Belleza caprichosa

HEDDA GABLER

Hedda es un drama en sí misma, al margen de desarrollos o acontecimientos. Es el via crucis de todo ser humano, hombre o mujer, encerrado en una vida que detesta. El problema es que Henrik Ibsen hizo un más difícil todavía. A Nora, de Casa de muñecas, es fácil acercarse con empatía, pese a su dolorosa decisión final. A Ellida, la protagonista de La dama del mar, más aún. Pero la insatisfacción de Hedda, casada con un hombre al que no ama, a su vez porque él no ama más que a sus estudios, así como los hechos que generará, son fruto del capricho y el juego. Estoy juzgando, me dirán, pero resulta imposible no hacerlo. Si no fuera por los hermosos diálogos, la perfecta estructura y el gran teatro que destila la escritura de Ibsen, la construcción de personajes y el conflicto planteado dejarían al espectador tan frío como el carácter de sus criaturas, hijos inevitables del clima nórdico. Hedda, la hija del general Gabler, la más deseada, ha acabado con Tesman, el erudito plasta incapaz de darse cuenta de que convive con una vela que a duras penas contiene a su llama, una hembra aburrida y ambiciosa. Pero Hedda es una mujer con pasado convertido en presente y llamado Lovborg, su antiguo amante y posible competencia profesional de su esposo por un puesto clave, y Brack, su pretendiente más incisivo, el otro hombre capaz de ver a través de ella.

Eduardo Vasco ha captado de forma ajustada la matemática poética del texto y las barreras que se imponen  entre sí estos seres atribulados

Se dicen muchas cosas en Hedda Gabler con insinuaciones y  medias frases, siempre guardando las distancias. Al final, Ibsen opta por hacer de Hedda la dudosa mártir de un desenlace innecesario: ¿la decidida Hedda se inmolaría para proteger el ya de por sí dañado honor de un ex amante fallecido? ¿Lo haría con tal de no caer en las garras de Brack, con quien lleva jugando toda la obra? Poco creíble. Y, en todo caso, es la cosecha de lo sembrado.

En cualquier caso, Eduardo Vasco ha captado de forma ajustada la matemática poética del texto y las barreras que se imponen  entre sí estos seres atribulados. Su puesta en escena es de una belleza gélida: un suelo oscuro brillante, un fondo amplio y diáfano seccionado tan sólo por un telón de líneas rectas y las notas de un piano, único mobiliario, y un vestuario de época de Lorenzo Caprile que convierte a Hedda en una Dorian Gray, un ser luminoso al comienzo, de blanco puro, que va asumiendo capas de oscuridad, pero elegante y hermosa siempre.

Vasco pasa de la gran tragedia de Camus El malentendido al drama social con idénticos protagonistas. Y Cayetana Guillén Cuervo hace de Hedda la criatura frívola e inteligente que es

Vasco pasa de la gran tragedia de Camus El malentendido –su anterior montaje en el CDN– al drama social con idénticos protagonistas. Y Cayetana Guillén Cuervo hace de ella la criatura frívola e inteligente que es con tablas y talento. Ernesto Arias es un Tesman tan alelado como lo dibuja Ibsen. Ambos están bien, aunque, quizá por los propios personajes, más arrebatados, con más posibilidades, me gustaron más en El malentendido. Jacobo Dicenta tiene un punto canalla muy divertido como Brack, y José Luis Alcobendas sabe darle la exacta ironía y mala vida a Lovborg. Muy convincentes Verónika Moral en el difícil papel de mosquita muerta que es Thea, y Charo Amador como la Tía Julia.


Autor: Henrik Ibsen. Versión: Yolanda Pallín. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Cayetana Guillén-Cuervo, Ernesto Arias, Jacobo Dicenta, José Luis Alcobendas, Verónika Moral, Charo Amador. Escenografía: Carolina González. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Vestuario: Lorenzo Caprile. Música: Ángel Galán. Teatro María Guerrero. Madrid. Mayo 2015.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Mayo 2015).

Estrellas Volodia

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