Algo de fuego, nada de música

EVA CONTRA EVA

Supuestamente, Eva contra Eva es una adaptación u obra nueva inspirada en Eva al desnudo (All about Eve, 1950), película situada en el Olimpo de los clásicos del cine. No es hipérbole: la cinta de Joseph L. Mankiewicz lo tiene todo. La historia. Los diálogos. La cámara. Los personajes. Y los intérpretes, por supuesto. Una Bette Davis inmensa. Anne Baxter, intrigante y trepa. George Sanders, secundario gigante en la piel de un crítico teatral amoral y agudo como pocos… Vuelvo a la primera palabra de esta crítica: supuestamente. Eva contra Eva tiene poco que ver con el original en que se basa, salvo el encuentro de una diva del teatro con una joven que le hará sombra. Una versión libérrima e infiel al original firmada por Pau Miró. Nada que objetar hasta aquí: la historia de los escenarios está jalonada de reescrituras y reinvenciones.

Miró retuerce los detalles y la estructura, pero en ese proceso la esencia misma de la historia queda alterada. El filme presentaba a una arribista de manual infiltrándose de forma sibilina en la vida de una actriz de éxito en Broadway, una mujer madura en pleno éxito a la que la nueva presencia empujará a perder la seguridad en sí misma, con las consiguientes dudas sobre la edad, el amor y lo que le queda de trayectoria. Miró dibuja en cambio a una actriz quese asoma desde la primera escena al abismo de su decadencia. La inolvidable Margo Channing recibía con los brazos abiertos a Eve Harrington, mosquita muerta que una tarde se dejaba caer por su camerino y acababa poniendo su vida patas arriba, demostrando ser calcualadamente traicionera e ingrata. En cambio, la Margo de esta función, que se llama también Eva, como la joven actriz a la que recibe, tiene desde el comienzo un escudo protector, una capa de cinismo y dolor que le dan la vuelta a la historia.

Eva contra Eva tiene poco que ver con el original en que se basa, salvo el encuentro de una diva del teatro con una joven que le hará sombra. Una versión libérrima e infiel al original firmada por Pau Miró

El dibujo psicológico comienza a chirriar. Pero, de nuevo, tiene un pase. La versión de Miró es verosímil. De hecho, la forma en que Channing abría las puertas de su vida a la advenediza provinciana en la película era hasta algo cándida. Pero vamos adentrándonos en el quid de esta función que, por si no lo han intuido, no despertó en mí el entusiasmo que se desprende al leer las críticas de Barcelona (donde, por cierto, se estrenó en catalán y con otro reparto). 

Lo mejor de esta función es ver a dos actrices de generaciones distantes darlo todo en escena con un talento enorme. De Ana Belén casi sobra decirlo. Lleva décadas demostrándolo. Es una enorme actriz y su amarga Eva, más amarga que la original, tiene carácter y raza. De Mel Salvatierra, la joven Eva que irrumpirá en su mundo, es justo destacar su capacidad para entender el papel y hacerlo girar de modosa apocada a devoradora de futuros. Ana Goya, aunque lejos de la memorable Thelma Ritter, compone el personaje de la ayudante para todo a la sombra de la “prima donna” con la adecuada intensidad e ingenio.

Lo mejor de esta función es ver a dos actrices de generaciones distantes darlo todo en escena con un talento enorme. De Ana Belén casi sobra decirlo. Lleva décadas demostrándolo

La parte masculina del reparto brilla menos: un veterano como Manuel Morón tiene las tablas pero le falta el colmillo de Sanders en el filme, componiendo aquí personajes esforzados que no llegan a emocionar. A Javier Albalá, que ejerce de dramaturgo-amante (un pequeño cambio respecto al original, allí era la pareja de la actriz era el director de la obra), aunque no hay nada objetable en sus códigos y recursos, cuesta oírle más allá de las primeras filas. En las escuelas de interpretación enseñaban a “proyectar”, algo que ahora con los micrófonos parece anacrónico… pero no lo es.

Eva contra Eva es una obra que quiere ser atrevida, adentrándose en una sucesión de flashbacks y un juego de espejos narrativo, trasladado a la escenografía de Enric Planas, casi lo mejor de la propuesta, encabezada por dos enormes falsos espejos de camerino que proyectarán reflejos y hechos. Pero a la propia pieza parece perderse en su laberinto dramatúrgico (transiciones confusas, personajes que no queda claro en qué nivel narrativo, dentro o fuera de la obra están…).

Todo se arremolina en diferentes capas de oscuridad innecesaria. No es que la dirección de Silvia Munt aporte claridad. Ni hallazgos estilísticos

La pregunta inmediata es: ¿por qué complicar lo que era sublime? La Eva (Margo, para entendernos) de esta pieza sufre un accidente, recuerda o cree recordar un posible crimen, hay un viaje a una casa de campo y prepara un nuevo estreno teatral en ciernes, como lo había en la película. Esto último sirve para subrayar también el mencionado juegos de espejos a través del recurso de lo metateatral: Eva ensaya una obra en la que interpreta a una actriz que ve cómo otra joven actriz aparece en su vida… Todo se arremolina en diferentes capas de oscuridad innecesaria. No es que la dirección de Silvia Munt aporte claridad. Ni hallazgos estilísticos. Por más que pueda encantarle a uno escuchar a Led Zeppelin, en el contexto de esta puesta en escena son una elección con calzador.

Quizá partiendo de cero, sin referencias, Eva contra Eva convenciera. Lo malo de adaptar joyas es que hay donde comparar. A la joven Eve, tras su primera noche como cover de Margo, la describía una crítica como “fuego y música”. Este montaje, salvo el que aportan sus actrices, tiene poco fuego. Y nada de música.     


Adaptación y dramaturgia: Pau Miró. Directora: Silvia Munt. Escenografía: Enric Planas. Iluminación: David Bofarull. Sonido: Jordi Bonet. Piano: Jaume Vilaseca. Vestuario: Nídia Tusal, a partir del diseño original de Miriam Compte. Creación y realización de vídeo: Daniel Lacasa. Intérpretes: Ana Belén, Mel Salvatierra, Javier Albalá, Manuel Morón, Ana Goya. Teatro Reina Victoria. Madrid.

Estrellas Volodia

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