Ni Shakespeare, ni limoná

ERRESUMA / KINGDOM / REINO

En sus geniales comienzos, Ron Lalá dejó un título que es todo un aforismo del absurdo: Si dentro de un limón metes un gorrión, el limón vuela. ¿Que no? Pero cuidado, si tratamos de que el relleno del limón sea mayor, menos probabilidades de que éste levante el vuelo. Viene el limón volador a cuento de la nueva propuesta de Calixto Bieito, director siempre rompedor, siempre provocador, que tiene un limonero como escenografía central y juega a apretar en hora y media todo el ciclo de tragedias históricas inglesas de Shakespeare. Nada menos que dos tetralogías, ocho obras llenas de Enriques, Ricardos y Falstaffs comprimidas en un gran guiñol tarantinesco, una tomatina sangrienta en la que el limón viene a representar, presumo, el dolor, la ambición, la traición y la muerte. Pero claro, si dentro de un limón metes a Shakespeare, previamente triturado, el limón ni pía. Vamos, que Erresuma / Kingom / Reino aspira a mucho pero al final no es ni chicha ni limoná. 

Bieito sigue la estela de aquel Forests en el que reunía fragmentos de Shakespeare que transcurrían en bosques y deconstruía la dramaturgia clásica en un ejercicio de teatro posdramático en el que no daba cuenta de las obras usadas, los personajes citados ni los pasajes empleados. Un popurrí lioso que no llevaba a ningún lado. Es de agradecer que en este Erresuma / Kingom / Reino haya más claridad. Bastante más: no solo cada tragedia tiene un epígrafe proyectado que indica al espectador ante que obra (y monarca) se encuentra, sino que estos se suceden de forma cronológica. Además, con buen criterio, aunque no se reparte programa de mano -el covid lo ha cambiado todo- sí se entrega al público un pequeño resumen a modo de glosario con dramatis personae y breve explicación de cada personajes histórico, lo que ayuda a seguir la representación.

Calixto Bieito, director siempre rompedor, siempre provocador, que tiene un limonero como escenografía central y juega a apretar en hora y media todo el ciclo de tragedias históricas inglesas de Shakespeare

Y es que este montaje condensa nada menos que la tetralogía formada por Ricardo II, las dos partes de Enrique IV y Enrique V, junto a la segunda teatralogía que abarca las tres partes de Enrique VI y Ricardo III. Juntas, conforman un abanico que cubre desde el ascenso al trono de los Lancaster hasta su lucha con los York en la Guerra de las Dos Rosas, una guerra civil entre dos ramas de la dinastía Plantagenet que desangró a Inglaterra de finales del Siglo XIV a finales del XV.

El ciclo de Shakespeare arranca con el malhadado Ricardo II, apresado en su niñez, joven e infeliz en la traición sufrida -todo un Segismundo a la inglesa-, y sigue con el joven príncipe Hal, futuro Enrique V y héroe fundador de Albión en Agincourt frente al francés, y su orondo amigo de borracheras y puteríos, el inconmensurable Falstaff, trueno y verdad de la vida. Antes queda el padre de éste, oscuro Enrique IV,  y después vendrá Ricardo VI, de reinado endeble y poderío de su esposa. El montaje salta el reinado estable de Eduardo IV y cierra el ciclo con en el malformado en cuerpo y alma Ricardo III, capaz de asesinar hasta al apuntador para llegar al trono y último rey de Inglaterra caído en batalla. Su reino por un caballo, ya saben.

Los grandes monólogos son brillantes en su mayoría, pero se pierde la magia de Shakespeare, que es también el detalle, el encuentro entre personajes, el guiño, el humor escondido

Pero todo ello es constreñido, como si un agujero negro atrapara cada molécula de las tragedias sin dejar salir ni la luz, en una dramaturgia que no entiende de diálogos ni contextos. A Bieito le interesan tan solo los grandes monólogos cargados de grandilocuencia. Y son brillantes en su mayoría, sí, pero se pierde la magia de Shakespeare, que es también el detalle, el encuentro entre personajes, el guiño, el humor escondido.

La dirección, por lo demás, es palpitante, llena de acciones de innegable fuerza, porque Bieito tiene muchos kilómetros de carretera a las espaldas y sabe la potencia de ciertas acciones escénicas, aunque no siempre estas son comprensibles ni justificables. Por ejemplo, el sufrimiento de Juana de Arco, la francesa visionaria que arrebató la Francia conquistada a los ingleses y a la que los leales a Enrique VI mandaron a la hoguera. El director lo extiende hasta el límite del montaje, dando un protagonismo innecesario al personaje y “castigando” a su actriz a ahogarse en espasmos lácticos durante media hora larga.

