Sin salirse del guion

EL DISCURSO DEL REY

Los vasos comunicantes entre cine y teatro son tan viejos como el propio séptimo arte y funcionan en ambas direcciones. Es frecuente que una obra de éxito salte al celuloide (al digital cada vez más), y cada vez lo es más que una película pase a habitar los escenarios. El peligro, obviamente, son las comparaciones. Adaptar una película casi olvidada o un clásico puede generar en una afortunada reinvención. Hacerlo con un taquillazo reciente también, pero exige más imaginación para no caer en la reedición. El discurso del rey, título que triunfó en los Oscar en 2011, fue adaptado a las tablas por su propio director, Tom Hooper.

A España lo han traído Emilio Hernandez, que firma una correctísima versión, divertida y ágil, a la que cabe poner alguna mínima pega en la traducción –anglicismos como ‘después de todo’ en vez de  ‘al fin y al cabo’, expresión más española–; y Magüi Mira, que lo dirige con habilidad y economía: es digno de aplauso saber mantener toda una ‘novela histórica’ con tres telones, algunas sillas y un micrófono, aunque la colocación de éste, toda la obra en plena corbata, no parece la mejor opción. No se echa en falta más, pues lo que importa es el texto y el trabajo actoral en una historia que nos habla de la palabra y la autoestima, de la monarquía y su relación con el pueblo, y cuyo tema de fondo es cómo reaccionó Inglaterra frente al expansionismo nazi entre 1936 y 1939.

El problema es cuando una adaptación aporta poco o nada al original. Acertado como es el montaje, incluye un gracioso trabajo coreográfico, pero el recurso podría haber dado más juego

El problema es cuando una adaptación, como le ocurre a ésta, aporta poco o nada al original. Acertado como es el montaje, incluye un gracioso trabajo coreográfico y tiene al reparto constantemente en escena, pero son en gran medida comparsas de quienes protagonizan cada diálogo y en algunos momentos el recurso podría haber dado más juego. El resto parece calcado del filme. Con todo, Mira firma una función que se disfruta sin pestañear, una tragicomedia que huye del teatro de manual.

El reparto está bien elegido y entonado, con Gabriel Garbisu y Lola Marceli estupendos como el frívolo heredero Eduardo y su amante, Wallis Simpson, una Ana Villa que humaniza a la futura Reina Madre con ternura, y Ángel Savín, que dota de personalidad propias al regio Jorge V y al carismático Churchill, sucesivamente. En Adrián Lastra, que encarna al hijo menor del monarca  se unen un ‘Bertie’ inseguro y un actor con una vis cómica muy medida, además de un tartamudeo bien trabajado y convincente. Frente a él, Roberto Álvarez hace suyo con carisma al excéntrico logopeda Lionel Logue, que ayudó al monarca a vencer su problema vocal.

Coronado después de la renuncia de su hermano –Eduardo y Wallis eran demasiado afines a la Alemania nazi–, Jorge VI alentó a la nación en un gran discurso radiofónico en su hora más complicada: la entrada en la guerra. Y lo hizo con algún titubeo pero con convicción. Sin ser perfecto, funcionó. Como esta obra.


Autor: David Seidler. Versión: Emilio Hernández: Dirección: Magüi Mira. Intérpretes: Adrián Lastra, Roberto Álvarez, Ana Villa, Gabriel Garbisu, Lola Marceli, Ángel Savín. Espacio escénico: Magüi Mira. Iluminación: José Manuel Guerra. Vestuario: Helena Sanchis. Coreografía: Fuensanta Morales. Teatro Español. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Junio 2015).

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