Saltando el vacío sideral entre las estrellas: reflexiones sobre la crítica y los géneros

 

¿Cómo abordar la crítica teatral ante espectáculos muy diferentes, lenguajes escénicos y géneros que nada tienen entre sí? ¿Se puede juzgar desde los mismos baremos, o al menos comparar, una obra de Miguel del Arco y una de Rodrigo García, o un musical como Billy Elliot y un drama con largo monólogo inicial como Homebody/Kabul? ¿Se puede hablar de una única modalidad de crítica ante un thriller comercial a lo whodunit, tipo 10 negritos, ante un texto de Bergman o ante una comedia negra como Burundanga? Hay abismos siderales entre cada uno de estos ejemplos. Seguro que al lector se le ocurrirán otros y a lo largo de esta reflexión desde la Cueva de Volodia surgirán más.

Quien escribe de teatro se habrá enfrentado a esta pregunta a menudo. Casi de la misma manera, estoy convencido, que quien escribe de cine, literatura o música. Y si no lo ha hecho, debería desconfiar de sus juicios y planteársela. No es necesario llegar  las mismas conclusiones que a las que yo llego aquí, obviamente. Pero insisto: quien no se haya planteado esta duda, quien no haya reflexionado mínimamente sobre esta encrucijada, malamente puede llegar a opiniones válidas, a análisis que aporten y no destruyan.

“Quien no se haya planteado esta duda, quien no haya reflexionado mínimamente sobre esta encrucijada, malamente puede llegar a análisis que aporten y no destruyan”

No soy amigo del relativismo total. Pero bajo el signo del absolutismo cabría destruir cualquier montaje de eso que buena parte de la “intelectualidad” llama “teatro comercial”. Ahí entrarían los musicales, las comedias de situación y de salón, los thrillers, por supuesto toda la stand-up comedy y hasta los dramas que no se inscriben en la creación contemporánea. Últimamente, me temo, parte del teatro clásico y de los clásicos contemporáneos irían a dar a ese mismo saco, según a quién preguntases.

De la misma forma y en el otro extremo, conozco a mucha gente que no pisaría una propuesta de El Conde de Torrefiel, Jan Fabre o Romeo Castellucci, y que automáticamente etiquetarían cualquier espectáculo de La Ribot o Agrupación Señor Serrano en el cajón de “teatro sospechosamente contemporáneo”. Para muchos es una galaxia habitada por extraterrestres a los que conviene no acercarse mucho, no vaya a ser que sean peligrosos, o manchen o, mucho peor, obliguen a pensar. Hoy se las llama “Artes vivas”, un género demasiado amplio a mi entender y un nombre que no me gusta, porque implica que el resto por contraste están muertas. En el nombre va una cierta soberbia, por desgracia habitual entre este tipo de creadores, incapaces de mirar atrás y reconocer todo lo que ha sido y lo que les ha hecho estar donde están. El pasado es “rancio” -un adjetivo de moda-, no existe para ellos.

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Escena de A House in Asia, de Agrupación Señor Serrano

Vamos acercándonos. Creo que casi sin querer he hablado de los prejuicios. Sí, lo primero que todo crítico debe intentar –no siempre se logra- es no tenerlos. Al menos de género. Me explico: éste o aquel artista/creador, llámenlo como quieran, puede habernos demostrado más de una vez su incapacidad para conmovernos o interesarnos mínimamente, lo bluf de su propuesta. Sí, hay mucho vacío entre el brillo de las estrellas, pero de eso se trata también, de saber dar saltos siderales sin perderse. En esos casos no se trata ya de prejuicio sino de juicio contrastado. Y aun así, creo que siempre conviene dar una nueva oportunidad. Pero hay críticos clásicos y críticos que transitan tan solo en los sistemas estelares habitados por las vanguardias. Se pierden el resto.

Hemos avanzado, creo, pero la duda sigue ahí, sin responder: bien, ya hemos eliminado nuestros prejuicios. Una tarde vemos una divertidísima obrita de comedia negra en una sala independiente –pongamos Castigo ejemplar yeah, que pudo verse hace poco en Intemperie Teatro-, a la siguiente, nos medimos con la apasionante intensidad de un maestro europeo que trabaja el teatro intelectual debajo de un embalaje visual, casi maquinal e inhumano –pongamos Heiner Goebbels, que no está ahora en cartelera pero nos visitó en el pasado- y a la tercera noche disfrutamos de un Lorca de toda la vida bien hecho (no, no hablo del de Messiez, que es una versión atrevida y feroz, pero no “de toda la vida”, imaginen más bien La casa de Bernarda Alba de Lluís Pasqual, aquella estupenda producción con Nuria Espert y Rosa María Sardá). ¿Y ahora qué? ¿Se pueden analizar las tres desde la misma perspectiva?

“Casi sin querer he hablado de los prejuicios. Sí, lo primero que todo crítico debe intentar –no siempre se logra- es no tenerlos. Al menos de género”

Mi respuesta es que no: hacerlo nos lleva a actos de agravio demoledores. Pretender que un pequeño montaje o un musical estén a la altura intelectual y que nos ilumine como lo hace un maestro del teatro ritual como Peter Brook –pongan aquí si quieren Fomenko, Barba o nuestro Ángel Gutiérrez– con su teatro esencial y virtuoso, es desecharlos sin contemplaciones, sin oportunidades, sin piedad. Pero igualmente podríamos argüir que buena parte del público, la que busca epatarse con una gran producción, opinaría que cualquier cosa por debajo de El Rey León es una porquería. Que hay que “amortizar” la entrada. Obviamente –para mí, al menos, es obvio- nada de esto es verdad.

El análisis debe establecer por tanto otras reglas. Me parecen obligadas preguntas como ¿a qué obedece esta idea?, ¿qué pretende y a quién quiere llegar este espectáculo? y ¿con qué otros espectáculos debo compararlo? Una stand-up comedy puede ser magistral. Puede hacernos llorar de risa con humor inteligente y efectivo y con un cómico cargado de carisma y talento natural. Hay vídeos en internet que uno se pondría en bucle cuando tiene un día malo. Pero sólo adquirirá ese status comparada con otras stand-up comedies, el pelotón de mediocridades que la hacen brillar. Al lado de un espectáculo de La Zaranda, no dudaríamos en decir algo tan tajante como que el monólogo cómico no es ni teatro. Y en cierta medida, a menudo es verdad. Pero no siempre.

“El análisis debe establecer por tanto otras reglas. Me parecen obligadas preguntas como ¿a qué obedece esta idea?, ¿qué pretende y a quién quiere llegar este espectáculo”

Ejercer la crítica, además de otras muchas obligaciones y exigencias, requiere tener esto claro. Desconfío instintivamente de la opinión de quien me dice que jamás perdería el tiempo en ir a ver a Arturo Fernández, de la misma manera que pongo en cuarentena a quien empleaba –uso el pasado porque ya casi no se utiliza, pero hubo un tiempo en que era lo habitual- el adjetivo “alternativo” de forma despectiva. Y he conocido a muchos. El espectador está en su derecho a hacerlo, cada cual elige en qué emplea su tiempo y su dinero, aunque es una lástima. Pero el crítico no puede permitirse ese lujo.

En cualquier caso, es importante que en la crítica, en el análisis, haya claridad y exposición. Que el espectador -volvemos a una de las funciones de toda crítica, la orientación, no la única pero sí importante- tenga claro en qué terreno se mueve y qué tipo de espectáculo va a ver si hace caso a los consejos que lee. Si no, luego llegan las imprecaciones. Al ejercicio de situación del crítico debe acompañar una responsabilidad del público: hay que leer la crítica, no basta con quedarse en el titular o las estrellas.

Comprender y asumir la existencia de los géneros supone dominar esas enormes distancias espaciales de las que hablaba antes, esos años luz que separan una galaxia teatral de otra conformadas por astros de diverso signo en las que siempre podemos hallar, si sabemos tener los ojos abiertos, signos de vida.

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