DESENGAÑOS AMOROSOS
El primer fin de semana del 41º Festival de Almagro deja sensaciones desiguales, con propuestas mejorables (algunas, mucho), otras notables y una brillante que cautivó a quien firma y a buena parte de la crítica. En otra entrada de esta página hablaré de FLDL ’11, el recital de Emilio Gutiérrez-Caba de poemas de Fray Luis de León acompañado de un trío de música de cámara barroca, y trataré también otro recital, hermoso y atípico, el de la cantante colombiana Betty Garcés, con músicas españolas (Turina, Mompou, Granados…) y textos de Quevedo, Góngora, Lope…También allí repasaré De lo fingido verdadero, adaptación en clave bufa de un texto de Lope sobre el juego de la realidad y la ficción en el oficio del actor, a cargo de Palmyra Teatro y KATUM Teatro.
Pero esta primera crónica desde Almagro, crítica teatral o lo que sea que fuere -resulta curioso cómo se diluyen los géneros periodísticos en los festivales de verano- tenía que ser para Desengaños amorosos, el montaje que se ha metido a público y crítica en el bolsillo con su impecable sencillez y sus muchos hallazgos éticos, estéticos y teatrales. Todo, salvo pretensiones absurdas, lo tiene esta apuesta de Estival Producciones dirigida por Ainhoa Amestoy: el texto, la dirección, el reparto, el gusto, el tempo maravilloso, la sensación de oportunidad, el equilibrio entre lo moral y lo doctrinario -nunca cruza esa línea-, y también el humor, el entretenimiento. Desengaños amorosos es un espectáculo perfecto para cualquier espectador, desde el que busca la evasión al que persigue la reflexión.
¿De qué hablamos aquí? Para empezar de María de Zayas y Sotomayor, figura mayúscula de nuestro teatro áureo pero no lo suficientemente reconocida hasta finales del siglo XIX. Protofeminista, mujer libérrima en la línea de Sor Juana Inés de la Cruz -a la que adelantó en seis décadas-, su prosa fue celebrada en vida por sus coetaneos –Lope de Vega el primero-, respetada y, cómo no, prohibida por libre en exceso. Intentemos comprender: estamos a mediados ya del siglo XVII y una mujer osa escribir, y lo hace mejor y con más tino que muchos de los hombres que prefererirían verla casada o en un convento. Con la Iglesia, de hecho, topó. Nada particular en esta sentecia, pues era la fe con lo que se chocaba siempre entonces, ya que ésta dictaba de paso la moral y la conducta. Sus textos, que habían sido aprobados y aplaudidos, acabaron en la lista negra del censor.
“Estamos a mediados ya del siglo XVII y una mujer osa escribir, y lo hace mejor y con más tino que muchos de los hombres que prefererirían verla casada o en un convento”
María de Zayas, madrileña de verbo ágil y cotidiano, no elaborado ni cultista, se acercó a los problemas de las mujeres de su tiempo con voz comprometida. Escribió dos series de novelas, y es la segunda de ellas, que la autora tituló Parte segunda del Sarao y entretenimientos honestos (1649) y que después fue reeditada como Desengaños amorosos, la que ahora llega a escena con ese mismo título (a uno le gustaba lo del ‘sarao’, pero éste es más claro que aquél) con una dramaturgia acertada y fluida, trabajada con cuidado y sentido por Nando López (autor, entre otros textos, de La edad de la ira, el éxito que llevó a las tablas La Joven Compañía).
En Desengaños amorosos, María de Zayas homenajea sin tapujos a Boccaccio: ella llamó a estas novelas su Decamerón español. Es curioso que llegue a escena este montaje ahora, coincidiendo casi -unos meses les separan- con el estreno de la serie de televisión La peste, en la que Alberto Rodríguez retrataba aquella Sevilla clausurada. Zayas encerró a sus personajes en una casa de la misma ciudad para entretenerse todos narrando los desengaños del título, uno por novela, mientras la ciudad sufría cuarentena.
