CIELOS
Cuesta asimilar que el mismo dramaturgo capaz de rozar el cielo teatral adentrándose en el infierno en aquella soberbia Incendios, toda una tragedia griega contemporánea -es un decir, transcurría en Líbano, pero estaba a la altura de los grandes de la antigüedad-, sea el mismo autor de este descenso al limbo del vacío dramático, por más que el título anuncie un asalto a los Cielos. Hablamos de la última pieza de Wajdi Mouawad que ha recalado en España, aunque no es reciente, sino un drama de 2009 que forma una tetralogía aplaudida aquí y allá junto a Litoral (1999), la mencionada Incendios (2003) y Bosques (2006).
Cuesta, también, comprender los motivos de ese éxito. Sin duda, Incendios era un viaje al corazón de las tinieblas de poderosa escritura, implicaciones sobre la naturaleza humana que no dejaban indiferente e impactantes giros. Cielos, en cambio, no pasa de enrevesado thriller de espías. Podría ser una correcta película de sobremesa, un Código Da Vinci con algo más de alcance social pero un tedioso engranaje narrativo -mucho algoritmo, mucha criptografía, mucha clave secreta- con costuras a la vista: personajes que ocultan detalles innecesariamente, protagonistas que saben que toman decisiones inexplicables… El teatro no es una maquinaria de lógica sino un espacio para la emoción, pero la suspensión de la incredulidad tiene límites, sobre todo cuando una obra fía tanto al argumento y su desarrollo.
Una correcta película de sobremesa, un ‘Código Da Vinci’ con algo más de alcance social pero un tedioso engranaje narrativo
Lo más destacable es el trabajo de proyecciones de Ezequiel Romero y la espectacular escenografía de Alessio Meloni, una suerte de gran contenedor en tres niveles, que sirve de reclamo para un director habitualmente brillante como es Sergio Peris-Mencheta, que se encierra él solo en una bella trampa a la vista y deja su trabajo más plano hasta la fecha.
Cielos transcurre en un complejo apartado, una especie de base secreta de algún organismo gubernamental, Policía, inteligencia o similar. Allí, un equipo investiga una serie de mensajes interceptados a una organización terrorista. Grabaciones crípticas, casi poéticas, pero repetitivas y emitidas por todo el mundo. Los agentes intuyen que un gran atentado está al caer y que en los mensajes está la clave para evitarlo. Saben poco más: ni siquiera tienen claro si se trata de una amenaza islamista o anarquista. Buena parte de la función transcurre tratando de aclarar esa duda.
Mouawad mezcla lo político con lo social y lo personal. Hay cinco personajes encerrados en la base, cada uno con sus errores, sus secretos y sus heridas. Pero, por más que el autor canadiense trate de dotar a esta criatura de un pulso, un hálito de interés humano, las dos horas bajo tierra de la función entre descodificaciones y tensiones internas del equipo se convierten en la historia de espías menos emocionante que recuerdo. O en el drama humano más gélido. La suerte de unos y otros empieza a importar poco según avanzan los minutos y la poesía, tan cacareada -la obra aspira a defender la importancia de ésta en nuestras vidas, incluso allí donde no esperaríamos hallarla- se vuelve una fachada sin verdadera poesía que la respalde. Porque una cosa es hablar de belleza y otra crearla.
Las dos horas bajo tierra de la función entre descodificaciones y tensiones internas del equipo se convierten en la historia de espías menos emocionante que recuerdo
Peris-Mencheta, director de tablas sobradas y espectáculos brillantes -no me extenderé, pero ahí están gozosas y diversas experiencias como Lehman Trilogy, Una noche sin luna o La tempestad– se atasca en esta propuesta de su compañía Barco Pirata, esa nave otras veces cargada de sorpresas. Se echan de menos en esta ocasión sus habituales juegos y brillos, limitándose a una sólida dirección de conjunto -a estas alturas no se espera menos de él-, acertada en el trabajo actoral, pero morosa en los tiempos. Una puesta en escena que cede a la lentitud y la oscuridad, literal y metafórica. Viene a darle forma el trabajo de iluminación que firma David Picazo, con neones por niveles, si bien la estética se impone en este caso a la funcionalidad y por momentos se antoja insuficiente para entender y apreciar los hechos.
El reparto, obligado a cierta intensidad dramática, defiende con adecuada corrección la trama. Me convencieron especialmente los personajes compuestos por Jorge Kent, jefe descreído y hastiado, y Javier Tolosa, hombre de familia que se enfrenta a un momento crítico de la educación de un hijo adolescente a miles de kilómetros. Ninguno, en cualquier caso, ni ellos ni las estimables aportaciones de Marta Belmonte, Álvaro Monje o Pedro Rubio llegan a interesar demasiado. El problema no es suyo: al fin y al cabo, ¿a quién le importa la suerte de los espías en las películas? Son, como los compañeros de Ethan Hunt, carne de cañón. Carne dramática, pero de cañón al cabo.
Autor: Wajdi Mouawad. Dirección: Sergio Peris-Mencheta. Traducción: Sergio Peris-Mencheta. Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE). Iluminación: David Picazo (AAI). Vestuario: Elda Noriega (AAPEE). Composición musical: Joan Miquel Pérez. Sonido: Enrique Mingo. Vídeoescena: Ezequiel Romero. Intérpretes: Marta Belmonte, Jorge Kent / Xoel Fernández, Álvaro Monje, Pedro Rubio, Javier Tolosa, Sergio Lanza, Rodrigo Simón, Ricardo Gómez. Teatro de La Abadía (Sala Juan de la Cruz). Madrid.
Es una obra tediosa y pretenciosa. Me aburrí solemnemente en la oscuridad de un montaje que solo consigue alejar al espectador.
El texto es en exceso culterano con pasajes insulso y fuera de lugar.
En resumen creo que es una pérdida de tiempo y dinero innecesariamente invertidos. El Teatro La Abadía merece obras de otro nivel.
La función se hace insoportable, no entendí por qué se aplaudía tanto. Acaso no se hace aburrida e incomprensible? Pero en fin, habrá que hacerse el entendido, supongo.
Soy un simple espectador, sin pretensiones de intelectual de letras, un sencillo ingeniero. La decodificación del mensaje de los terroristas me pareció absurda al cuadrado, las inteligetisimas elucubraciones, todas todas acertadas,irreales y pretenciosas y la obra con ínfulas sobradas. Mi aplauso efusivo a los actores y a los responsables técnicos, su trabajo es soberbio.
Soy un simple espectador, sin pretensiones de intelectual de letras, un sencillo ingeniero. La decodificación del mensaje de los terroristas me pareció absurda al cuadrado, las inteligetisimas elucubraciones, todas todas acertadas,irreales y pretenciosas y la obra con ínfulas sobradas. Mi aplauso efusivo a los actores y a los responsables técnicos, su trabajo es soberbio.