La utopía como ñaque

EL LUGAR DONDE REZAN LAS PUTAS O QUE LO DICHA SEA

Dramaturgo, director, maestro, teatrero fronterizo e ilustre de Lavapiés, José Sanchis Sinisterra es una voz prominente del teatro español de las últimas décadas. Sólo por Ay Carmela!, Ñaque o de piojos y actores o La cruzada de los niños de la calle podría echarse a dormir en los laureles. Pero, muy al contrario, sigue activo, y de qué manera.

Este mes parece que Sanchis quisiera zamparse la cartelera madrileña él solo con hasta cuatro espectáculos, entre versiones (Carta al padre), direcciones (Primer amor) y textos propios, como éste que felizmente ha estrenado el Teatro Español. Y no sólo eso, sino que el que tuvo, retuvo, y en obras como esta divertida y hermosa El lugar donde rezan las putas o que lo dicho sea, otro ñaque cabalístico y rompecabecero con el que Sanchis sigue en la senda de la utopía histórica, se descubre al gran dramaturgo, al constructor de historias y estructuras y al dueño de un léxico en el que habitan palabras como gaznápiro, andorga, martingala y lechuguino. También al corredor de fondo, un superviviente con cicatrices que no se aviene a corrientes y modas. Es más, que se mofa de ellas.

“Se descubre al gran dramaturgo, al constructor de historias y estructuras y al dueño de un léxico en el que habitan palabras como gaznápiro, andorga, martingala y lechuguino”

Imposible no sonreír -o reír, directamente, como más de un espectador hacía- cuando el veterano dramaturgo introduce en la ecuación de sus criaturas los títulos desquiciados y la mención de una dramaturga postdramática llamada Queta Manderley (¿Angélica Liddell? blanco y en tetrabrick) o cuando el dúo de actores que protagonizan esta historia ensayan nuevas técnicas de puesta en escena, micrófono en mano -el teatro moderno, ay-, hablando en tercera persona, mientras su partenaire levanta una ceja con reservas.

Pero más allá del retruécano y el colmillo, Sanchis elabora todo un canto de amor a la profesión del actor, con sus inseguridades y grandezas, y una reivindicación de la historia que, para el autor, debería haber sido y no fue. Obviamente, entra en escena el republicanismo frente al franquismo, pero también la Europa socialista (comunista) como utopía frente al fascismo y, más allá incluso, el helenismo como ideal espiritual frente a la irrupción del cristianismo en Occidente. A quien firma, las obsesiones por los “ismos” le llevan siempre a pensar en otro, el maniqueísmo. Pero hay que reconocer que Sanchis los saca a escena mezclados entre golpes de sinisterrismo: humoris, humanidad y teatralidad.

Los protagonistas de la pieza, Patri (Paula Iwasaki) y Rómulo (Guillermo Serrano), podrían verse como el reflejo inverso de Paulino y Carmela, actores al otro lado del espejo a los que las voces del pasado llamarán para hacer justicia. Y este lugar donde rezan las putas, que es en realidad un viejo almacén con psicofonías y poltergeist -recreado con cuidado por Juan Sanz-, como dos obras diferenciadas.

“Sanchis elabora todo un canto de amor a la profesión del actor, con sus inseguridades y grandezas, y una reivindicación de la historia que, para el autor, debería haber sido y no fue”

En una primera parte, asistimos al planteamiento de dos pretextos históricos sobre los que Patri y Rómulo no se deciden para hacer su próximo montaje, que quieren que sea combativo y político: uno toma a Hipatia de Alejandría, la filósofa platónica a la que la turba cristiana asesinó en el siglo III, y otro a Lise y Artur London, la pareja comunista, miembros de la resistencia francesa, encarcelados y reunidos, que en los años 40 sufrieron en sus carnes el nazismo y el estalinismo.

En la segunda parte, Sanchis vira hacia la puesta en escena. Rompe la cuarta pared para convertir al teatro en su teatro, y a Patri y Rómulo en maestros de ceremonia primero, poseídos después, viajeros en el tiempo, jugadores de una ficción meta-histórica que puede alterar el curso de la hsitoria (“que lo dicho, sea”), personajes hipotéticos que recuerdan a personas reales, y personas reales que han soñado a personajes hipoéticos, o acaso fantasmales… Y sí, llegados a este punto, el texto se le ha ido de las manos al maestro y la utopía ha quedado lejos en el horizonte.

Consideraciones ideológicas al margen -el comunismo como utopía reivindicable hoy, por más que Sanchis lo maquille con alguna frase disimulada sobre las purgas de Koba-, la idea del teatro como arma no ya para cambiar el pasado, sino para mirar al futuro, encaja con belleza dentro de una obra que se ve con placer.

“Consideraciones ideológicas al margen, la idea del teatro como arma para mirar al futuro, encaja con belleza dentro de una obra que se ve con placer”

Por encima de todo, ganan al espectador el verbo hermoso y la perfecta construcción de diálogos de un autor que sabe escribir teatro sin zarandajas. También el enorme trabajo de dos jóvenes intérpretes en estado de gracia, Paula Iwasaki y Guillermo Serrano, ambos imbuidos del espíritu festivo y contradictorio de su ñaque metateatral del siglo XXI, dos jóvenes que se pelean por sacar adelante una producción con sentido mientras la sociedad y el teatro contemporáneo los bombardea con ocurrencias.

Cómicos y tiernos, Iwasaki y Serrano se entienden bien en escena, aunque me gustan mucho más en la primera parte -interpretando a dos jóvenes ante su incertidumbre- que cuando se adentran en la locura de changó, teleles y reivindicaciones de ultratumba que les hace transitar Sinisterra.

A Sanchis no le hacía falta irse a buscar la luz al final del túnel: ya la pone él en toda la primera parte con gran teatro, sencillo pero conmovedor.


Autor y director: José Sanchis Sinisterra. Reparto: Paula Iwasaki, Guillermo Serrano. Escenografía: Juan Sanz. Vestuario: Helena Sanchis y Tania Tajadura. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI). Espacio sonoro y composición musical: Pablo Despeyroux. Teatros Español (Sala Margarita Xirgu). Madrid.

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