Debate mayorguiano a las puertas de la Academia

Juan Mayorga ha entrado en la Real Academia Española. En realidad, puedo añadir poco: era natural. Cuestión de tiempo. Sin menospreciar los méritos de Dolores Corbella, la filóloga con la que competía por el sillón, los del dramaturgo madrileño merecen de sobra el honor. Comprenderán que en una cueva como ésta, que toma su nombre de uno de sus personajes, sintamos cierta querencia –siempre crítica- hacia la obra de uno de los mejores escritores de teatro en activo de las últimas décadas, amén de uno de los más estrenados dentro y fuera de España. Comoquiera que Volodia –el crítico- es un tipo poco fiable para un elogio, he invitado a una charla con él a varios de los personajes de Mayorga. Ojo, ya saben aquello de matar al padre…

Debate mayorguiano a las puertas de la Academia

 

Dramatis personae

Volodia. Un temido crítico teatral. Protagonista de “El crítico. Si supiera cantar me salvaría”.

Scarpa. Un dramaturgo de éxito. Protagonista de “El crítico. Si supiera cantar me salvaría”.

Copito de Nieve. El gorila albino del zoo de Barcelona. Protagonista de “Últimas palabras de Copito de Nieve”.

Harriet. Una tortuga de 200 años de edad que les cuenta a varios científicos sus peripecias entre los hombres. Protagonista de “La tortuga de Darwin”.

John-John, Odín y Enmanuel. Tres perros que compiten entre sí por un puesto en una unidad de élite anti-terrorista. Protagonistas de “La paz perpetua”.

El comandante. Un mando alemán. Tiene a su cargo un campo de concentración nazi durante la II Guerra Mundial. Protagonista de “Himmelweg. Camino del cielo”.

Gottfried. Un judío del campo de concentración, obligado por el comandante a montar una farsa para hacer creer que la vida en aquel lugar es idílica. Protagonista de “Himmelweg. Camino del cielo”.

El delegado. Un observador enviado por Cruz Roja al campo de concentración nazi. Protagonista de “Himmelweg. Camino del cielo”.

Bobby Fischer y Boris Spasski. Dos famosos jugadores de ajedrez, estadounidense y ruso respectivamente. Protagonistas de “Reikiavik”.

Bulgakov. Célebre novelista ruso. Protagonista de “Cartas de amor a Stalin”.

Alto y Bajo. Dos vecinos. Protagonistas de “Animales nocturnos”.

La nieta del cartógrafo. Una niña del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi. Protagonista de “El cartógrafo”.

El Gordo y el Flaco. Célebres actores del cine mudo. Protagonistas de “El Gordo  el Flaco”.

Germán. Profesor de literatura en un instituto. Protagonista de “El chico de la última fila”.

El chico de la última fila. Claudio, un alumno callado que sorprenderá a su profesor, Germán, con su redacción. Protagonista de “El chico de la última fila”.

Acto I (y único)

Volodia: Sí, sí, Mayorga, el importante autor, el más estrenado, pero, ¿en la RAE? ¿Un dramaturgo realista?

Copito de Nieve: ¿Realista, dice? Un amante de la palabra, sí, un defensor de las ideas. Pero eso de que un gorila cuente su vida no es muy realista…

Harriet: O una tortuga.

Copito de Nieve: Sí, pero Harriet, tú eres más humana que los humanos. Te presentas allí, ante los científicos, a contar tu vida, y de paso la de Europa, con sus guerras y sus crisis, y con tu naturalidad dejas al género humano en cueros.

El comandante: ¿Qué sabrán una tortuga y un gorila albino de ideas, de textos, de filosofía?

Copito de Nieve: Olvidas que me estoy muriendo. “Últimamente he leído mucho sobre ello, sobre el tránsito. Sócrates, Séneca, Kierkegaard…”. Me encuentro al borde de una inyección letal tras una vida dedicada a ser la imagen de Barcelona.

