Mate a su padre

TEBAS LAND

Ya dijo Freud que todos habitamos en cierto modo en el imaginario lugar de este título. Tebas Land es un estado, pero no geográfico sino mental, un fatum que la civilización amarra: matar al padre es la secreta necesidad, el rito de transición que por fortuna la mayoría cumplimos de maneras menos literales. Y de eso, del parricidio, habla el laberinto de símbolos y vínculos que ha escrito el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco y que llega ahora a Madrid de la mano de Natalia Menéndez. Un lujo intelectual en tiempos de teatro huérfano de ideas pero también una tragedia tan viva que hay que encerrarla entre rejas para que no nos arranque los ojos.

Intentaré evitar el tópico del cebolla/regalo/caramelo y hacer justicia al texto: Tebas Land sorprende con su recorrido geométrico y concatenado. Habitan muchas obras en la obra, muchos temas en el tema, y todos se subordinan al central sin dejar de provocar reflexiones propias. Sus alusiones y símbolos nos llevan por un jardín de senderos que se bifurcan siempre al mismo sitio. Eso es complejo, pero hacerlo con la naturalidad y la prosa llana y cercana de la vida lo es más.

Engaña la obra desde el comienzo: vamos a ver la experiencia representada de un dramaturgo –el propio Blanco- que ha tenido una idea innovadora: entrevistar y contar en vivo la historia de un joven parricida. El chaval será coprotagonista. Para ello y para impedir una fuga, permisos mediante de las oportunas instancias, se construirá en el escenario una jaula de tres metros de alto. ¿Es teatro documental ¿Metateatro? ¿Performance? Empieza a chirriar la cosa cuando vemos en escena a Israel Elejalde y a un joven que obviamente no es el asesino, sino otro actor, Pablo Espinosa. Y aunque ambos realizan trabajos sobresalientes, puro Stanislavski, no deja de haber una barrera invisible entre el teatro y la vida que ninguno cruza.

“Tebas Land sorprende con su recorrido geométrico y concatenado. Habitan muchas obras en la obra, muchos temas en el tema, y todos se subordinan al central”

Insisto: ambos lo dan todo y de qué manera. A Elejalde, un nombre afianzado, no hace falta presentarle. Tiene empaque y dudas, aristas y lugares oscuros en su personaje. Pero fue Espinosa quien más me impresionó. Su transformación es llamativa: Martín es un postadolescente consciente de su crimen, irascible al comienzo –ésta es, en el fondo, también, una historia de violencia-, desconfiado pero necesitado al fin de la figura paterna que él mismo ha eliminado de su vida a golpes de tenedor. Sebastián, el actor, un joven también pero que lo contempla todo desde otra perspectiva, viva y formada. Uno no tiene futuro, lo ha segado. El otro es su reverso luminoso. Ambos están en su voz y sus gestos en pequeños matices y cambios.

Y aun así, decía, en el arranque me revolvía algo escéptico en el asiento. Otro dramaturgo, Juan Mayorga, ha defendido la imposibilidad -casi la inmoralidad, en términos artísticos- de una verdadera y total representación del horror. Él se refería al genocidio, y en concreto a la shoah –el acercamiento lateral de Lanzaman, sí, el emocional y trucado de Spielberg, no, defiende el autor-, pero podríamos aplicarlo aquí. Si tratar de hacer pasar a un actor por un parricida en un montaje que presumiera de “documental” no deja de ser una impostura, una traición o una trampa, asumir que estamos ante la construcción de una ficción ejerce el efecto contrario: lo engrandece. Y ese es el subterfugio del que se sirve Blanco.

Si hacer pasar a un actor por un parricida en un montaje documental no deja de ser una impostura, asumir que estamos ante la construcción de una ficción ejerce el efecto contrario”

Y eso es lo que vemos. Pronto lo aclara el dramaturgo: el proyecto original de llevar a Martín, el parricida, a escena, ha sido cercenado por las autoridades, que no le dejan subir al escenario. El alter ego del director tendrá que buscarle un sustituto: Sebastián. La burocracia, primer subtema. Y de paso, la obra comienza a adentrarse en otro: el proceso de creación teatral. El espectador tiene claro, por tanto, que en todo momento contempla a un actor que interpreta a un parricida e incluso a un actor que interpreta a un actor que interpreta a un parricida. Nos adentramos en el bosque del teatro dentro del teatro, en el análisis de la realidad y la ficción y de cómo sorprendentemente la segunda llega a condicionar a lo largo del proceso a la primera. La construcción se impone a la verdad y acaba sustituyéndola. La imitación, la copia, acaso sea mejor que lo real. ¿O no?

En el proceso de investigación teatral, mediante entrevistas, Blanco acudirá a un rosario de temas: sin duda a Tebas y al mito de Edipo, pero también a la fe, la homosexualidad, el incesto, la hipocresía social y legal -¿nos molesta que nos enseñen una foto de una víctima real? Algunas legislaciones lo prohíben, pero no pasa nada si el crimen es recreado-, al papel de la prensa… Y llega a la pregunta última que le arranca a la lectura de Dostoiesvski. Y ésta no es ¿cómo se puede matar a un padre?, sino ¿qué es un padre? ¿Es parricidio acabar con la vida de alguien que convierte la vida en infierno? ¿No es eso, sin más, el asesinato de un extraño?

“Nos adentramos en el bosque del teatro dentro del teatro, en el análisis de la realidad y la ficción y de cómo sorprendentemente la segunda llega a condicionar a lo largo del proceso a la primera”

Estructurado como un partido de baloncesto –cuatro cuartos y prórroga-, Tebas Land es una propuesta escénica prometedora que Natalia Menéndez, recuperada para la dirección tras años de gestión al frente del Festival de Almagro, resuelve con un triple: inteligencia, talento y la ayuda del audiovisual. Sí: una gran jaula preside el escenario, allí donde recluso y dramaturgo tienen sus reuniones y donde dramaturgo y actor las ensayan después. El riesgo de perder parte de la visión, de alejar al espectador, queda anulado por una enorme proyección y por los oratorios que Elejalde/Blanco dirige al patio de butacas. Todo queda confinado a la esfera de lo representativo, una convención que convence.

El resultado de esta cebolla/regalo/caramelo es total. Un mate sin defensa. Instalado en el trono de Tebas Land, un nuevo Edipo contempla a Occidente en el siglo XXI con las zapatillas de basket manchadas de sangre y de teatro.


Autor: Sergio Blanco. Dirección: Natalia Menéndez. Reparto: Israel Elejalde y Pablo Espinosa. Escenografía y vestuario: Alfonso Barajas. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Videoescena: Álvaro Luna y Bruno Praena. El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid.

Estrellas Volodia

2 respuestas a «Mate a su padre»

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