La Nao, de nuevo en lo más alto

EL CASTILLO DE LINDABRIDIS

Cuando descubrí el teatro de Nao d’amores hace años quedé, como tantos espectadores, prendado, “namorado” de su forma de hacer, de esa entrega a los clásicos más desconocidos o menos explorados, y de cómo la compañía dirigida por Ana Zamora conseguía convertir cada texto en un cuento mágico, un acto teatral en el que el verso era importante, pero también el amor a lo antiguo, a nuestro pasado, y a las músicas, los trajes, los objetos. Una mirada respetuosa y a la vez emocionada. Vuelvo a encontrarme con esas sensaciones viendo El castillo de Lindabridis, un montaje de la CNTC y Nao d’amores en el que, de la mano de un Calderón poco representado, mágico y caballeresco, la capitana de esta nave se sube a otra, una fortaleza flotante, para llevar de nuevo a su compañía a lo más alto. Y no hablo solo de las nubes.

Como “proto-otaku” ibérico -los que disfrutábamos de los mangas de Katsuhiro Otomo antes de que el término llegara a España-, enganchado hace décadas a la magia de Miyazaki y su estudio Ghibli, es difícil en una “sesuda crítica teatral” como ésta sustraerse a analizar la modernidad de Calderón de la Barca, adelantado cuatro siglos al cine de animación del japonés y sus aventuras como El castillo en el cielo o La fortaleza ambulante. Ya lo he dicho, ahora que me lluevan los palos. Aunque en realidad, en esta comedia caballeresca, Calderón mira atrás, al menos un par de siglos, a las aventuras de caballerías que eran los “bestsellers” de finales del XIV y principios del XV, esos que inmortalizó Cervantes, admirados y emulados por su Alonso Quijano. No en vano, Calderón bebe en este texto tardío en su obra, estrenado en 1661, del Espejo de príncipes y caballeros, un ciclo de novelas de Diego Ortúñez de Calahorra (1551), texto que a su vez se inspiraba en los libros de caballerías anteriores.

El castillo de Lindabridis es un delicioso cuento de aventuras hecho teatro áureo en el que una princesa misteriosa que habita una fortaleza que viaja por las nubes busca un caballero que esté a su altura para casar con él. Y, cómo no, hay una segunda dama que ha sido abandonada y persigue a su amado.

Transformada en caballero con algunos momentos memorables en los que tendrá que tirar de ingenio para salvar apuros, Paula Iwasaki desborda teatralidad y matices.

La historia tiene cuatro caballeros, Febo, Rosicler, Floriseo y Meridián,  y un fauno temible y salvaje. Tres actores se reparten estos papeles con talento y buen decir del verso, brillando el monstruo al que encarna Miguel Ángel Amor, el Febo de Mikel Aróstegui y el criado Malandrín de Alejandro Pau, un buen trío de personajes e intérpretes. Mucho talento también en el dúo femenino, en parte porque en esta pieza sus personajes, Lindabridis y Claridiana, son de armas tomar, literalmente. Si la primera, princesa que da título a la obra, encuentra en Inés González una voz y expresión claras que hacen próximo el texto, la segunda, dama transformada en caballero con algunos momentos memorables en los que tendrá que tirar de ingenio para salvar apuros, es una Paula Iwasaki que desborda teatralidad y matices. En Claridiana convergen Don Gil, Belisa y Rosaura, ese arquetipo que fue el galán fingido y que tan buenos momentos deja no sólo en Calderón sino en Lope de Vega, inventor del subterfugio, y Tirso de Molina, entre otros autores.

Bromas aparte sobre la ficción aérea y sus conexiones niponas, quizá donde más se aprecia el genio de Calderón es en su capacidad para convertir, ya entonces, a sus mujeres en heroínas adelantadas a las actuales olas feministas. No solo por el mencionado disfraz de Claridiana, sino porque durante buena parte de la función, sus heroínas habrán puesto en apuros a unos y otros, elegido y demostrado su ingenio. Por más que en los finales -las obras se cerraban como mandaba la costumbre- siempre haya un matrimonio en el que las aguerridas damas se tragan su orgullo y hacen lo que de ellas se espera.

La nave de Zamora sigue siendo, desaparecida la inolvidable Alicia Lázaro, una compañía teatral y musical para la que recuperar los sonidos, canciones y partituras barrocas es tan importante como el teatro al que estas músicas acompañan. En este montaje, más si cabe, con una tonadilla napolitana hermosa que sirve de leit motiv (Si li femmene purtasero la spada, ya ven por dónde van los tiros), y una abundancia de fuentes e investigación musical, sabia labor de Miguel Ángel López y Alejandra Saturno que llevan a escena un trío de músicos, Isabel Zamora, Alfonso Barreno y Alba Fresno.

Al margen del aspecto musical, este Castillo es un juego constante, una obra de ingeniería -léase un derroche de ingenio- en la que Zamora hace moverse tanto a los intérpretes como a las piezas que conforman la escenografía. Placas de madera, bancadas y puertas sirven para adentrarnos en grutas, crear playas o viajar por los aires en la misteriosa fortaleza flotante. Bravo por el delicado puzle escenográfico que firman Cecilia Molano y David Faraco. Subida también a lomos de soluciones imaginativas con sus actores, como la recreación de un grifo, criatura alada mitológica, con un grupo actoral compacto, Zamora deja momentos que permanecen en la retina y regresa a la magia de propuestas tan imaginativas, salvando las distancias estilísticas y los lenguajes empleados, como aquel Auto de los cuatro tiempos. Un regreso para la compañía a su mejor versión.


Texto: Pedro Calderón de la Barca. Arreglos y dirección musical: Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno. Vestuario: Deborah Macías (AAPEE). Escenografía: Cecilia Molano y David Faraco. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Coreografía: Javier García Ávila. Intérpretes: Miguel Ángel Amor, Mikel Arostegui, Alfonso Barreno, Alba Fresno, Inés González, Paula Iwasaki, Alejandro Pau, Isabel Zamora. Teatro de la Comedia (Sala Principal). Madrid.

Fotos:  Sergio Parra

 

Estrellas Volodia

3 respuestas a «La Nao, de nuevo en lo más alto»

  1. Me gustó. Encontrar a un Calderón casi feminista me ha fascinado.
    El trabajo de los actores es más que aceptable, pero sin lugar a dudas, la presencia escénica de Paula engrandece la obra.
    Solo a modo de pequeña crítica, me faltaron momentos brillantes, esos momentos que cierran actos deberían ser más impactantes y mágicos. Demasiada linealidad.
    Quizá porque el público estaba bastante frío, puede ser. No se dio la complicidad necesaria entre actores y público.

    1. Muchas, gracias, Fernando. Disculpa la tardanza en la respuesta, en esta página filtramos los comentarios para evitar el spam y los contenidos que no tengan que ver con teatro, y a veces lleva algún tiempo aprobar y responder. Sin duda, la función lo merece. Y te agradezco de corazón tus palabras sobre esta página. Nos encanta tener lectores tan entusiastas. Un abrazo!

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