EL SIRVIENTE
Una gran historia en cine. Una adaptación al teatro. Un divo. En fin. Hay veces que uno empieza por eso, precisamente, por el fin. Aunque claro, conviene siempre lo contrario. Aquí el principio se llama Harold Pinter y Joseph Losey, guionista y director, quienes lo pusieron muy difícil para mejorar la historia de El sirviente, una novela de Robin Maugham que confieso no haber leído. Tampoco había visto la película de Pinter y Losey de 1963, ya ven.
Pero después de ver a Eusebio Poncela y a Pablo Rivero en el Teatro Español me sentí obligado a tener algún elemento de comparación y acudí a internet. ‘A lo mejor la historia en sí es insoportable, ya sea en cine o en teatro’, me decía. Pero no. Como intuía, la historia era soberbia. El problema era esta versión escénica.
Todo lo que en la película de Losey es insinuado, sugerido, soterrado, salta aquí al rostro del espectador de forma burda y explícita
Todo lo que en la película de Losey es insinuado, sugerido, soterrado, salta aquí al rostro del espectador de forma burda y explícita: la sumisión, la inseguridad, la dependencia enfermiza del joven aristócrata con el nuevo criado, que dará la vuelta a su mundo. Es más: la velada atracción homoerótica entre ambos, escondida detrás del donjuanismo del dueño de la casa (cualquiera de ellos, pues uno lo es nominalmente, pero el otro acabará siéndolo en la práctica).
En parte, es culpa -o así lo achaca quien firma- a la puesta en escena de Mireia Gabilondo. ¿Era necesaria la escena final de explícita sexualidad entre ambos o es solo un guiño más al signo de los tiempos, los de lo políticamente correcto? Pero en gran parte, quien estropea esta función es Eusebio Poncela, un intérprete con todos los defectos de los primeros actores de antaño, desde la inclusión de ‘morcillas’ inaceptables en un texto que debería tener la belleza del laconismo inglés hasta una gestualidad y sonoridad que viajan por libre, como si su presencia fuera más importante que la del resto de actores.
Bogarde podía jugar la doble baza del criado que es todo rectitud y a la vez el atractivo chulo de barrio. Pero ver a Poncela en esas lides recuerda a las divas operísticas de talla XXL
Lo que no parece entender Poncela es que él es una parte importante de la obra, pero no es la obra. Su Les Barret (Hugo en la película) tiene poco del perfecto, inmutable, educado y a la vez ligeramente irritante e inquietante personaje que esculpió con maestría Dirk Bogarde.
Por no hablar de lo poco creíble que resulta su relación con la joven Vera (lo cual no es culpa suya, sino una cuestión de casting, edades y perfiles). Bogarde podía jugar la doble baza del criado que es todo rectitud y a la vez el atractivo chulo de barrio que maneja a su antojo a amantes veinteañeras para seducir al señorito. Pero ver a Poncela en esas lides recuerda a las divas operísticas de talla XXL que, exigencias del género, hay que imaginar como hermosas Violetas o Mimís.
Poco -aunque algo- que objetar al aseado trabajo del resto, con un correcto Pablo Rivero en la piel de Tony, el joven adinerado que contrata los servicios de Barret, y del resto del reparto: Sandra Escaena (Vera), Lisi Linder (Sally) y Carles Francino (Richard). Aunque, en general, hay una cierta monotonía en la dirección de actores.
No abundaré más. Por más que la producción esté cuidada, la escenografía sea hermosa o haya algunas ideas interesantes de puesta en escena, falla en este montaje lo esencial: el ritmo y el protagonista. Cómo está el servicio…
Autor: Robin Maugham. Traductor: Álvaro del Amo. Directora: Mireia Gabilondo. Intérpretes: Eusebio Poncela, Pablo Rivero, Sandra Escaena, Lisi Linder, Carles Francino. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez. Teatro Español. Madrid.
Totalmente de acuerdo. Añadiría además la falta de declamación indispensable para que el público del primer piso se entere de algo más que la mitad del texto; especialmente del señor Poncela. ¡Cómo está el servicio…!
Por favor que me devuelva mis 25 € y mi tiempo perdido qué decepción…. No había emoción….que mala puesta en escena….a Poncela no le sale la voz del cuerpo …y el final: no sabíamos que había llegado el final y nos tuvieron que advertir los actores de que aplaudiesemos……que aburrimierdo
No se salva nada ni nadie . Desde la dirección actoral que es pésima , hasta la escenografía que también lo es . Nos fue imposible soportar hasta el final y no fuimos los únicos que abandonamos la sala .