El chico de la última fila: Qué pesadez. ¿Podemos hablar de literatura o de matemáticas? Son las asignaturas que se me dan bien. Se lo dije al profe: “La filosofía me da sueño (cierra los ojos). Aristóteles. Familia. Destrucción. Zerstörung. Alemania. Grecia. China…”. Yo habría escrito una buena novela con las patéticas vidas de cualquiera de estos (señala al resto de presentes)… Déjenme entrar unas cuantas tardes en sus hogares y les sorprenderé. Y si no me dejan… “Siempre hay un modo de entrar a cualquier casa”. Mi profesor lo sabe.

La paz perpetua / Foto: Ros Ribas

Copito de Nieve: Soberbia y juventud. Un cóctel peligroso. La historia lleva a lugares terribles cuando no nos hacemos las preguntas adecuadas. Mira, chaval, tú eres joven para entenderlo y tienes la cabeza hecha un lío. Yo, en cambio, llego al final de mi vida. ¿Crees que montaré un cirio por ello? Puedo citarte las trece razones según Montaigne para no temer a la muerte. No, claro, tú que sabrás.

Harriet: Igual que ese comandante: él es quien trae la destrucción, con su esvástica y su uniforme. ¿Cómo va a haber pensado mínimamente sobre la vida o la muerte? Sí, nosotros, las bestias, ya reflexionamos por vosotros… Os lo damos mascado. ¿No se merece eso un gesto de agradecimiento?

John-John: (Olisqueando con desconfianza al crítico) Al amo le gustan las fábulas. Está claro.

Volodia: (Apartándose del perro como puede) Pues vale. ¿Y qué? Le gustan las fábulas. Y en sus obras unos cuantos bichos hablan y citan a filósofos. ¿Qué, metemos a Esopo y a La Fontaine en la Academia? ¿Cuentitos infantiles?

Germán: No sea cínico. “La gente necesita que le cuenten historias. Sin cuentos, la vida no vale nada”. Esto es lo que le digo a mi alumno, ese chico de la última fila. Tome nota.

Odín: ¿Cuentos infantiles? Hágase revisar la bilis, amigo (enseña los colmillos). A usted, allí en su cueva oscura e impregnada de mezquindad, me gustaría verle escribiendo una parábola con animales antropomórficos sobre el fin y los medios, y la justificación última de la tortura cuando hay vidas inocentes en peligro. A usted, cara de acelga, me gustaría olerle el miedo mientras trata de acertar en la pregunta, sí, no me ponga esa cara, en la pregunta, no en la respuesta. Es una duda kantiana de gran calado, y que él plantea mediante un drama de altura.

Enmanuel: Yo lo tenía claro, tú, amigo Odín, no tanto. ¿Seríamos capaces de torturar para salvar a inocentes? “Si tocamos a ese hombre, justificaremos su tenebrosa visión del mundo”. Eso pienso. Eso digo. Pero claro, ese comandante nazi jamás reflexionará sobre la tortura. Para él no es un dilema. Disfruta con ella… Prometía salvar a esos judíos si interpretaban aquella farsa en su campo, pero los trenes seguían llegando, noche tras noche, y las chimeneas seguían funcionando…

La Tortuga de Darwin

El comandante: “Todos queremos saber qué podemos esperar. Pero la vida es incertidumbre”. Se lo dije a aquel judío. Nunca prometí nada. Berlín me eligió y era algo que debía hacerse, y para mí eso significa que debía hacerse bien. ¡Qué sabréis vosotros, bestias! El perro –seguro que es judío- está haciendo un juicio de valor. Drama de altura. ¡Ja! El tiempo lo dirá… Los vencedores escriben la historia con la tinta de las mentiras.

Gottfried: Tiene gracia que usted, precisamente, saque el tema de la mentira. Usted que montó un gran teatro en el campo de concentración para engañar al delegado de la Cruz Roja que fue a visitarlo en plena guerra. Nos asesinaban a millares, pero logró hacer que aquel funcionario suizo viera lo que le interesaba hacerle ver: un oasis, un lugar idílico. Una gran mentira que funcionaba como un reloj.

El comandante: ¡Una gran mentira, sí!, pero no lo que dice ese Mayorga que ocurrió, sino lo que cuenta en su teatro. ¡Mentira todo!

