Rey, pero no emperador

EL REY LEÓN

Precedido de enormes expectativas, por fin rugió en Madrid El Rey León. Justificadas, en parte: es difícil no emocionarse ante la grandiosa teatralidad impregnada de esencia africana del arranque de este musical: los quince minutos de «El ciclo vital» resumen la aventura iniciática del protagonista y merecen por sí solos estar en la historia del teatro. Julie Taymor capturó, allá por 1997, la esencia del continente negro en una serie de escenas que casi producen eso que llaman mal de África. Soles candentes elevándose sobre el horizonte, cánticos zulúes, bailes de leonas y una Arcadia de bestias, recreadas imaginativamente con marionetas artesanales –desde cebras, guepardos, impalas y garzas hasta llamativos elefantes y jirafas–, que se postran ante los monarcas, Mufasa y Sarabi, según presentan al heredero, el cachorro Simba. Lo malo de las expectativas, y de un arranque así de contundente, es que es difícil mantener el listón al mismo nivel durante todo el montaje.

Julie Taymor capturó, allá por 1997, la esencia del continente negro en una serie de escenas que casi producen eso que llaman mal de África.

El musical de Taymor es un despliegue de «delicatessen» escénicas fruto de sus años en Asia, con marionetas bunraku, teatro de sombras balinés y máscaras africanas: la estampida de ñus es otro gran momento.

Pero la obra, nacida del filme de animación de 1994, es deudor de las virtudes –imaginación y agilidad narrativa– y defectos –es incapaz de escapar a su naturaleza infantil– de la casa Disney. Aunque notables, ni el libreto ni las canciones logran que la historia de Simba y su tío, Scar, que podría haber sido un «Hamlet» a lo Peter Brook, tenga verdadera profundidad.

El reparto hace, en general, un trabajo digno, aunque no redondo. Cantan bien y tienen todos gran presencia. Pero, para una apuesta tan fuerte, ¿no fue posible reunir un grupo más español? Se hacen extraños los acentos del mexicano Carlos Rivera (Simba adulto) y del panameño David Comrie (Mufasa), algo afectados ambos. Igual que Sergi Albert, éste sí español, cuyo Scar resulta barroco, incluso amanerado. La parte femenina sale vencedora: la leona Nala de Daniela Pobega tiene gran fuerza, y el mandril Rafiki de Brenda «Brinzo» Mholongo, aunque de forzado acento, es pura magia. Zazu, Pumbaa y un andalucísimo Timón hacen las delicias del respetable en el apartado cómico gracias al buen hacer de Esteban Oliver, Albert Gracia y David Ávila. Y, por momentos, la alegría y el colorido del cuerpo de actores y bailarines hacen del teatro una fiesta. El Rey León será, casi seguro, el rey de la cartelera. Pero no el emperador.


Música y letras: E. John, T. Rice, Lebo M., M. Mancinna, J. Rifkin, J. Taymor, H. Zimmer. Libreto: R. Allers, I. Mecchi. Traducción: J. Galcerán. Dirección y diseño de vestuario: J. Taymor. Coreografía: G. Fagan. Intérpretes: D. Comrie, S. Albert, A. Martínez Hernández, C. Rivera, D. Pobega, B. Mhlongo, D. Ávila, A. Gracia, A. C. Castro, E. OliverTeatro Lope de Vega. Madrid.

Nota: esta crítica fue publicada en La Razón y en la web Notasdesdelafilasiete en octubre de 2011. Corresponde al estreno del montaje en la temporada 2011/12, con el reparto original.

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