Hay que vivir, o Chéjov según Guindalera

TÍO VANIA

Ocurre con ciertas obras que nunca sobran. Nunca está de más tener en cartelera un Hamlet, un Fuenteovejuna, un Tío Vania. Da igual las veces que se vean: lo intemporal y la belleza de esta categoría de textos hacen que agradezcamos su presencia como antídoto contra el teatro “olvidable”. Si además vemos un montaje de calidad, o uno revolucionario, que nos marque, miel sobre hojuelas. El Teatro Fernán Gómez acaba de estrenar Tío Vania, con la firma de Guindalera. Y quienes conozcan la sólida trayectoria de esta compañía sabrán que a priori quizá no cabía esperar lo segundo pero sí lo primero, la calidad. Y, visto el montaje, el prejuicio se confirma, sin que a la revolución se la eche en falta.

Juan Pastor y Teresa Valentín-Gamazo, pareja teatral y vital, si es que en este caso cabe esa distinción, llevan décadas apostando por una sencillez en la que la estética y el respeto por los textos es importante, un viaje al gran repertorio de los siglos XIX y XX que cuida el oficio del actor, y que se apoya en el sentido y el conocimiento en la puesta en escena.  Ambos son padres de padres de María Pastor, actriz de garra y talento, tercer vértice de esta compañía familiar que antes fue también espacio de exhibición y producción, el Teatro Guindalera (2003-2019).

Aunque aquel bello sueño acabó, ellos siguen soñando de teatro en teatro, ahora con este Chéjov con el que completan una trilogía de obras recientes, pues antes habían hecho El juego de Yalta de Brian Friel (montaje inspirado en el cuento La dama del perrito), y Tres años, inspirada en la novela de Chéjov. Y, antes, en aquel Teatro Guindalera donde abundaba el teatro de calidad, estrenaron En torno a la gaviota de Chéjov (2005) y Tres hermanas (2015). Pocos en España han estrenado a Chéjov tanto como Pastor, acaso tan solo Ángel Gutiérrez.

En este Tío Vania, el director vuelve a sus señas de identidad: juego y respeto. También, y esta es más sutil, luminosidad. No ya espacial -sin duda es bello el trabajo de iluminación de la pieza- sino vital. Tío Vania es a menudo visitado como una oda a la desesperación y la melancolía. Las vidas de Vania y Sonia carecen de sentido, perdido su último tren para el amor. Así, condenados a una existencia en la sombra y la soledad cuando aún les quedan años de vida por delante, las palabras finales de la obra tienen un regusto a resignación.

Esta propuesta, en cambio, propone una escenificación que deja abiertas puertas, y perdón pero aquí tengo que hacer algo de destripe (llámenlo spoiler o como prefieran). Mantener a Ástrov en proscenio en el cierre da una sensación de que no todas las cartas están jugadas. Quién sabe, quizá algún día el buen doctor regrese. Esa esperanza, esa mirada humana y optimista, impregna muchos montajes de Guindalera. Parece que esta gente de teatro que lleva años en el oficio nos dijera: sonrían, siempre hay un mañana y quizá sea mejor. Amor, en definitiva por sus criaturas, a las que no juzgan ni etiquetan .

Da la sensación de que esta gente de teatro que lleva años en el oficio nos dijera: sonrían, siempre hay un mañana y quizá sea mejor. Amor, en definitiva por sus criaturas, a las que no juzgan ni etiquetan

Tío Vania es aquí un estupendo Luis Flor, actor que parece encontrar el sentido chejoviano del personaje. Quizá sea solo personal, pero me gusta como ha sido caracterizado -bello y elegante todo el vestuario de la propia Valentín-Gamazo– y cómo se aproxima al personaje con sus excesos y su humor maduro. Porque Vania es una mente lúcida y cargada de razones, a la vez de un fracaso vital. En definitiva -por si alguien no conoce la obra- Chéjov nos acerca durante un verano a un grupo de personas en una hacienda rural de la Rusia de finales del XIX que tiene cuatro pilares: Vania, cuarentón que ha dado sus mejores años y sacrificado su patrimonio para que otro pudiera brillar; ese otro será Serebriakov (José Maya), eminencia fatua y cargante, un profesor en horas bajas; la joven esposa de este último, la bella Elena (María Pastor), deseada por Vania y por el doctor Ástrov (Alejandro Tous), médico que solo aspira a ser uno con la naturaleza; y Sonia, sobrina de Vania, una joven poco agraciada e invisible a los ojos de Ástrov. Con todos ellos vive la hermana de Serebriakov (Aurora Herrero). Tiene esta compañía trabajos sólidos en general, con una inteligente recreación de María Pastor, aunque destaca para quien este firma la variedad y riqueza de registros de Maya y de una sorprendente Gemma Pina, una Sonia fascinante con su resignación resuelta en miradas y matices.

Tío Vania | Guindalera | Dirección: Juan Pastor

Es complicado sorprender a estas alturas con una visión novedosa de Chéjov (por supuesto, las hay). Decía al comienzo que Pastor no es director revolucionario. Pero hay, en cualquier caso, ideas sugerentes y originales. En la dramaturgia, Pastor da la vuelta a más de un momento de la obra -los célebres disparos, que llegan más tarde, por ejemplo-, “limpia” a algún personaje y transforma algunos parlamentos en oratorios, como si Ástrov fuera narrador de la historia, porque sí, hay una historia que merece ser recordada. Así, dirigiéndose al público, rememora “aquellos años” y nos acerca e interesa. Es una sabia vuelta de tuerca a un clásico que no necesita de inventos, pero al que el juego, si se hace bien, ayuda a no dejar de ser actual.

Es complicado sorprender a estas alturas. Pero hay ideas sugerentes y originales. Así, el director transforma algunos parlamentos en oratorios, como si Ástrov fuera narrador de la historia

El otro acierto de este montaje es su espacio escénico. Pastor apuesta por una sobriedad clásica, con algunos muebles de madera antiguos, presididos por una mesa que se convierte en corazón de la hacienda (¿dónde si no en torno a una mesa de cocina o de salón se habla, se discute y se vive?), pero en otras escenas hace de toda la caja escénica una gran Rusia rural con una proyección de estrellas nocturnas. Poco a veces es mucho.

Vuelvo a la idea de la puerta abierta, el optimismo que trasciende, como segunda lectura, escondido con discreción, entre el pesimismo más evidente. Chéjov arranca el texto final de Sonia con las conocidas palabras a Vania: “¡Qué se le va a hacer!… ¡Hay que vivir! ¡Viviremos, tío Vania!”. Quiero creer que un rayo de esperanza se cuela entre bambalinas, en los ensayos, en la idea de este montaje. Y si estoy equivocado, nada se pierde. Así lo viví.


Autor: Anton Chéjov. Dirección: Juan Pastor. Música: Marisa Moro y Pedro Ojesto. Reparto: Luis Flor, Alejandro Tous, María Pastor, Gemma Pina, Aurora Herrero, José Maya. Espacio escénico: Juan Pastor. Iluminación: Raúl Alonso. Vestuario: Teresa Valentín-Gamazo. Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa (Sala Guirau). Madrid.

Fotos: Eva París

 

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