Trump, ¿otra vez?

Lo peor de unas elecciones es que la cosa esté en a quién no votar. Me viene ocurriendo desde hace años en España. Domingos electorales con pinzas nasales. El partido que no mancha, tizna, y los que llegaron para salvar al país dan risa o miedo (o ambas). Hay quien viene de serie con un carné de afiliado en la guantera. Otros, que no somos partisanos ni camisas pardas, nos sentimos ante la urna como un belga por soleares. “Qué vienen los nuestros”, bromeaba Forges, y ponte a averiguar quiénes son cuando no estás casado con ningunas siglas y solo te guían algunas convicciones (pocas). La vida al raso es complicada, se vive mejor al calor de algún chiringo. A cambio, el ciudadano libre duerme a pierna suelta.

            Si viviera en Chicago o en Texas tendría el mismo problema en 2024: elegir a quién no votar. Lo de Biden da cosica: la debilidad, la nada, mientras China quiere zamparse a Europa -el primer plato ha sido África y les ha sabido a poco- y Rusia se revela como chulo de barrio y saca molla en el selfie obsceno de Ucrania (aunque se le notan, dicen los expertos en la cosa militar, los esteroides). Y mientras, Viejoe -el viejo Joe- dejándose comer las torres y los caballos. Claro que la opción da grima. Trump amenaza con volver a la Casa Blanca y todo espíritu mínimamente ilustrado lamenta en lo que se ha convertido la Democracia. La paradoja de Trump es que algunas de sus políticas -si olvidamos la barrabasada del muro con México- pueden ser hasta sensatas. La economía de los USA creció con él y fue el único presidente del último siglo y medio que no invadió otro país..

¿Nadie ha visto a Josiah Bartlet y ha deseado un presidente así? Y no hablo de políticas republicanas o demócratas.

Pero claro, el personaje. Los romanos instituyeron la dignitas y la auctoritas, que eran cualidades que debían ser parte del hombre público. Ni las huele el tipo que alardeó sobre poder disparar a alguien en la Quinta Avenida impunemente y sobre cuánto le gusta agarrarse a los coños, el que inauguró la era de las fake news, el que declaró la guerra a la prensa no afín, el que compró a una actriz porno para guardar silencio, el que puso en jaque al Capitolio con un golpe de Estado cutre, de mal perdedor. El de la conexión, en fin, con Moscú y sus bots. Qué más decir, crecimos viendo a Rocky zumbarle a Iván Drago.

Es legítimo que la América conservadora aspire al poder. La democracia se alimenta de la sana alternancia y la soberanía del pueblo, que vota a quien le place por más que a un plumilla en Madrid le reviente que el payaso Donald se siente en el Despacho Oval. Perdón por bajar al barro, no se calza uno un smoking para enfrentarse a un navajero. Es legítimo, digo, pero, ¿tanto ha caído el listón? ¿Es Trump lo mejor que el partido de Lincoln y Ike puede ofrecer? ¿Nadie ha visto a Josiah Bartlet y ha deseado un presidente así? Y no hablo de políticas republicanas o demócratas. Hablo de orgullo, de grandeza. Antes eso solía significar algo en América.