Una obra de muerte

EL VENENO DEL TEATRO

¿Puede el arte imitar a la vida hasta convertirse en la vida misma? El punto de partida del enfermizo cara a cara entre un actor y el misterioso caballero que le hace llamar a su casa es apasionante, como su desarrollo, en el que se dan la mano ecos del mejor thriller policiaco –estamos ante el reverso sádico de La huella– y del drama autorreferencial del Stoppard más agudo. No es de extrañar que El veneno del teatro sea el gran éxito de Rodolf  Sirera, desde que hace tres décadas lo estrenaron RoderoGaliana, aunque en su final se precipite un poco. El montaje que ahora estrena Mario Gas condensa de forma intensa la atmósfera inquietante que el texto crea entre ambos personajes, ayudada por el vestuario, la iluminación, la escenografía y la música, de tenebrosa y acertada elegancia.

Gas encierra a sus actores en una larga estancia, potenciando la sensación de opresión. Y el resto lo aporta la sabia elección de dos actores capaces de elevar una función como son Miguel Ángel Solá, aquí más estoico que en otros títulos, muy malvado, enfermizo y demoledor, y Daniel Freire, que  crece en desesperación hasta su angustiosa representación final, que bien pudiera ser una muerte hecha arte.


Autor: Rodolf Sirera. Versión: José María Rodríguez Méndez. Dirección: Mario Gas. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Vestuario: Antonio Belart. Sonido y música: Orestes Gas. Escenografía: Paco Azorín. Reparto: Miguel Ángel Solá, Daniel Freire. Teatros del Canal. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Diciembre 2012).

Estrellas Volodia

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