ABRE EL OJO
A años luz por temática de las comedias galantes de Lope de Vega o de los dramas de honor de Calderón de la Barca, pero a una digna distancia en altura de verso -sin alcanzar a uno ni a otro, pero con suficiente ingenio y juego-, el toledano Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648), casi coetáneo del segundo, vuela a ras del suelo en Abre el ojo, uno de sus títulos más celebrados, para acercarse a los amoríos del pueblo. No necesariamente de la clase baja, pues hay aquí regidores y caballeros, pero sí en cualquier caso, unos vaivenes amorosos de los habitantes del Madrid áureo, desprovistos de todo boato, con verso ágil y directo, en los que no hay personaje sin miseria al que no mueva el dinero o la posición social.
Un juego de intereses creados en el que quién más y quien menos engaña o es engañado, es cobarde o vividor, es torpe o patético. El resultado, como demuestra esta nueva producción del clásico a cargo de Eduardo Vasco y su compañía, Noviembre Teatro, es divertido a rabiar, cuatro siglos más tarde, y tiene un enorme valor sociológico e histórico.
Con Rojas Zorrilla descubrimos que en el XVII no todas las damas eran inmaculadas, y que la necesidad avivaba el ingenio. Y así Doña Clara -el nombre tiene guasa- corresponde al cortejo de hasta cinco caballeros, casquivana pero con las ideas meridianas: entre unos y otros pagan su alquiler y la mantienen mientras ella vive libre y cede lo que quiere. Hoy diríamos que es mujer libre y adelantada a su tiempo. Esto dará celos al galán Don Clemente, uno de los que la cortejan. Pero tampoco él se libra, porque anda enredado con tres damas diferentes. Hoy diríamos que es un mujeriego. A Don Julián de la Mata, por su parte, le sobran mano larga y ganas de pendencia y le falta claramente un hervor, amén de ser un pesado al que sus conocidos evitan. Y Juan Martínez, regidor de Almagro, es un patán que airea su cargo como quien saca músculo ante las damas.
El autor de comedias debió de pasarlo en grande desnudando los enredos de aquel Madrid en el que, más allá de condes y caballeros, pululaban todos estos tipos de segunda.
Con Rojas Zorrilla descubrimos que en el XVII no todas las damas eran inmaculadas, y que la necesidad avivaba el ingenio. Y así Doña Clara corresponde al cortejo de hasta cinco caballeros
Acudo para titular estas líneas a la conocida letrilla satírica de aquel gigante con el que coincidió en ese Madrid de letras áureas nuestro toledano autor. Hablo claro de Poderoso caballero es Don Dinero, versos famosos de Quevedo, quien, por cierto, apoyó a Rojas Zorrilla en alguna ocasión. En las idas y venidas de los personajes de esta comedia, tener o no tener es clave. Es en este sentido el padre de la “comedia de figurón” un hábil cronista de las miserias sociales.
Vasco se apoya una vez más en Lorenzo Caprile, que con inteligencia apuesta por unos figurines que, si al comienzo de la función no encajan en el canon de belleza logrado por otros montajes del diseñador, enseguida demuestran tener su razón de ser: parece obvio que Caprile ha querido que el aspecto de los protagonistas retrate su patetismo. Sus atuendos los revelan como lo que son, un quiero y no puedo, una España que vivía como podía, con una torpe ostentación, mientras la clase y la elegancia se hallaba en otros barrios.
Vasco lleva décadas aplicando su mirada a los clásicos y se nota la experiencia del director, que estuvo al frente de la CNTC y maneja los hilos de la comedia áurea como pocos
Juega Vasco con una escenografía rotatoria de Carolina González para meternos en pisos de alquiler de la época y casonas de viudas, y el enredo va funcionando con soltura, apoyado en el buen hacer de una compañía que dice el verso con cabeza y que tiene armas cómicas de sobra. Vasco lleva décadas aplicando su mirada a los clásicos y se nota la experiencia del director, que estuvo al frente de la CNTC y maneja los hilos de la comedia áurea como pocos.
En cabeza del reparto, una estupenda Ana Rayos, con coquetería e ingenio en Doña Clara, dama a la que dota de lo que los chavales ahora llaman “calle”, y Rafael Ortiz, un sólido Don Clemente. Ambos son actores con larga relación con la compañía o con la etapa de Vasco al frente del Clásico y se nota en el funcionamiento de la comedia, a la que Vasco ha añadido canciones que subrayan lo patético del choque de clases y de sexos.
Con ellos, divertidos y acertados trabajos del resto del equipo, en el que destaca la comicidad de Alberto Gómez Taboada, que saca todo el partido al descerebrado Don Julián de la Mata, un personaje que alcanza el paroxismo en el duelo a cuatro bandas. Un choque de espadas con el que Rojas Zorrilla se ríe también de las grandes cuestiones del honor y la sangre y con el que comprendemos que incluso entonces había quien veía con distancia lo de matarse por cualquier nimiedad.
Texto: Francisco de Rojas Zorrilla. Versión y dirección: Eduardo Vasco. Escenografía y atrezzo: Carolina González. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Vestuario: Lorenzo Caprile. Música y canciones: Eduardo Vasco. Maestro de armas: José Luis Massó. Reparto: Rafael Ortiz, Elena Rayos, Alberto Gómez Taboada, Manuel Pico, Jesús Calvo, Celia Pérez, Mar Calvo, Anna Nácher, Daniel Santos. Teatro Fernán Gómez (Sala Guirau). Madrid.
Foto: Geraldine Leloutre