Llamadme Ismael

SIGLO MÍO, BESTIA MÍA

Dramaturga y actriz, Lola Blasco (Alicante, 1983) obtuvo el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2016 con el texto que ahora estrena el Centro Dramático Nacional: Siglo mío, bestia mía. Sin duda, el jurado valoró lo rupturista y valeroso de una escritura que aborda temas como la inmigración, el papel del primer mundo ante la miseria del tercero y la fractura abierta en Oriente con Irak, Afganistán y, sobre todo y en los últimos años, Siria. Un texto que aborda todo esto con lenguajes rompedores y poéticos. Blasco convierte, lo dice el título, a su realidad en un Kraken, una ballena desde la que, como Jonás, ha de emerger victoriosa una nueva sociedad. Es teatro combativo y social, teatro reivindicativo. Teatro político. Una bestia cargada de intención. También teatro en progreso, con algo de laboratorio, que conviene recibir con precaución, un barco con más de una vía de agua y con un montaje dirigido por Marta Pazos, la batuta de la compañía gallega Voadora, que no ayuda a terminar de hacerlo flotar.

Situado en el territorio de lo postdramátco y lo poético, los personajes de Siglo mío, bestia mía son alegóricos. La propia Blasco se convierte en escena en uno llamado Cuaderno de bitácora, una suerte de narradora al que, a ratos, el montaje lleva al terreno del cabaret, poniendo a la autora-actriz frente al público para cantar en un juego de letras sociopolíticas disfrazado de ligereza de vedette. No acaba de funcionar ni en uno ni en otro terreno: musicalmente no tienen fuerza alguna y a Blasco se la percibe forzada, fuera de sitio, en estos “entremeses” musicales que van hilando la historia, o la no historia, que cuenta. Es la de un hombre, que son todos probablemente los de Europa, un buzo, y una joven. Un amor separado por sus posturas vitales. Él es la intransigencia, el cristianismo, los valores férreos de la vieja Europa, el patriarcado, arrogándose virtudes de cruzado, espada de campeador incluida. Ella es los brazos abiertos al inmigrante, la voz de la conciencia, la alerta de lo que ocurre más allá de nuestras casas y nuestros televisores. Y aunque este mäelstrom de alegorías no narrativo juega a imaginar entre ellos un posible amor, un teórico punto de encuentro, al final sus diferencias los alejan. Él es rudo, está ciego. Es un cruzado anacrónico. Ambos por cierto, encuentran en Bruna Cusí y Hugo Torres, actor habitual de Voadora, intérpretes que los defienden con intensidad y talento.

Un buzo y una joven. Un amor separado por sus posturas vitales. Él es la intransigencia, el cristianismo, los valores férreos de la vieja Europa. Ella es los brazos abiertos al inmigrante, la voz de la conciencia

Hay en el texto de Blanco referencias múltiples, más de una interesante. Habla de Siria y de las guerras, y lo mezcla con la estrella Sirius. Aborda el terrorismo islamista y se remite a Isis, la diosa egipcia. Para la autora, el siglo XXI es un Moby Dick, un monstruo de las profundidades en ese mar que se traga a niños y niñas -una de las imágenes más poderosas de Pazos es el de cabezas de muñecos emergiendo de la superficie del escenario-, un Leviathán ‘hobbesiano’ -las propias instituciones, los Estados no ya autoritarios, pero sí burocráticos y parlamentarios, máquinas de dar la espalda a quien lo necesita más- que engulle al hombre sin recursos, al inmigrante. Es la bestia.

La pregunta sería: si el siglo XXI es una ballena blanca, ¿quién es su Achab? O dicho de otra forma: entre el blanco y el negro, hay tonos grises. Llamadme Isamel, si queréis, pero asisto con cierto escepticismo a las diatribas convencidas sobre el bien y el mal, por más que asista cierta razón a quien enarbola la bandera. Al final, los torbellinos de la historia engullen siempre al Pequod, con toda su tripulacion a bordo.

Lo postdramático deja abiertas demasiadas preguntas y ofrece pocas respuestas. Quien firma, por ejemplo, no acaba de entender si en los mencionados párrafos de Isis existe una intención de culpabilizar a Occidente por las bombas de los terroristas. Poco menos que de acusar de terrorismo a quienes lo sufren. Si es así, me limitaré a suspirar con cansancio. Aunque reconozco, que lo críptico del texto me hace no estar seguro de que esta interpretación sea la correcta. Más allá de aciertos, de gustos o de afinidades, uno de los principales problemas de Siglo mío, bestia mía es ese: su opacidad en algunos momentos. Nada que no le ocurra a Rodrigo García, pero este, puesto a ir por libre, lo hace hasta sus últimas consecuencias.  O a Angélica Liddell, que escribió su propia diatriba antieuropea sobre el mismo tema, los ahogados que trataban de arribar a Europa, en Y los peces  salieron a combatir contra los hombres. Con aquel texto se podía coincidir o no. Podía conmover o no, pero era, dentro de su cualidad postdramática, meridiano. La poesía de Liddell no ocultaba su significado y sus intenciones. A Blasco hay que leerla con “pause” y “rewind” y lanzarse después al ejercicio de la hipótesis.  

Cuesta entender el rumbo de esta nave, que quiere arribar a muchos puertos con un texto deshilachado y caótico: la generación azotada por la crisis, la Primavera Árabe, la política migratoria de la UE

El montaje de Marta Pazos sitúa al espectador ante un reto: un espacio reducido  -la Sala Nieva del Teatro Valle-Inclán- en el escenario de una producción ambiciosa. En ese sentido, lo logra, con dos láminas de agua paralelas que inundan el escenario al comienzo, por la que se moveran incluso pequeñas embarcaciones, y elementos físicos como una cola de ballena más tarde. A un lado y otro, cortinillas de plástico que invitan a pensar acaso en las entradas y salidas de un matadero. Es impactante. También frío, prosaico, artificial.

En el siglo del pensamiento líquido, Pazos convierte al agua en protagonista en escena y en la mente del espectador. El agua como cambio, como inestabilidad acaso, como rebelión. Esto, claro, es una lectura. Toda la obra es un compendio de  alegorías marinas: los nudos que el piloto se empeña en enseñar a la joven, con el rechazo de esta, el cable de vida que amarra al buzo a su seguridad… Como si viajáramos a bordo de un barco sin bandera, Pazos y Blasco construyen escenas en que diferentes personajes chocan sin atenerse a reglas: el piloto y la joven, a la que la autora llama “yo” en el texto -la conciencia de la sociedad-; el buzo y la joven después…

Entre una y otra, aquí y allá, hay acciones físicas e inserciones de danza contemporánea. Cuesta entender el rumbo de esta nave, que quiere arribar a muchos puertos con un texto deshilachado y caótico: la generación azotada por la crisis, la Primavera Árabe y sus consecuencias, la política migratoria de la UE y los ahogados del Mediterráneo… Un texto con virtudes, líneas poderosas, pero que se aleja del espectador para convertir a su receptor en lector, porque escénicamente hace aguas. 


Autora: Lola Blasco. Directora: Marta Pazos. Intérpretes: Lola Blasco, Bruna Cusí, José Díaz, Miquel Insúa, César Louzán, Hugo Torres. Escenografía: Marta Pazos. Iluminación: José Álvaro Correia. Vestuario: Carmen Triñanes. Música: Hugo Torres y José Díaz. Esculturas:José Perozo. Teatro Valle-Inclán (Sala de la Princesa). Madrid.

Estrellas Volodia

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