Cris Blanco escapa al horizonte de sucesos

PEQUEÑO CÚMULO DE ABISMOS

Hoy sabemos que el universo está plagado de singularidades. Nadie sabe qué sucede en el interior de un agujero negro. La ciencia ha lanzado diferentes hipótesis y la ciencia-ficción, en libros o en cine, ha jugado a imaginar posibilidades. La de Christopher Nolan en Interstellar es una de las más fascinantes, también de las más improbables.  Y luego está Cris Blanco y Pequeño cúmulo de abismos. O cómo se puede jugar a la fantasía cósmica sin salir de un teatro para hablar de barrio, de barreras de clase, de memoria familiar y de precariedad. Y hacerlo con una ironía estelar que no necesita cohetes para despegar.

Un agujero negro es en su nacimiento una estrella supermasiva que acaba colapsando sobre sí misma y se convierte en un punto de masa descomunal y mínimo volumen, un lugar en el que la atracción de la gravedad es tal que nada es capaz de escapar de allí, ni siquiera la luz. La hipotética nave u objeto que se acerque a un agujero negro llegará a un punto de no retorno. La luz queda atrapada a partir de lo que llamamos horizonte de sucesos. Una vez lo cruza, queda prisionera de la fuerza del astro.

Pero todo esto es lo de menos, al menos para el espectador de Pequeño cúmulo de abismos, que más allá de que el programa de mano prometa un viaje cuántico, encontrará en esta obra de la creadora madrileña un montaje que reivindica una trayectoria en los márgenes de lo comercial. Incluso, casi, en los márgenes de lo alternativo. Es reconfortante encontrarse con un montaje de un sutil y mundano humor que, sirviéndose del teatro dentro del teatro, igual se ríe de las grandes instituciones culturales que de los popes de la vanguardia. Cris Blanco, parece decirnos, crea como puede, como le van dejando, y en ese esfuerzo no plegado a cánones ni escuelas, se mantiene fiel a sí misma. Y aunque ha caminado por la performance, este Pequeño cúmulo de abismos es teatro con todas sus letras: una propuesta dramática cargada de humor, diálogo y hasta escenografía, aunque hay que esperar para verla.

Me lo pasé como un niño chico viendo el carisma escénico de Blanco y de Rocío Bello, y es imposible no disfrutar con las metáforas de la destrucción del teatro establecido

En escena, Cris Blanco es ella misma, artista invitada por el CDN. En un ensayo de la obra que va a montar, comenzará a interactuar con una casismática regidora. Más tarde, otros personajes de la vida del teatro -el director del CDN, una guardia de seguridad- aportarán momentos de color geniales a este viaje por los intersticios de la creación más modesta, también la que, sin abandonar la creatividad y la mirada hacia delante, no olvida la importancia de estar cercana a la gente, a lo popular.

Me lo pasé como un niño chico viendo el carisma escénico de Blanco y de Rocío Bello, y es imposible no disfrutar con las metáforas de la destrucción del teatro establecido y con lo que de vodevil de ciencia ficción tiene una historia con agujeros en las paredes del principal centro teatral de España y laberintos de realidades según avanza la función.

No contaré mucho más por aquello de no destripar. Pero es obligado cerrar señalando que el final de Pequeño cúmulo de abismos, que introduce la constelación familiar y la memoria personal en escena, es uno de los momentos más hermosos e ingeniosos que he visto en un teatro en los últimos tiempos.


Dramaturgia: Rocío Bello, Cris Blanco, Óscar Bueno, Anto Rodríguez. Dirección: Cris Blanco. Reparto: Oihana Altube, Rocío Bello, Cris Blanco e Íñigo Rodríguez-Claro. Escenografía: Pablo Chaves. Iluminación: Miguel Ruz Velasco. Vestuario: Jorge Dutor. Diseño sonoro: Carlos Parra. Vídeo: Marta Orozco. Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa). Madrid.

Fotos: Geraldine Leloutre.

Estrellas Volodia

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