Una mesa. Unos hombres con máscaras. Una pieza de danza. Un aviso. Millones de muertos. Muchos en Europa estuvieron ciegos. Pero hubo quien supo ver qué iba a suceder. Hubo quien supo adelantarse al Holocausto, quien acertó a entender que aquellos hombres uniformados que extendían el brazo no sólo iban a construir un nuevo Reich, sino que lo iban a hacer extendiendo la muerte y el terror.
La historia de La mesa verde, la coreografía de 1932 de Kurt Jooss, que es la que ahora recupera en formato documental y performático la indagadora de la escena Olga de Soto, es una de las más fascinantes de la danza en Occidente. Es la historia de cómo un coreógrafo supo anticiparse a la locura de todo un país.
Olga de Soto lo cuenta en Una introducción, una pieza documental creada en 2010 -producida en su día por el Festival Tanz Im August, en Berlín, Les Halles, en Bruselas y el CCN de Belfort – que presenta en los Teatros del Canal (días 9 y 10 de marzo). La valenciana, que vive y trabaja en Bélgica desde hace décadas, fue alumna en 1988 y 1989 de Hans Züllig, uno de los bailarines que estrenaron la mítica pieza con Jooss. En su documental, De Soto acercó su mirada a bailarines de aquella Mesa verde y a quienes la vieron en escena poco después de su estreno, que cuentan a cámara su experiencia.
De Soto ha trabajado con Meg Stuart, Boris Charmatz y Jérôme Bel, entre otros nombres. En 1992 comenzó a coreografiar. Desde 2004, cuando estrenó su pieza histoire(s), sobre un célebre ballet de Cocteau -la trajo a Madrid en 2005, dentro del festival Escena Contemporánea, y la programó en versión filme el Teatro Pradillo en 2016-, propone además reflexiones sobre el aspecto documental e histórico de la danza contemporánea.
Al margen de la trayectoria de De Soto, ¿por qué es especial Una introducción? Porque lo es su materia de estudio, una coreografía del alemán Kurt Jooss, con música de su compatriota Fritz Cohen. Estrenado en París en 1932 por la Folkwang Tanzbuhne, y reestrenado por la misma compañía en 1933 en su país -por aquel entonces llamada ya Jooss Ballet-, aquel aviso a la sociedad alemana cayó entonces en saco roto, pero sigue llamando a nuestras puertas hoy en día.
Jooss subtituló aquella coreografía de unos 30 minutos Una danza de la muerte en ocho escenas. Europa tenía muy presente el horror de la Gran Guerra -entonces no se hablaba aún de la “Primera”-, que había dejado estragos imborrables en millones de familias . La mesa verde era, en parte, también un grito contra la muerte y la destrucción a gran escala. Pero los estudiosos coinciden: por encima de esa lectura, está el aviso contra Hitler y la locura que trajo consigo.
En escena, una larga mesa. A un lado y otro, hombres trajeados con máscaras y prótesis grotescas que comienzan a interactuar, a bailar, con la mesa. La política es violenta y fea: los políticos de Jooss juegan con el espacio, el lebensraum: hacen aspavientos sobre la mesa donde deberían sentarse a hablar, a comer, a compartir, a solucionar. Son como sanguijuelas, seres venenosos que imponen sus pies, sus cuerpos sobre ese espacio. La mesa es como el planeta volador de El gran dictador. Su juguete.
La pieza sigue con escenas de los horrores de la guerra y las danzas de la muerte: las familias rotas, los amantes separados, los refugiados, la prostitución a que se ven abocadas las mujeres… y los supervivientes. Como si Jooss se adelantara a las imágenes de la liberación de los campos infaustos.
En realidad, el coreógrafo de Stuttgart no podía prever el Holocausto. Pero parece que sí sacó conclusiones lógicas del momento sociopolítico: Alemania estaba humillada por el tratado de Versalles. Sus políticos, airados, calentaban al pueblo con arengas y le llenaban la cabeza de ideas patrióticas, de desaires y agravios -unos reales, otros exagerados o ficticios-, y Jooss supo ver, he ahí su mérito probablemente, que aquello conduciría a otra guerra y a más horror. El movimiento nacional-socialista (que llegaría al poder un año más tarde) sin duda estuvo en el ambiente que marcó a Jooss, aunque es aventurado asegurar que estuviera pensando en el cabo de Bohemia cuando creó la escena primera, con los políticos siniestros alrededor de la mesa.
Con la llegada de Hitler al poder en 1933, Jooss, artista y amigo de judíos, pronto fue incómodo y acusado. He leído que Hitler quiso programar su ballet, pero que el coreógrafo se negó y por eso tuvo que huir. No he podido corroborar este dato. Se asentó en Londres con el Jooss Ballet. Al acabar la guerra, regresó a su país y se estableció como un prestigioso profesor. La Universidad de las Artes Folkwang, de la que fue fundador y director hasta 1968, sigue activa hoy en día. Jooss fue el padre, el fundador de la danza-teatro (tanztheater). Pina Bausch y Susan Linke, sus discípulas aventajadas.
“No deja de ser curioso que el Holocausto, el hecho histórico que marcó al siglo XX y a casi todas sus artes -el cine, la literatura, el teatro- haya dejado menor huella en la danza”
No deja de ser curioso que el Holocausto y la II Guerra Mundial, el hecho y el momento históricos que marcaron al siglo XX y a casi todas sus artes -el cine, la literatura, el teatro- hayan dejado huella también, pero diría que mucho menor, en la danza. Hace unos años, Israel Galván estrenó «Lo real/Le réel/The Real», una pieza sobre el exterminio de los gitanos en los campos nazis. Antes que él, Nacho Duato, al frente de la CND, se adentró en el tema en su pieza Lamento (1990). Los norteamericanos Pilobolus habían estrenado A Selection (1999). Algunas otras coreografías a cargo de compañías israelíes, unas cuantas aventuras semi-amateurs o por agrupaciones de segunda línea… Pero poca repercusión o influencia real en los coreógrafos y agrupaciones que han dejado su nombre en la historia de las últimas décadas de la danza.
Nos queda Jooss, y las letras de otro Cohen, Leonard: “Dance me to your beauty with a burning violin / Dance me through the panic till I’m gathered safely in / Lift me like an olive branch and be my homeward dove / Dance me to the end of love”. Hazme danzar hacia tu belleza con un violín en llamas. Sí, hablaba de Auschwitz.