Lo que no se viene

BLAST

¿Se puede cambiar el mundo desde un escenario? Esta es la pregunta a la que se enfrentan los siete intérpretes de Blast, el nuevo espectáculo de Teatro en Vilo que ha estrenado el CDN. Como tantos jóvenes en toda época, los siete chicos y chicas de la propuesta que firman Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez quieren matar al padre y romper con todo: hacer arder el mundo, tomar las calles y dinamitar el pensamiento existente. Aunque el texto es de Jiménez y Rodrígez, el montaje pertenece en gran parte de los actores: las directoras los seleccionaron en un casting en el que pedían precisamente eso, “artistas, activistas y visionarios menores de 26 años con la arrogancia, la esperanza y el humor suficientes como para creer que es posible cambiar el mundo desde un escenario”. Su montaje-discurso más que teatro es un mitin, un púlpito laico desde el que durante dos horas lanzan consignas. Son jóvenes y están hartos de todo, vienen a decirnos.

Los problemas a los que se enfrentan y que sacan a la luz son los de la generación woke: reconocimiento, ofensa y reivindicación identitaria. Abrazan cada idea y posicionamiento de la interseccionalidad de manual: atacan al racismo, al sexismo y a la sociedad heteropatriarcal, y defienden el movimiento trans, la ecología y los modelos de consumo alternativos. Más allá de que el resultado sea agotador y repetitivo, la premisa arroja todo tipo de preguntas: ¿están más hartos que el obrero que lleva treinta años doblando la espalda en una carretera? ¿Más hartos que el ama de casa que ha criado a cuatro hijos? ¿Un poco más o un poco menos hartos que la profesora o el oficinista que aguantan a un jefe sin talento que desde hace años les impide crecer profesionalmente? ¿Cómo de harto se puede estar con 20 años?

Los problemas a los que se enfrentan y que sacan a la luz son los de la generación woke: reconocimiento, ofensa y reivindicación identitaria

Desde un punto de vista teórico, el discurso es casi sonrojante: el único varón cis (blanco y heterosexual) del grupo, al que interpreta Iván López-Ortega, es silenciado de forma humillante por sus compañeros porque en teoría lo ha tenido mucho más fácil que el resto. Da igual que no sea un macho a la antigua, sino un nuevo hetero, de una sexualidad más moderna y relajada: es cis y debe callar. De la misma forma, cuando alguien parece no encajar en la hegemonía del grupo -la pija a la que da vida Alejandra Vallés– se crea una asociación inmediata y explícita con el votante de VOX. El mensaje es claro: si no estás con nostros estás en contra; si no apoyas sin fisuras la nueva revolución, eres un facha peligroso.

En términos intelectuales, incluso ideológicos, la lectura es de una simpleza que roza lo cándido. Podría hasta resultar entrañable si no fuera porque su arrogancia es excluyente -la nueva revolución se debe construir sobre el silencio de todos los que no expresen su adhesión incondicional-, por más que lo “asambleario” impregne el fondo de lo expuesto. Sí, al público se le pide que se levante y participe. Pero la democracia debería invitar a escuchar y respetar.

En términos intelectuales, incluso ideológicos, la lectura es de una simpleza que roza lo cándido. Podría hasta resultar entrañable si no fuera porque su arrogancia es excluyente

Visualmente, Blast es una propuesta interesante, realizada con talento por el dúo de directoras, que apuestan por un gran espacio blanco en el que irrumpen al comienzo con una enorme y provocadora bola roja: es el elefante en la sala, el problema que está ahí y no queremos ver. No es suposición: se encargan de explicarlo, en este caso con el problema identificado como el capitalismo (línea de debate al margen: ¿es necesaria la explicación en el arte?).

A lo largo de la pieza, los jóvenes hablan, debaten, rompen la cuarta pared, comparten con el público sus preocupaciones y su rabia, piden la opinión de la sala, realizan votaciones, bailan, ríen, juegan, pintan y ocupan el espacio escénico como un ejército de insumisos, siempre micrófono en mano, como mandan los cánones del teatro contemporáneo, en un torbellino de acciones que justifica el título -“estallido” en su traducción al español- y que acaba en una especie de rave, una celebración de la vida, la juventud, el poliamor y acaso la victoria de las premisas que defiende. Se trata de un espectáculo potente y con una dirección ágil.

Visualmente, Blast es una propuesta interesante, realizada con talento por el dúo de directoras, que apuestan por un gran espacio blanco en el que irrumpen al comienzo con una enorme y provocadora bola roja

Los siete jóvenes seleccionados hacen honor a la condición que buscaban las directoras: tienen talento y energía. Se comparta o no su hartazgo generacional y sus conclusiones, verlos en escena es descubrir a voces nuevas que quizá haya que seguir con atención. Todos trabajan con frescura pero me quedo con el impacto sobre la escena de Conchi Espejo -su personaje es la ecologista del grupo, un terremoto con mucho humor-, la desinhibición de Saúl Olarte -el trans-, la fuerza de Julia Adun y la intensidad e introspección de Nadal Bin, ambos intérpretes negros cuyos personajes denuncian el racismo de la sociedad española, en el caso de Adun mezclando en su rabia al heteropatriarcado. Hay más denuncias, cada joven tiene para dar y tomar.

En escena, al fondo, los intérpretes dejan un mensaje grafiteado casi al arranque de la obra que permanecerá allí el resto de la función como declaración de intenciones: “Se vienen cositas”. Discrepo: si esto es lo que trae la dramaturgia del siglo XXI, no se viene nada, o acaso un desierto teatral árido y triste. Vuelvo al punto de partida: ¿se puede cambiar el mundo desde un escenario? Quizá. No tengo esa respuesta. Quiero creer que, a su manera, lo lograron Aristófanes, Eurípides, Shakespeare y Calderón de la Barca. Lo hicieron, en fin, Valle-Inclán, Brecht, Ibsen, Chéjov, García Lorca… El destino de Hamlet, el portazo de Nora, la negación de Yerma quizá no cambiaron el mundo. No todo el mundo. Pero sin aspirar a tanto, pusieron su granito de arena. Ayudaron al menos a que el mundo pudiera cambiar. Nada en Blast es realmente revolucionario: su pretenciosidad es en el fondo antigua, un experimento condenado de antemano al olvido y la irrelevancia.


Texto: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez. Dirección: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez. Intérpretes: Julia Adun, Nadal Bin, Conchi Espejo, Iván López-Ortega, Saúl Olarte, Álex Silleras y Alejandra Valles. Escenografía: Alessio Meloni. Vestuario: Yaiza Pinillos. Iluminación: CUBE BZ (María de la Cámara y Gabriel Paré). Música y espacio sonoro: Fernando Epelde. Movimientos: Amaya Galeote. Teatro María Guerrero. Madrid.

Foto: Luz Soria

Estrellas Volodia

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