RABIA
A medio camino entre el relato social y la premisa de película de terror, aunque muy lejos en tono de esta última, Rabia aborda un episodio imaginado previamente por el cine: un hombre que vive encerrado en un hogar ajeno sin que nadie de quienes allí viven lo perciba. En este caso, más que con la española El habitante incierto, pensemos en la lectura social de la coreana Parásitos. El narrador, huido de la justicia, se esconderá en la mansión donde su novia es asistenta, en lo alto de una buhardilla en la que sólo las ratas le harán compañía.
Lo que al comienzo parece ser cosa de unos días, se irá convirtiendo en una forma de vida mísera y clandestina. José María es un Segismundo contemporáneo, encarcelado no por un padre tiránico sino por una sociedad que lo ha abocado a un extremo del que no sabe encontrar salida, parece decirnos el autor de la novela original en que se basa este monólogo, el argentino Sergio Bizzio. Un Segismundo lleno de furia y con poco ruido, pues el sigilo será clave en su nueva vida.
José María es un Segismundo contemporáneo, encarcelado no por un padre tiránico sino por una sociedad que lo ha abocado a un extremo del que no sabe encontrar salida
Las manos sabias de Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti, adaptadores y codirectores, convierten un monólogo en un objeto teatral vivo y rico, con cambios de espacios y de perspectivas moviendo apenas unas escaleras móviles y jugando con la luz, soberbio el trabajo de Juan Gómez Cornejo.
Pese a ello, el problema que lastra a Rabia o lo aleja de lo que llamaríamos un espectáculo memorable reside en su argumento, su asunto. A la historia le falta verdadero interés, más allá de que tenga una lectura social. O, mejor dicho, sociopolítica, si queremos leerla en su contexto argentino. Jack Nicholson sentenciaba en el fabuloso thriller policial Infiltrados que EE UU es un país de ratas -hablaba allí de la corrupción y el crimen organizado-, y la Argentina retratada por Bizzio vendría a ajustarse a la misma descripción con una clara animadversión de clase. José María es un antihéroe, una víctima del sistema empujado por los abusos laborales y sociales, un vengador sin nada que perder que zanjará con una violencia atávica los desmanes de los señoritos, las ratas con dos patas de esta historia.
Pero el mensaje de lucha de clases, que es parte de un subtexto muy poco “sub” -todo es bastante obvio-, queda diluido en un perezoso retrato de la vida en la caverna de nuestro particular parásito, una descripción morosa de sus paseos en silencio por la casa para ir al baño, conseguir comida o espiar a su amada. Lo que de inane tiene el día a día del hombre infiltrado lo salva el buen hacer sobre el escenario de Tolcachir, de quien hemos visto fabulosos trabajos como director en el pasado y a quien nos faltaba descubrir en su primera faceta, la de actor.
Para pobres desgraciados, me sigo quedando con los protagonistas de La omisión de la familia Coleman o con los oficinistas de Tercer cuerpo. Para ratas, con las de Scorsese. Por lo demás, Rabia tiene la virtud de ser una pieza correcta en lo formal. Y breve.
Adaptación: Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti, María García de Oteyza, Mónica Acevedo, a partir de la novela de Sergio Bizzio. Dirección: Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti. Intérprete: Claudio Tolcachir. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Espacio sonoro: Sandra Vicente. Videoescena y escenografía: Emilio Valenzuela. Teatro de La Abadía. Madrid.