El delegado: Ojalá, herr “director”. Pero fue real. Ocurrió en Terezín, aunque yo me tuviera que enterar después, por la prensa. Fuimos allí, al campo de concentración, a dar fe de lo que viéramos. Pero, ¿qué podía hacer? “Yo no había visto nada anormal, yo no podía inventar lo que no había visto. Yo hubiera escrito la verdad si ellos me hubieran ayudado. Una palabra, un gesto”. Eso dije entonces…

Gottfried: El comandante me obligó a repetir una y otra vez aquella farsa, en busca de la perfección. Quizá estaba tan obsesionado con su mentira que él mismo llegó a creérsela.

Volodia: Ah, pero fue teatro. Terrible, pero teatro. Se lo dije a ese mediocre tipo que vino a verme aquella noche a mi casa y lo repito aquí: “Sólo hay dos modos de escribir, Scarpa, a favor del mundo o contra el mundo. A la larga, sólo perduran los que escriben contra el mundo, pero pocos se atreven, pocos se atreven a decir la verdad”.

Scarpa: Ya está con sus frases, creyéndose en poder de “la verdad”. Le diré yo también algo: “Usted cree que la desgracia es más noble que la felicidad. El que está preso de tópicos es usted. El dolor tiene un prestigio que no merece”. Esa farsa del campo nazi fue otra cosa. El teatro no asesina a la gente.

"Reikiavik", de Juan Mayorga
“Reikiavik”, de Juan Mayorga

Bobby Fischer: Amigos, calma, la vida tiene mucho de teatro. Y ese juego es enriquecedor, retuerce el lenguaje y la lógica, nos obliga a situarnos una y otra vez en coordenadas diferentes.

Gottfried: A usted no le obligaron a actuar contra su voluntad en medio del horror.

Bobby Fischer: No. Pero no crea, todos actuamos. Yo mismo no soy Bobby Fischer, el genial ajedrecista norteamericano, sino Waterloo, un aficionado que a diario recrea en un parque junto a su viejo conocido, Bailén, la célebre serie de partidas de Bobby Fischer contra Boris Spasski. La Guerra Fría se jugaba sobre un tablero de 64 escaques y la responsabilidad era enorme… en nuestra ficción. En mi vida real, soy un tipo obsesionado con  revivir una y otra vez la misma partida. ¿Le parece poco horror? Pero no me quejo: mi vida tiene un propósito bello y matemático.

Boris Spasski: Claro, porque ganas una y otra vez. Otros salimos peor parados…

John-John: Seréis capaces de quejaros. Os toca repetir una hermosa partida de ajedrez. Mi propósito en la vida nunca será entendido. Yo no dudaría en hacer lo que le piden a ese blando de Enmanuel, con sus principios y sus titubeos: si debo torturar a los malos para salvar vidas inocentes, lo haré.

Harriet: ¿Qué inocentes? ¿Qué malos? ¡A mí los científicos quieren viviseccionarme y analizarme en beneficio de la ciencia! Ustedes, los humanos, y sus lacayos, los perros, llevan la semilla del mal en su raíz… ¡Desde que Darwin me sacó de mi isla y me introdujo en la civilización he visto a su especie cometer las mayores atrocidades y justificarlas siempre por ésta o aquella ideología!

Gottfried: ¡El Holocausto! ¿Hace falta decir más?

Bulgakov: ¿Y Stalin? No se olviden del camarada… Qué ciegos estuvimos. La devoción, la entrega, la sumisión… Nuestra patria silenciada y ajusticiada, hundida en el régimen más feroz.

Últimas palabras de Copito de Nieve

El comandante: No sea hipócrita. Usted le enviaba cartas sin cesar, implorándole que le dejara volver a escribir. Buscaba su perdón y su protección pero amaba su paraíso soviético. Para mí, son la misma basura comunista.

