Yourcenar, entre las llamas y los ‘flashes’

FUEGOS

Herida por un amor no correspondido, Marguerite Yourcenar acudió en 1935 al mundo griego para encontrar en sus arquetipos y sus mitos los pilares del edificio de su desazón. Fuegos fue una colección de prosas líricas de profundo aliento poético. «Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón», le dice al hombre al que dedicó este oratorio, su dios terrenal que, como Aristógiton, prefirió a otro hombre.

A través de analogías, Yourcenar enlazó su época y la antigüedad: la pasión enfermiza de Fedra, la fatalidad de Patroclo; Safo, poeta y acróbata atrapada por un ideal; Antígona como la atracción de la muerte; Lena, la sustituida…

Yourcenar enlazó su época y la antigüedad: la pasión enfermiza de Fedra, la fatalidad de Patroclo; Safo, poeta y acróbata atrapada por un ideal; Antígona como la atracción de la muerte; Lena, la sustituida…

Convertir Fuegos en un espectáculo teatral parecía una empresa condenada al fracaso. Ver el resultado en el Festival de Mérida resultó una sorpresa: un montaje capaz de flotar sobre el respetable y conseguir su atención y su silencio. No así el respeto de todos: lo de los «flashes» de las cámaras, tan molesto para los actores en la oscuridad de la noche, es de juzgado de guardia. Está expresamente prohibido, pero hay mucho espectador aún por «domesticar».

Ni la magnética presencia de una Carmen Machi convertida en Yourcenar por obra de su talento y del sencillo pero cuidado vestuario de Lorenzo Caprile logra arrastrar a la ceremonia, al ritual, a la inmersión, a quienes creen que la gracia de ir a un espacio de dos mil años de antigüedad es colgar después en Facebook la foto, por más que en ésta, por sistema, luego no se aprecie nada. En fin, la Machi cumplió con el papel de «prima dona» de su generación, ganado a pulso, con una interpretación sentida y brava de la demiurga francesa. Y, junto a ella, tres grandes actrices, Cayetana Guillén Cuervo, Nathalie Poza y Ana Torrent, a cual mejor en sus respectivas María Magdalena, Clitemnestra y Safo. Las primeras, pura fuerza en sus mujeres marcadas; la Safo de Torrent, suicida inútil en términos de la autora, fue una colección de colores, matices y fragilidades.

Machi cumplió con el papel de «prima dona» de su generación, ganado a pulso, con una interpretación sentida y brava de la demiurga francesa. Junto a ella, tres grandes actrices, Guillén Cuervo, Poza y Torrent

La otra clave es el notable y valiente trabajo de dramaturgia de Marc Rosich, que le da la vuelta, recoloca y juega a los puzles con un texto de escasa teatralidad hasta convertirlo en un sólido drama y no le teme a la tijera: prescinde de los pasajes dedicados a Fedra, a Antígona o a Aquiles, mitos por excelencia del helenismo, y apuesta por la historia de María Magdalena. José María Pou ha plasmado lo anterior en un rincón abstracto con algo de costa mediterránea y algo de jardín zen, unos cajones de madera en los que hay tierra y agua por toda escenografía, en un diálogo con la idea de la tierra como patria, algo que estaba ya en «Hélade», el espectáculo de similares mimbres –teatralización de textos clásicos remezclados– que abrió la pasada edición. Ante el hermoso y elegante «plato fuerte» de este año, cabe el aplauso artístico y tan sólo un reproche: ya van dos creaciones parecidas seguidas. El cuerpo pide alguna Medea, por poner un ejemplo, de altura.


Dramaturgia: Marc Rosich, a partir de Fuegos, de Margarite Yourcenar. Director: José María Pou. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Intérpretes: Carmen Machi, Cayetana Guillén Cuervo, Ana Torrent, Nathalie Poza. Teatro Romano de MéridaFestival Internacional. Mérida.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Julio 2013).

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