El director hace uso de un espacio blanco, una gran caja escénica que parece llevarnos a una celda de un manicomio, donde insertará, de escena en escena, grandes mesas al estilo de la última cena, sillones acolchados y expositores de carnicería. Sus criaturas escénicas, devoradas por su crueldad y ambición, se exprimirán limones en los ojos, beberán cubos de sangre o arrastrarán cadenas mientras dicen a Shakespeare. 

Los grandes monólogos son brillantes en su mayoría, pero se pierde la magia de Shakespeare, que es también el detalle, el encuentro entre personajes, el guiño, el humor escondido

Tiene Bieito un reparto con altibajos: el Falstaff de José María Pou es enorme, un animal. El actor, que ha librado mil guerras, es una de las apuestas seguras y no defrauda. Solo oír su vozarrón hace que esa parte del viaje merezca la pena. Muy poderosa es también Miren Gaztañaga, que da vida a Ricardo III con una calma fría y calculadora que hiela la sangre. Y tiene gracia el personaje de Dick el Carnicero, interpretado con aire millenial por Mitxel Santamarina. Igualmente es inquietante, siniestro, el Enrique IV de Joseba Apaolaza, una creación de gran fuerza. Correctos el Duque de Cambridge de Iñaki Maruri, un personaje inventado en el que Bieito reúne a diferentes nobles de cada obra y que disfraza de siniestro torurador escocés, la Juana de Arco de Ainhoa Etxebarria, sufriente y entregada, aunque poco margen le deja el director para otra cosa que no sea asfixiarse en espasmos.

En la otra mano, la entonación de Eneko Sagardoy (Ricardo II), que parece no librarse de la vocalización densa de aquel triste gigantón que le valió un Goya en Handia, y el tono oscuro de Ylenia Baglietto (Margarita D’Anjou), exagerado y casi grotesco, hace que sus personajes no funcionen. Quizá sea un problema de casting, sencillamente. Quizá de dirección: esto casi seguro en el caso de Lander Otaola, actor versátil y de talento al que Bieito hace pasasearse en indumentaria ruso-mafiosa (batín y calzoncillo de leopardo) y convertido en una suerte de fauno depravado como Enrique V, no ya en sus correrías juveniles junto a Falstaff, sino también en su posterior acceso al trono. La evolución del personaje es inexistente. Poco interés generan el Enrique VI de Koldo Olabarri -cierto que el triplete de su monarca es lo más flojo del ciclo- y la colegial Lady Anne de Lucía Astigarraga, que Bieito torna en Lolita, una mirada difícil de asimilar.

Al final, como ocurría en Forests, este Erresuma es un potente ejercicio visual, con algún momento de gran disfrute escénico, pero que en su conjunto falla como acercamiento a la obra histórica del gigante inglés. Quien conozca bien -muy bien- las tetralogías, igual disfrutará (o no). Quien no esté muy familiarizado con ellas se perderá en el maremágnum de personajes. En cualquier caso, si el espectador es futbolero, siempre le quedará echar un rato con la final del Inglaterra-Alemania de 1966 que Bieito proyecta sobre el fondo durante buena parte del montaje. Parafraseando a aquel célebre delantero, el fútbol es ese deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11… y siempre pierde el teatro.


Texto: Calixto Bieito (versión), a partir de las tragedias históricas de William Shakespeare, Ricardo II, Enrique IV, Enrique V, Enrique VI y Ricardo III. Dirección: Calixto Bieito. Intérpretes: Joseba Apaolaza, Lucía Astigarraga, Ylenia Baglietto, Ainhoa Etxebarria, Miren Gaztañaga, Iñaki Maruri, Koldo Olabarri, Lander Otaola, José María Pou, Eneko Sagardoy y Mitxel Santamarina. Espacio escénico: Calixto Bieito. Iluminación: Michael Bauer. Vestuario: Ingo Krügler. Naves del Español en Matadero (Sala Fernando Arrabal). Madrid.

Estrellas Volodia

Una respuesta a «Ni Shakespeare, ni limoná»

  1. Certera crítica. Me gusta leer a gente que tiene sensibilidad y no se deja sobornar por la palabra contemporáneo. Palabra cada vez más Snob y refugio de los cretinos

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