Ya no se entierra así en los periódicos

Los muertos famosos a veces duelen que ni que fueran familia. No sé si se explica solo, si es normal o si somos tontos del culo, pero ocurre y ya está. Da igual que no nos toquen nada y que no hayamos compartido mesa ni cama. Se van sin preguntar, egoístas, y con ellos juegos de infancia, mitos, ensoñaciones y masturbaciones de adolescencia, y aspiraciones de madurez. Los muertos, cuando empiezan a abundar, son también un aviso maleducado de que el reloj no para. Tempus fugit. La madre que lo parió.

En los periódicos de cuando entonces teníamos especiales preparados para los muertos más gordos que estaban al caer. Recordaba Omar Khan que en Venezuela, antes de que se fuera al carajo, un ilustre bailarín visitó una redacción y se topó con su obituario en la pared. Otros nos cogían en calzones. Billy Wilder y Michael Jackson, a última hora de la noche y yo de guardia. Que se lo pregunten a Gema Pajares. En La Razón, con Anson, lo bordábamos. Kubrick, treinta páginas. Alberti, setenta. Fernán Gómez, una locura. Ya no se entierra así en los periódicos. Recuerdo especialmente yo qué sé por qué, cuando traspasaron Jack Lemmon, Alec Guiness, Paco Rabal, Lola Flores, Gregory Peck, Rocío Jurado, Marlon Brando… Faraónicos fueron los “entierros” de García Berlanga, Cela y Delibes.

Otros, porque hemos berreado con ellos en bares o porque nos hemos enamorado con sus cosas, anunciaban el comienzo del fin de una época. El tiempo se aceleraba si morían George Harrison, Christopher Reeve -la mortalidad de Superman al cuerno desde que un caballo le dejó como a Funes el memorioso-, Johnny, Joey y Dee Dee (los Ramones cayeron muy de seguido) Lou Reed, Bowie… y así hasta Taylor Hawkins, un mal viaje ya tarde. Lo del chute chungo abundó: Enrique Urquijo, Antonio Flores, Chris Cornell… Muchos se iban así con o sin jeringazo: la Winehouse, reina y cadáver ya desde joven.

Los muertos, cuando empiezan a abundar, son también un recordatorio maleducado de que el reloj no para. Tempus fugit. La madre que lo parió

Cuando Leni Riefensthal cambió de barrio, bajaron una página de Presidencia. Salía la teutona en su etapa africana junto a un negrazo en pelota picada. Anson había tachado “miembro” del pie de foto “Leni Riefensthal, junto a un miembro de la tribu Nuba”. Se hilaba fino en aquella escuela de periodismo. En 2015 dejé La Razón, de grato recuerdo pese a las largas jornadas, para unirme al naciente El Español y ya no enterré más. En mala hora. Pedrojota y un sujeto viscoso -ni mención merece- me hicieron la cama y me vi en la calle. Una putada, vamos. Pero esa es otra historia, otra columna, acaso, o no.

Estrellas Volodia