Bulgakov: ¡No! Yo quise salir, pero no me dejaron. La locura se apoderó de mí. Nuestra vida, la de mi esposa y la mía, estaba marcada. Cómo va a entenderlo. Usted no tuvo hermanos, vecinos, amigos deportados. Y a la vez, ¿qué podía hacer? Yo era un escritor y el antiguo régimen había sido borrado. Habíamos luchado codo con codo, habíamos caminado juntos. Y de repente nuestra idea se volvía contra nosotros. Era el peor de los destierros, la peor de las condenas. Y entonces, aquella llamada de Stalin, y aquella incertidumbre. ¿Qué había hecho mal? ¿Y qué podía hacer para arreglarlo?

Gottfried: No, usted no entiende nada. Para usted era fácil, sólo tenía que decidir quién vivía y quién moría… Eso sí, con su exquisita formación. No, usted no era como los otros nazis. Tenía cultura. Había leído a Shakespeare, a Moliére, a Calderón. Amaba el teatro. O eso creía: porque el teatro es vida. Lo que usted hizo en aquel lugar fue otra cosa: un espejismo cruel.

Volodia: Se están poniendo sentimentales. De acuerdo, fabula con animales antropomórficos, plantea dudas filosóficas y morales, viaja por la historia señalando a unos y otros… ¿Y eso qué aporta al castellano?

La nieta del cartógrafo: Es usted insufrible, Volodia. Usted mismo sirve como reflexión sobre el papel del teatro, su esencia última. Cómo se nota que no sufrió en un gueto como el de Varsovia. Yo podría contarle tantas cosas… Además, tiene, aunque no lo sepa, un nombre ruso, diminutivo de Vladimir. Sea más amable con Bulgakov: podrían ser hermanos.

Volodia: Mi única familia fueron mis padres. Me criaron en un teatro, donde mi padre era acomodador y guardaba estos libros de cuentas en los que ahora yo escribo mis críticas. Y está mi mujer, claro. Las lágrimas que derraman ustedes resbalan sobre el tejado de mi hogar. Odio la sensiblería y los mensajes fáciles pensados para captar la atención del mercado. Scarpa, ese vendido, lo sabe bien. Tenía el talento, pero prefirió el aplauso… Y jugó sucio. No debí haberle abierto la puerta aquella noche.

El cartógrafo

La nieta del cartógrafo: Siempre igual, Volodia. No nos aburra con sus problemas conyugales mal resueltos y sus viejas rencillas con un dramaturgo. Mire, ¿quiere argumentos léxicos, gramaticales, dramatúrgicos para entender qué pinta Mayorga en la RAE? Eche un vistazo al laberinto, al mapa de obras como la que yo habito: en un acto soy una niña en el Gueto de Varsovia que ayuda a su abuelo, un viejo cartógrafo, a trazar un mapa de su encierro entre las ametralladoras nazis, pero no un mapa cualquiera, sino uno humano: los rincones donde tuvo lugar una conversación, un beso, una transacción prohibida… Y luego, años después, podría ser una anciana conferenciante que es la memoria del horror, pero que se niega a responder por las claras si fue o no aquella niña. Ahí hay una mente que usa el lenguaje para crear estructuras, mundos, historias, espejos que nos reflejan. Mi abuelo habría hecho un bello mapa de las ideas que hay escondidas en su obra.

El comandante: ¡Bah!, trucos dramatúrgicos, efectismo barato. ¿Por qué es importante? Es todo mentira, ¡nunca hubo cartógrafo ni niña!

La nieta del cartógrafo: No. Pero es importante porque la leyenda ayuda a sostener la memoria.

El delegado: Y porque el horror solo puede contarse desde la invención y la ficción, y pretender imitarlo es obscenamente pretencioso. ¿Cómo recrear las cámaras de gas, los millones de muertos, los ejecutados, las violaciones, el hambre, el frío, el miedo? No se puede. No se debe. Hay que inventar. Aunque sea a costa de un hombre ingenuo que fue víctima de sus propios ojos.

Alto: Se les llena la boca con el horror, pero se olvidan de mí. De los hombres que a diario somos aplastados por sus iguales con un pequeño gesto, una mínima acción, una esclavitud cotidiana…

Bajo: Silencio, no recuerdo haberte dado permiso para hablar. Perdónenle, es de fuera. Ya me entienden, un extranjero. No tiene papeles. No tiene derechos, pero se olvida a veces.

