Aguas someras

LOS SECUESTRADORES DEL LAGO CHIEMSEE

Cinco jubilados alemanes han perdido todos sus ahorros en una fallida inversión inmobiliaria en Florida que iba a ser su retiro dorado por culpa de un asesor fiscal. Cuando Los secuestradores del lago Chiemsee arranca lo más interesante ya ha sucedido: estos cinco hombres y mujeres que han sido siempre “ciudadanos” -médicos, amas de casa…- ya han tomado la decisión y ejecutado su plan. Pueden deducirlo por el título de la obra, les aseguro que no hay demasiado spoiler: los sexagenarios han secuestrado al asesor, que sospechan que se ha quedado con sus ahorros, dispuestos a presionarle, torturándole y amenazándole si hace falta, para recuperar su dinero. Realmente es difícil caer en el destripe argumental porque tampoco sucede mucho más.

Cuesta entender qué ha podido ver un experimentado director como Mario Gas, veterano curtido en O’Neills, Pinters, Mouawads y Millers, en esta historia sin profundidad ni progreso. Si el punto de partida es prometedor, en la línea de un Azcona oscuro, su desarrollo tiene las manos tan atadas como el rehén del sótano del lago, interpretado por Alberto Iglesias. El texto, que ha escrito el propio Iglesias a partir de un hecho real ocurrido en 2010, desaprovecha toda oportunidad de asomarse a las dudas, inquietudes y deseos de sus protagonistas.

El texto de Alberto Iglesias, escrito a partir de un hecho real sucedido en 2010, desaprovecha toda oportunidad de asomarse a los motivos, dudas, inquietudes y deseos de sus protagonistas

El texto perfila a un líder -el personaje de Helio Pedregal– y una infidelidad entre las dos parejas. Más allá de eso, ¿quién es Virgen, el soltero del grupo? ¿a qué se dedica? ¿Cómo y por qué ha tomado el grupo esta compleja decisión? ¿fue unánime o controvertida? Estas y otras preguntas quedan sin respuesta en una sucesión de escenas que alternan un banal costumbrismo de clase media -los cinco amigos como si nada ocurriera, compartiendo charlas en el jardín- con la crudeza de sus presiones al secuestrado. Como comedia negra no funciona. Como drama social o de denuncia, las aguas de lago Chiemsee son someras. 

Al final, queda una producción de corte convencional, comercial si quieren, con gran aparato escenográfico -puestos a echar la casa por la ventana, la casa de marras podría ser también menos bucólica, roza lo empalagoso- y un quinteto de rostros con nombre propio a modo de eficaz reclamo que salva los muebles. Porque a estas alturas no vamos a recordar más de lo necesario que Vicky Peña puede con lo que le echen -una escena al final en la que se insinúa que su personaje sabe y ve más de lo que dice es lo mejor de la obra-, que Gloria Muñoz devora cada aparición, que Juan Calot  es un todoterreno discreto que engrandece los pequeños papeles que le dejan, que Helio Pedregal tuvo y retuvo ese carácter y empuje, esa voz, esa mirada furiosa, o que Manuel Galiana, aquí animal herido, guarda ases bajo la manga y llena sin aspavientos sus líneas. Pero qué pena tener este dream team de nuestras tablas para esta avería.


Dramaturgia: Alberto Iglesias. Director: Mario Gas. Intérpretes: Helio Pedregal, Vicky Peña, Gloria Muñoz, Manuel Galiana, Juan Calot, Alberto Iglesias. Escenografía: Sebastià Brossa y Silvia de Marta. Iluminación: Paco Ariza. Vestuario: Antonio Belárt. Composición musical y espacio sonoro: Orestes Gas. Teatros del Canal (Sala Verde). Madrid.

Estrellas Volodia

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