Versos para los muertos vivientes

LAS PALABRAS (UNA HISTORIA DE AMOR)

Las palabras no anda tan lejos del género apocalíptico por excelencia, el de los zombis. O al menos comparte con éste el temor y la preocupación de vivir en una sociedad enferma y alienada. Como el cómic de moda, The Walking Dead, y su correspondiente serie televisiva, la nueva obra de Pablo Messiez se sirve de una epidemia para hablar más de los vivos que de los muertos. La diferencia entre ambas –al margen de mil estilísticas, esto no es, para empezar, una historia de terror, sino todo lo contrario, de amor, y aquí no verán vísceras ni disparos– es que el nuevo montaje de Messiez rezuma esperanza de principio a fin. El director argentino, afincado en Madrid hace tiempo, nos lleva a a una distopía vaga y «camusiana»: una extraña peste está aniquilando a la población. Pero hay una cura: hablar en verso. De un plumazo, de forma tácita y elegante y sin apenas haber arrancado, el director ya ha trazado una sutil alegoría del statu quo infecto al que nos asomamos cada vez que abrimos un diario o escuchamos un informativo.

El director argentino, afincado en Madrid hace tiempo, nos lleva a a una distopía vaga y «camusiana»: una extraña peste está aniquilando a la población

Si el efecto especular con la sociedad enferma es sutil, no lo es tanto el mensaje: la palabra cura, la palabra es sagrada, hay que regresar a ella, volver al verso, que en realidad es volver a la lectura, a la escritura, y, en definitiva, al pensamiento como antídoto contra todos los males. Hermosa y necesaria, la veneración por el lenguaje de Messiez, contrastada en sus anteriores trabajos, como Los ojos, resulta a ratos un «leitmotiv» algo explícito y reiterativo.

Es, en cualquier caso, un mal menor y se acepta con agrado, porque en el desarrollo de esta historia hay momentos que brillan por sí solos, ya sea desde la luminosidad de la alegría, como esa escena en que una mujer de pueblo –estupenda Estefanía de los Santos, igual que la habitual Marianela Pensado– se cura entonando un éxito folclórico, porque el caso es rimar, hasta la referencia, tan bella como terrible, al Holocausto, en una escena de cenizas flotantes que nos hace no olvidar que, aunque aún hay solución, la tragedia sobrevuela nuestras existencias.

La devoción de Messiez por el actor no es menor que la que siente por la palabra. Escoge bien y moldea mejor. Lo primero puede aplicarse a la elección de Javivi Gil Valle

La devoción de Messiez por el actor no es menor que la que siente por la palabra. Escoge bien y moldea mejor. Lo primero puede aplicarse a la elección de Javivi Gil Valle: en su Polonio «hamletiano» nos recordó su talla, al margen de prejuicios causados por la televisión, y su médico en esta obra, perdido ante lo que la ciencia no logra explicar y enfrentado al reto de aprender a amar, es una creación sobresaliente, llena de ternura y humanidad. Con él, una vendada Alicia Calot es una suerte de espectro frágil, una encarnación de la clarividencia y la desesperación ante la epidemia. Y otra fija en sus obras, Fernanda Orazi, sísmica en Los ojos, vuelve a dar un recital de gesto y emoción, al que tan sólo habría que controlar algo de tembleque en algún punto. Nada más sobra, salvo las palabras. O no.


Autor: Pablo Messiez. Director: Pablo Messiez. Intérpretes: Javivi Gil Valle, Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Alicia Calot, Estefanía de los Santos. Vestuario y espacio escénico: Pablo Messiez. Iluminación: Paloma Parra. Festival de Otoño a Primavera. Sala Cuarta Pared. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Octubre 2013).

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