“María de Zayas, madrileña de verbo ágil y cotidiano, no elaborado ni cultista, se acercó a los problemas de las mujeres de su tiempo con voz comprometida”
Nando López ha resumido algunas de estas historias y ha reducido los personajes a la anfitriona, Nise, una mujer de letras e ingenio que rechaza a todos los pretendientes (otra Nise, ‘discreta’ y sin un pelo de boba), en concreto a Don Octavio, un galán torpe y sin más letras que las que forman la palabra espada, pero tenaz como él solo, al que, como Penélope con sus pretendientes, da largas con pruebas absurdas de amor. Con ellos quedarán encerrados su valedor, Don Manuel, que es todo lo contrario, una suerte de Cyrano particular que le escribe los versos a Don Octavio, y Doña Beatriz, amiga del alma de Nise que llega a Sevilla huyendo de la justicia, un asunto de infidelidades con tres cadáveres de por medio que harán a Don Octavio, en su nueva y mudable atracción hacia la amiga, mirarla con excitación y temor, como Michael Douglas miraba a Sharon Stone, con un ojo en el cruce de piernas y otro en el picador de hielo.
Si en la causa de la fugitiva Beatriz hay o no razón tendrá que averiguarlo el espectador, que el decirlo sería destripe argumental, pero ya adelanto que Zayas sorprende con un alegato feminista osado para su tiempo y un enredo digno de la más atrevida de las portavoces del #MeToo. Ni Nise ni Beatriz son mujeres florero: ellas llevan el peso de la función, la voz cantante y hasta las armas, y aunque al final los desengaños -y engaños- se tornan en nuevos amores, hay también lugar para la reivindicación, cosa extrañísima en el Siglo de Oro, de otro tipo de amores, los oscuros que decía Lorca (aunque es cierto que magnificadas las ambiguas palabras de Zayas por una escena más que explícita, un salto a la piscina, de la dirección de Amestoy y el texto de López).
Y no solo eso: al final Zayas reivindica abiertamente el lugar de la amistad, tema importante, incluida la que pueda darse entre un hombre y una mujer, sin que un final tenga que ser necesariamente el del casamiento por real decreto, éste con aquella, y la de allí con el otro, como sucedía por norma en toda comedia y drama, que ‘premiaban’ a quien no lo había pedido con un enlace de por vida con el/la pretendiente que no era de su gusto, y ya se suponía que todos felices, aunque tragaran sapos más que perdices.
“Don Octavio, mirará a Doña Beatriz con excitación y temor, como Michael Douglas miraba a Sharon Stone, con un ojo en el cruce de piernas y otro en el picador de hielo”
Acabo, ya, que me estaría todo el día hablando de esta comedia amorosa, una gusto para la vista y el oído en gran medida por todo lo dicho y en gran medida por su cuarteto protagonista: Silvia de Pé imprime un carácter redondo y firme a su Nise, y Lidia Navarro pasa de la intensidad del drama a momentos de comedia fenomenales en sus cara a cara con Manuel Moya. Ya se sabe que los extremos se atraen, y el galán y la amiga chocarán al principio de forma muy divertida para después protagonizar una seducción hilarante. Moya tiene una comicidad intensa que convierte en un patán entrañable a su galán, quien también huye de su pasado. Otro guiño de la autora contra las convenciones de la época, en este caso el de las cerradas clases sociales, casi castas.
Redondos los tres, sin duda, pero me reservo para el final un aplauso especial para un enorme actor, Ernesto Arias, que convierte su Don Manuel en una presencia demoledora, rotunda. Un personaje melancólico, abatido e inteligente, con un poso de dignidad y madurez que engrandece cada escena en la que participa. Arias, de quien cualquiera que haya seguido su trayectoria sabrá ya que es un enorme actor de lo que le echen, y en concreto de clásicos -ahí están sus trabajos en entremeses en La Abadía, en la CNTC o con Rakatá y la Fundación Siglo de Oro-, sigue creciendo y se ha consolidado como uno de los grandes de la escena española. Hace tiempo que comenzó a dirigir -con acierto-, pero ojalá le sigamos viendo en las tablas.
Autor: Nando López, a partir de varias novelas de María de Zayas. Dirección: Ainhoa Amestoy. Intérpretes: Silvia de Pé, Ernesto Arias, Lidia Navarro, Manuel Moya. Vestuario y escenografía: Elisa Sanz. Iluminación: Marta Graña. Espacio sonoro: David Velasco (a partir de obras de Gaspar Sanz, Monteverdi y Anónimos del siglo XVII). Corral de Comedias. 41º Festival Internacional de Teatro de Almagro (Almagro, Ciudad Real).
Una respuesta a «María de Zayas y el MeToo»