Ni sombra de lo que son

CONVERTISTE MI LUTO EN DANZA

Tiene La Zaranda entre sus muchas virtudes la de ser grandes tituladores. El nombre de un espectáculo es, en sí mismo, un arte. Uno con gancho, con literatura, que desencaje el puzle de nuestro interés extraviado en esta sociedad poliestimulada, bombardeada por todos los flancos es ya en sí mismo un éxito. Antes de entrar al teatro el espectador imagina y elucubra. Esconded las gallinas que vienen los cómicos. Perdonen la tristeza. Los que ríen los últimos. Homenaje a los malditosAhora todo es noche… No sigo porque son muchos años de brillante trayectoria y no menos brillantes títulos. El caso es que eso deja lugar al juego. Que me perdonen si les robo uno, Ni sombra de lo que fuimos, para parafrasearlo al hilo de este montaje que no es producción de La Zaranda, sino de La Extinta Poética, pero que lleva la firma de Eusebio Calonge y Paco de la Zaranda en la autoría y la dirección.

En Convertiste mi luto en danza, autor y director se ponen al servicio de otra compañía, que a su vez toma su nombre de un trabajo anterior que también llevaba el “sello Zaranda”. En escena, en vez de los habituales actores, incluido el propio Paco Sánchez, el público contempla a un trío de intérpretes: Laura Gómez-Lacueva, Ingrid Magrinyà e Inma Nieto. Un trío de actrices con tablas y talento, esforzadas y dolorosas, que asimilan la herida del texto con un sólido trabajo. Las tres componen un todo bien armado, pero es justo subrayar la intensidad y profundidad de Ingrid Magrinyá, actriz y bailarina, en su encarnación de una de las dos enfermas de cáncer del texto.

Laura Gómez-Lacueva, Ingrid Magrinyà e Inma Nieto son un trío de actrices con tablas y talento, esforzadas y dolorosas, que asimilan la herida del texto con un sólido trabajo

Porque de eso va este drama sin concesiones: de la enfermedad, el camino tortuoso de los tratamientos y el abrazo final de la muerte. De la aceptación y la ira. De la resignación y la impotencia. La Zaranda parte de un hecho real: el montaje es un homenaje explícito a María Pisador, una joven que, desahuciada con un cáncer terminal, cumplió con su deseo de asistir a uno de sus montajes antes de morir.

La enfermedad y la muerte son temas incómodos. Como sociedad nos hemos acostumbrado a mirar a otro lado, a vivir en la negación. Es loable que el teatro, la literatura o el cine los aborden. Sin embargo, los puntos de partida no justifican las maneras de realizar el camino. Unir dos orillas puede ser necesario, pero no todo puente servirá al efecto.

Allí donde Calonge solía construir impresionantes edificios dramáticos sobre los pilares de una poesía oscura y canalla, aquí se desprende de cualquier atisbo de brillo o creatividad literaria

Allí donde Calonge solía construir impresionantes edificios dramáticos sobre los pilares de una poesía oscura y canalla, aquí se desprende de cualquier atisbo de brillo o creatividad literaria. Prescinde de recursos textuales – sus habituales juegos de respuestas entre personajes, las repeticiones, las exclamaciones…- y entrega un texto narrativo y minimalista. Un relato sin hallazgo alguno, ni lírico ni de arquitectura teatral. Convertiste mi luto en danza es una sucesión lineal de escenas en la que asistimos a la pesadilla de dos mujeres enfermas, rodeadas por otra serie de personajes (familiares, amigas, médicos…), pero si puede aportar algo en un terreno humano, poco o nada dice en lo teatral. A Calonge le hemos visto días mejores. No diré que en este nuevo texto no es ni sombra de lo que fue, porque imagino que hablamos de un bache, pero sí de lo que es habitualmente: el autor de un teatro vivo, ingenioso, no se casa con nadie y con señas de identidad reconocibles.

El final, muy hermoso, eleva un poco el listón y el espíritu. Pero al lado de otras puestas en escenas del de Jerez, este ir y venir hospitalario no aporta momentos memorables

La dirección de Paco de la Zaranda, tres cuartos de lo mismo. Hay algo de juego con un tobogán y un balancín, algo de coreografía o más bien de movimiento escénico -quiere la danza del título estar presente, pero si algo brilla en esta función es su ausencia- y algo de recursos de luz y espacio. El final, muy hermoso, eleva un poco el listón y el espíritu. Pero al lado de otras puestas en escenas del de Jerez, que con muy poquito convertían el escenario en mansiones decadentes o ministerios orwellianos, este ir y venir hospitalario no aporta momentos memorables.

Como espectador zarandero, aguardo con esperanza a ver La batalla de los ausentes, que el Teatro Español recupera en febrero y que el año pasado no pude ver.


Texto: Eusebio Calonge. Dirección y espacio escénico: Paco Zaranda. Intérpretes: Laura Gómez-Lacueva, Ingrid Magrinyà e Inma Nieto/Celia Bermejo (en las dos últimas funciones). Vestuario: Encarnación Sancho. Iluminación: Peggy Bruzual. Sonido: Torsten Weber.Teatro Fernán Gómez.

Estrellas Volodia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *