Amor y memoria con vitamina D

MISERICORDIA

El camino que decide transitar Denise Despeyroux para hablar de memoria y dignidad es cualquier cosa menos obvio. Qué fácil hubiera resultado hacer un panfleto ideológico en torno a la dictadura uruguaya, y qué lejos se sitúa Misericordia de esa otra vía. Sólo por ello, merece la pena aplaudir la originalidad de este trabajo con personajes imaginativos y final de gran belleza. Al hacerlo, la dramaturga y directora acierta en algunos momentos y yerra en otros; entretiene y aburre; hace pensar con algunos diálogos y se pierde en digresiones en otros parlamentos. Hay tiempo para todo en este montaje, encomiable en su propuesta pero no en su definición, que quiere hablar de los recuerdos, la familia, el amor, la amistad, el exilio y la construcción personal, pero lo hace de forma peripatética, con exceso de meandros en sus diálogos.

Despeyroux parte de un hecho histórico del que ella misma fue protagonista con tan solo nueve años: en 1983, el Gobierno de Felipe González fletó un avión para que decenas de niños pudieran volver con sus familias desde España al Uruguay de la dictadura militar. Despeyroux fue una de aquellas niñas. ¿Cómo convertir ese recuerdo en teatro? Aquí es donde aparece el talento de la autora de montajes de enorme creatividad como Carne viva, comedia que transcurre en una comisaría con una construcción dramatúrgica sorprendente, o Un tercer lugar, un cautivador juego de amores errados. Despeyroux suele indagar en las relaciones entre las personas y en la complejidad de los corazones con una inteligencia que evita los lugares comunes.

Así, en Misericordia la directora se sirve de un alter ego, Darío, un dramaturgo en pleno proceso creativo, inseguro ante su gran estreno en el Centro Dramático Nacional, cuyo mejor amigo, Dante, es también escritor de talento pero ha abandonado el teatro para centrarse en su obsesión por la dietética y la comida sana. Darío, uruguayo en Madrid, hijo de una exiliada, vive con sus hermanas, Delmira y Dunia. La primera está obsesionada con la cábala y ha hecho de su vida una ceremonia numérica constante con canciones y ritos hebreos. La más joven se evade de la realidad en un universo de videojuegos y personajes de anime.

Un personaje puede ser filatélico, pero si una obra consiste en largos diálogos sobre sellos, algo falla. Extiendan este argumento a la cábala y las proteínas y estamos ante el principal problema del texto

Si es obvio -y confeso- que estamos ante un ejercicio de autoficción, las migas de pan en el camino ayudan a corroborarlo: los personajes cuyas iniciales empiezan por “D” (¿todos en cierta forma proyecciones de la autora?), el hecho de que Despeyroux se cuele en escena como actriz y como personaje, con referencias a sí misma, el humor autorreferencial… Todo ello, juego y sorpresa, interesa mucho más que buena parte del conflicto entre los protagonistas, que por momentos se llega a hacer tedioso. Un personaje puede ser filatélico, pero si una obra de teatro consiste en largos diálogos sobre sellos, algo falla. Extiendan este razonamiento al terreno de la Torá y las vitaminas y estamos ante el principal problema del texto. Y, en el fondo, del montaje, que, por lo demás, tiene una escenografía llamativa firmada por Alessio Meloni, un cuadro de actores de enorme calidad y una dirección con hábil uso de todo tipo de recursos, desde proyecciones a personajes en segundos planos.

Misericordia | Denise Despeyroux | CDN | Foto: Geraldine Leloutre

Hay otro dramaturgo de moda sobre el escenario, Pablo Messiez, que da vida a Darío, y deja claro que sabe y conoce, con un personaje lleno de inseguridades, muy Woody Allen, con el que es imposible no empatizar. A sus compañeros los hemos visto más, al menos a Natalia Hernández, alejada aquí de registros habituales, en una sobriedad y serenidad que sorprenden -la comicidad de su personaje no procede de la actuación, sino de sus obsesiones cabalísticas-, y a Cristóbal Suárez, muy sólido en la piel de Dante, un actor que no defrauda. Permítanme destacar sin embargo a Marta Velilla, quizá el personaje de menor papel pero no de menor recorrido. Dunia es clave en la historia, y Velilla la encarna con seguridad y un encanto entre sereno y firme. Parece que no está, pero siempre está.

Permítanme destacar a Marta Velilla, quizá el personaje de menor papel pero no de menor recorrido. Dunia es clave en la historia, y Velilla la encarna con seguridad y un encanto entre distante y firme

Se agradece que Misericordia, como es habitual en Despeyroux, apueste por la comedia, género en el que la autora se mueve con soltura. Una comedia sutil, que extrae su humor de personajes llamativos y vidas fuera de lo normal. A pesar de sus defectos, las conversaciones y encuentros entre Darío, Dante, Dunia y Delila dejan momentos muy divertidos y alguno que otros que nos invita a pensarnos, a reflexionar sobre qué buscamos en las demás personas y hacia dónde se orientan nuestras vidas. Y por supuesto, el amor, está presente como uno de los temas centrales. Un amor complejo, con obstáculos, pero esperanzador. Como comentaba más arriba, el montaje brilla al final con un cierre que está entre los más hilarantes, primero, y bellos, justo a continuación, que recuerdo haber visto. Un homenaje conmovedor a la infancia y la inocencia.


Autora: Denise Despeyroux. Dirección: Denise Despeyroux. Reparto: Denise Despeyroux, Natalia Hernández, Pablo Messiez, Cristóbal Suárez y Marta Velilla. Voz en off: Sergio Blanco. Voces infantiles: Marta Despeyroux y David Despeyroux. Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE). Iluminación: David Picazo (AAI). Vestuario: Guadalupe Valero. Música y sonido: Pablo Despeyroux. Vídeo: Emilio Valenzuela y Máximo A. Huerta. Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva). Madrid.

Fotos: Geraldine Leloutre

 

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