¡Su reino por entender algo!

SUEÑOS Y VISIONES DEL REY RICARDO III

En una célebre escena de Ser o no ser, de Lubitsch, el primer actor se desesperaba cada vez que, al comenzar el célebre monólogo de Hamlet, un espectador de la primera fila se levantaba reventándole su gran momento. Así debió de sentirse el pasado miércoles Juan Diego. Nada más encarar el arranque de Ricardo III, dos móviles se impusieron persistentemente. Hace años eran una rareza, pero hoy, incorporados ya a nuestras vidas, ¿es lógico que esto siga ocurriendo? ¿Si hay inhibidores de señal en edificios públicos, no se podrían poner en los teatros? Propongo alternativas para el respetable no respetuoso: escarnio público en plena función o al salir, con foto acusatoria en la puerta del teatro; multa oportuna; destierro a Patagonia, Teherán o algún otro lugar sin teatros…

Una vez soltado todo este veneno, digamos que, por más que reinara el silencio en la sala, es complicado seguir el hilo argumental-histórico de este Ricardo III “frankensteinizado” por Sanchis Sinisterra en un alarde dramatúrgico innecesario y errado. Si se trata de acercar a Shakespeare al espectador contemporáneo, su puzle de sucesos presentes y pretéritos, en el que nunca se explica bien si asistimos a los hechos consumados o a los que vendrán, es mal camino. Las dramaturgias han de tener un propósito; si no, para dramaturgos, Shakespeare.

“Si se trata de acercar a Shakespeare, este puzle de sucesos presentes y pretéritos, en el que nunca se explica bien si asistimos a los hechos consumados o a los que vendrán, es mal camino”

Quien no esté familiarizado con esta tragedia histórica, en la que hay un rey y dos príncipes asesinados, un usurpador que se casa dos veces, dos reinas viudas, etc., puede no entender nada. Al margen de la belleza del texto –la adaptación es acertada en este terreno–, estos Sueños y visiones se pierden en su propio desorden.

Todo esto quedaría en anécdota con un Ricardo memorable. Pero Juan Diego, que asesta “latigazos” de gran actor en escenas sueltas –lo mejor llega cuando exprime el humor que late en la obra original–, compone un Ricardo excesivo, casi grotesco. Y, lo que es peor, ininteligible, con un serio problema de pronunciación.

Este Shakespeare en batidora se disfruta, como esos días nublados, cuando asoma el sol entre las nubes: Ana Torrent, contundente y contenida en su reina Isabel; Terele Pávez y Asunción Balaguer

Este Shakespeare en batidora se disfruta, como uno de esos días nublados, cuando asoma ocasionalmente el sol entre las nubes: Ana Torrent, contundente y contenida en su reina Isabel; Terele Pávez y Asunción Balaguer (¡vaya 89 años!) haciendo suya la escena con poderío como otras viudas dolientes; Carlos Álvarez-Nóvoa o José Hervás, muy sólidos; o los juegos fantasmagóricos con audiovisuales sobrios pero efectivos que propone la dirección de Carlos Martín, con guiños a Meliès o Chomón.

Su concepción de este Ricardo III es sobria, oscura. Podría funcionar, pero le sobran telones –demasiado diálogo en segundo plano– y a veces parece que no supiera qué hacer con ciertos personajes, perdidos y sin texto.


Autor: Sanchis Sinisterra, a partir del texto de Shakespeare. Director: Carlos Martín. Intérpretes: J. Diego, J. C. Sánchez, J. Muñoz, J. Hervás, L. Grube, A. Torrent, C. Álvarez-Nóvoa, J. L. Santos, A. Balaguer, T. Pávez… Escenografía: D. Ibáñez y M. Á. llonovoy. Escenografía: D. Bernués. Teatro Español. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Noviembre 2014).

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