¡Hombre, ya!

He visto una cosa titulada Tres mil años esperándote -me la ha colado que la dirige George Miller, el loco de la soberbia Mad Max Fury Road-, un petardo importante con ínfulas filosófico-literarias sobre un genio en una botella y una ‘narratóloga’ que lo libera, interpretados por Idris Elba y Tilda Swinton. Las mil y una noches con moralina hollywoodiense. Dice el genio que sabe lo que desean todas las mujeres. Criatura… Por esas ya pasó Mel Gibson en otra peli mucho más ingeniosa aunque sin genio. Ya empezaba a asomar en EE UU el nuevo feminismo y había que contentar a la Amazonía sacrificando al macho libre, al Don Juan, al vividor.

Hoy ya se ha impuesto por decreto ley -casi, tiempo al tiempo- la nueva masculinidad, que es, nos dicen, lo contrario a la masculinidad tóxica. De A, por supuesto, se deduce C: la antigua era, toda ella, tóxica. Nuestros padres, abuelos, tíos, todos tóxicos.

Yo confieso no saber exactamente en qué punto una masculinidad es tóxica. Creo que la mía lo es bastante, porque de niño jugué con los Geyperman y los G.I Joe, me gustó darle patadas a una pelota y hacer peleas de hormigas y llegar a casa hecho un cromo pero sonriente de pegarse uno leñazos con la bici. Me encantaría decirles que mis héroes de chaval fueron David Lynch y Clara Campoamor, pero la verdad es que no: devorábamos las pelis de Schwarzenegger y Stallone, cuanto más rusos y vietnamitas muertos, mejor, y hacíamos la ola cuando Juanito pisaba cabezas. No les voy a mentir sobre qué emociones nos hacían vibrar entonces a la pandilla. La madurez me enseñó que eso -lo de Juanito y lo de acribillar chinos- está feo. En otras cosas no he mejorado: hoy se supone que no es de recibo que a una actriz te la comas con los ojos, así que pido perdón por mi toxicidad, porque sí, me gustan las curvas. Nos imponen nuevos socio-estéticos: la moda masculinizante, los flequillos kale borroka, los “cuerpos no normativos” y la atracción sin pasión pero interseccional. Yo soy sin duda un pervertido porque me siguen atrayendo las mujeres con falda y taconazo. Más tóxico que Chernobil.

Siempre quedarán las que no saben lo que quieren: las que predican una masculinidad que luego no les pone nada

El nuevo hombre ha desplazado al antiguo, que en breve será pieza de museo. Yo me enroco: cuando la inmensa mayoría de mis paisanos haya pasado por el aro, llore oyendo a Barbra Streisand y haga ejercicios en talleres para abrazar su yo femenino, los pocos irreductibles que quedemos -como los galos de Astérix– tocaremos a más (también está feo desearlo, creo, salvo que lo vendas como poliamor, entonces sí). Supongo que aún habrá mujeres sensatas. Y siempre quedarán las que no saben lo que quieren, diga lo que diga el genio de la lámpara: las que predican una masculinidad que luego no les pone nada. Para el mitin y el altar, el osito. Para la fiesta y el motel, el chulazo. ¡Hombre, ya!