Listas abiertas, el resto es ruido

Hace tiempo que escucho un mantra repetido desde los extremos, tanto a izquierda como a derecha: España no es una democracia real. Yo daré un paso más: es imposible que pueda serlo. Pero no por los motivos que escucho, sesgados y barriendo para casa unos y otros: el control del Poder Judicial, que todos quieren “democratizar” poniendo a los suyos, la libertad de expresión , o sea libertad para insultar libremente pero acallar al de enfrente, el uso partidista de los medios de comunicación públicos… El “y tú más” de toda la vida.

Yo coincido con ellos en que el paciente está moribundo, pero no en la enfermedad. Si España no es una democracia real es porque su sistema de representación política está podrido desde su misma concepción. Y nadie quiere ponerle el cascabel al gato: las listas cerradas y bloqueadas. No por miedo, sino por interés. No oirán a ningún político hablar de este tema, por supuesto. En España, el que se mueve no sale en la foto y las listas las hace el jefe. Con las listas cerradas, España se sitúa al nivel de Rusia, Turquía o Albania. Las democracias en las que deberíamos mirarnos tienen listas abiertas.

No oirán a ningún político hablar de este tema, por supuesto. En España, el que se mueve no sale en la foto y las listas las hace el jefe

He escuchado a políticos argumentaciones sonrojantes sobre este tema. Una es hiriente, porque realmente nos toman por idiotas: “Hombre, si en España ya hay listas abiertas. En el Senado”. Traduzco: “Hombre, si en Afganistán las mujeres tienen libertad. En su cocina”. Otra, no tan hiriente, pero repetida: “El votante no quiere listas abiertas. Vaya lío. ¿Quién va a saberse la vida y obra de todos los candidatos?”. Cómo gusta en este país decidir por el ciudadano de forma paternalista. Que no piense, por si acaso. Además, no hace falta echarle días al asunto. Basta con saber qué manzanas podridas sacar de la cesta. Una lista abierta tiene de entrada un valor de limpieza. El motivo real de los enemigos de éstas es tan obvio como inconfesable: nuestro  sistema de partidos no es una meritocracia, sino una autocracia. El genuflexo entra en la lista, el díscolo no.

Las listas cerradas excluyen a mucho talento verdadero pero libre, producen votaciones en bloque y amparan esa barbaridad antidemocrática llamada “disciplina de voto”. Queda claro que se trata de sumar dedos que aprieten botones, no de alcanzar el aristoi -el gobierno de los mejores-. Otra consecuencia: los políticos incumplen sus promesas sin consecuencias. En Dakota o en Baltimore hay que ganarse a los votantes puerta a puerta y si les mientes, despídete. Y más males: la corrupción. Siempre habrá quien meta la mano en la caja, pero las listas abiertas ayudarían a limpiar el sistema. Hay más argumentos. Prometo seguir, pero una columna no da para más. Mientras no haya listas abiertas, no podremos hablar de una democracia verdadera, sino un sucedáneo más o menos adecuado para ir viviendo. El resto es ruido.

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