Copito de Nieve: ¿Cómo puede hacer eso? También yo soy un extranjero. También a mí me trajeron aquí y me encerraron… por el color de mi piel. Es usted un miserable. Es su pasaporte el que deberían retirar y sus papeles como ciudadano los que deberían requisar.

Bajo: Oh, vamos, vamos. Los ofendidos. ¿Quién es mejor? ¿El hombre que se lleva a sus hijos por las noches y al que el señor juez no logra echar mano? ¿El chaval que secretamente va urdiendo una violación de la intimidad de sus vecinos en su redacción escolar? ¿El profesor que lo permite y se engancha al culebrón imbuido de soberbia, pensando que ha descubierto al nuevo Kafka? ¿El actor gordo que se pasa toda una vida haciendo sombra y maltratando psicológicamente a su compañero flaco hasta hacerle desarrollar un síndrome de Estocolmo de manual? Miren a su alrededor, la sociedad está llena de gente como yo. Vemos la oportunidad y la agarramos. Yo jamás había pensado en abusar de nadie. Pero cuando una nueva ley lo permite, ves abrirse ante ti una nueva posibilidad. ¿Por qué no vas a abusar de alguien si la ley te ampara? Pregúntenle a todos esos políticos que fueron a aquella boda, la de la hija de Aznar… Graznaban como gaviotas, pero a ellos no les dicen nada.

Volodia: Se llama sátira. Es necesaria. Las sociedades sanas se ríen de sus líderes. Y sí, Mayorga también ha ejercido de Yorik, de bufón del rey, cuando no daba tiempo a distanciarse y había que reírse alto y fuerte de lo que teníamos más cerca, deformado ya como un auténtico espejo esperpéntico, imposible de superar con la ficción.

Harriet: Vaya, el crítico se ablanda…

Volodia: En absoluto. Era una anotación para este tipo tan bajo como ignorante. En realidad, tengo mis reparos sobre esa obra, teatro directo, nada sutil. Era una trampa ideológica, una pedrada lanzada contra un partido político en concreto. Sólo por ese patinazo queda desacreditado…

Enmanuel: (Interrumpiéndole) Estoy a punto de morderle los huevos a este amargado. Pero entonces, le daría la razón al humano que nos examina y que cree que el fin justifica los medios.

"Himmelweg. Camino del cielo", de Juan Mayorga
Himmelweg. Camino del cielo / Foto: Cristina Sánchez

Harriet: la violencia, siempre la violencia. ¿No sabéis usar otro lenguaje? Yo he cruzado dos siglos de historia a mi paso, mirando, aprendiendo, disfrutando.. y evolucionando.

El Flaco: No a todos les gusta vivir y dejar vivir. Siempre hay gente que necesita dominar.

El Gordo: Ya estamos llorando. Toda la vida igual. ¿No nos fue bien? No triunfamos y nos hicimos ricos con nuestras películas mudas? ¿Qué queja tienes?

Alto: Él no te lo dirá. Pero yo sí: el hombre debe ser libre, pero la esclavitud a veces se disfraza de amistad.

Bajo: Basura. Mierda. Inmigrante.

El Gordo: Qué sabrá él, y qué fácil es hacerse la víctima…

John-John: Odín, con estos dos, sobre todo con el gordo, tendríamos para morder un rato…

(Entra un hombre a la antesala, con una carpeta bajo el brazo, rodeado por varias personas más)

Harriet: ¡Chss! Silencio. Ahí viene. Miradle, se ha puesto académico. Qué elegante. ¿Alguien sabe de qué va a hablar en su discurso de ingreso?

Gottfried: Del silencio.

El chico de la última fila: Me gusta.

Volodia: Ah, Hamlet. Prefiero el Rey Lear… Pero no está mal.

Harriet: Ya entra. Silencio, todos, silencio.

Las puertas de la Academia se abren. Un hombre las atraviesa. Un grupo heterogéneo de criaturas y personajes le observan. Unos tuercen el gesto. Otros sonríen. Al fondo se ve un sillón con la la letra M tallada en la madera de su respaldo. Hay flashes de fotógrafos y se oyen aplausos. Telón.

Estrellas Volodia

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