este oratorio ensayístico con algo de dramatización y acompañada de Alexis Delgado Búrdalo al piano. La puesta en escena funciona en su sencillez

Me interesan especialmente las reflexiones del comienzo del espectáculo de Blasco, cuando confiesa su melomanía y cómo algunos autores la conmueven en esas noches de necesidad espiritual pese a todo lo que sabemos de ellos. Sí, las ideas de Wagner pueden espantarnos, pero sería un error -y una hipocresía- negar que su música nos sigue haciendo vibrar. Quien no esté dispuesto por rechazo ético a emocionarse con Tristán e Isolda, la pieza elegida por Blasco, o con la obertura de Tannhäuser, por citar otro momento sublime, se estará perdiendo en el magma pastoso y absurdo de la ira y la vindicación. La historia pone a cada cual en su sitio: ya lo ha hecho con los compositores racistas. Pero también lo hará con la cultura de la cancelación de estos tiempos revisionistas.

Un apunte final a este, en gran medida, interesante y acertado montaje: al margen de lo que cuenta, me llama la atención lo que omite. Decía en el primer párrafo que este viaje a través de la historia hace honor a su título pero con matices porque, al cabo, el repaso de Blasco es casi el de la relación entre nazismo y música clásica, que da mucho de sí, sin duda. Pero a la autora parece no interesarle demasiado la relación profunda entre música y mal en otras épocas, tiranías, satrapías e ideologías varias.

Más allá de la historia del compositor Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa y cruel marido de María de Ávalos, a quien asesinó tras sorprenderla in fraganti con su amante, poco se ocupa el montaje de otras melomanías enfermizas o maldades musicales. Hay apenas líneas esbozadas y con aire a conspiraciones de Cuarto Milenio:  los vínculos supuestos de Federico II de Prusia con Mozart y Beethoven a través de una enigmática composición, o la teoría de que esos vínculos llegan hasta España a través de la Marcha Granadera, una fake news del XIX ya ampliamente desmontada por los historiadores. A Blasco parece costarle tanto encontrar ese mal que pone en cuarentena a Kubrick por la escena inicial de 2001: Una Odisea en el espacio al ritmo de Richard Strauss, con una explicación sobre la maldad y la evolución cogida con pinzas, como si los simios anteriores al homo sapiens no se mataran entre ellos y el director de Barry Lindon fuera un apologeta de la violencia. Sí, el tipo que estrenó Senderos de gloria.

El repaso de Blasco es casi el de la relación entre nazismo y música clásica. Pero a la autora parece no interesarle la relación entre música y mal en otras épocas, tiranías, satrapías e ideologías varias

Sin ser una enumeración, dejo caer un par de ideas: qué interesante hubiera sido incluir en este repaso la compleja relación del estalinismo con los compositores soviéticos. Con aquellos que acabaron en el gulag o con los que pasaron por el aro, aunque eso supusiera trabajar desde sus partituras para un sistema totalitario. Qué interesante hubiera sido encontrar en esta historia de la música y la ética los casos de Prokóviev o de Shostakovich, quien convirtió el arte en expresión propagandística del Estado hasta que cayó en desgracia con el estreno de Lady Macbeth de Mtsensk. Un Estado totalitario que condenaba el clasicismo musical y desterraba a millones de ciudadanos a una Siberia que, como recoge un hermoso libro recién publicado, se llenó de pianos abandonados.


Autora: Lola Blasco. Dirección: Lola Blasco y Pepa Gamboa. Intérpretes: Lola Blasco (actriz) y Alexis Delgado Búrdalo (piano). Escenografía: Antonio Marín. Iluminación: Juanjo Llorens. Selección musical y arreglos: Manuel Bocos. Vestuario: Rafael R. Villalobos. Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa. Madrid.

Estrellas Volodia

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