LA CULPA
El mejor escribano hace un borrón. Y un grande de los escenarios comerciales -y de los no tan comerciales- como es David Mamet lleva años demostrando que es capaz de sentar cátedra en eso que se llama arquitectura teatral y en eso otro que conocemos como tensión narrativa, pero también de facturar textos como rosquillas sin el menor interés. La culpa pertenece a la segunda categoría.
En este drama, recién aterrizado en nuestra cartelera desde el Off-Broadway (titulado The Penitent, se estrenó en 2017), Mamet se empeña en buscar un conflicto pero no logra encontrarlo o lo encuentra pero este no toca al espectador español, quizá porque la sociedad norteamericana tiene una idiosincrasia que nos es ajena y lejana a veces. Y quizá porque Mamet es un jugador tramposo que se guarda ases en la manga para el final, pero para entonces uno ha desconectado hace ya tiempo.
En La culpa, un psiquiatra verá cómo su carrera y su vida personal se van a pique. El motivo: uno de sus pacientes, tras salir de su consulta, ha asesinado a varias personas y la prensa le convierte en responsable. Llevado por un orgullo profesional que trasciende todo límite, el psiquiatra se niega a declarar en el juicio, por más que su mujer y su mejor amigo le insistan para que cierre de forma práctica el asunto.
Mamet es un jugador tramposo que se guarda ases en la manga para el final, pero para entonces uno ha desconectado hace ya tiempo.
Así las cosas, en este thriller moral, las mentiras y el poder de la corrección política -por momentos recuerda a Oleanna, pero hay un abismo entre ambas-, al final lo único casi salvable es la interpretación de Pepón Nieto, muy alejado de registros en él habituales, entregado con desesperación a dar vida al protagonista, sumido en su cabreo existencial, sus dudas religiosas -es un judío urbanita de clase media alta- y su lealtad al código deontológico. Sí, señores, me quedo con el trabajo de Pepón. Mamet tendría que venir a darle las gracias por salvar, muy entre comillas, lo insalvable.
Junto a él, correctos, Ana Fernández como la esposa a la que la exposición mediática pone a prueba, y Miguel Hermoso, mejor amigo y abogado del protagonista. Y, brevemente, Magüi Mira, en un papel anecdótico.
Sí, señores, me quedo con el trabajo de Pepón. Mamet tendría que venir a darle las gracias por salvar, muy entre comillas, lo insalvable.
El director, Juan Carlos Rubio, curtido en el teatro comercial, no logra encontrarle el pulso a este texto adormilado, y tampoco ayuda mucho la bella pero abrumadora escenografía de Curt Allen Wilmer -una pared cargada de libros-, que se impone como un gigante sobre las pequeñas criaturas escénicas que pueblan el conflicto, seres poco dinámicos en un espacio que apenas habitan ni aprovechan.
Con la de conflictos y problemas que tiene ese gran país que es EE UU, una tierra de brillos y sombras, cabría preguntarle a Mamet si era necesario rebuscar y coger con pinzas los problemas éticos de un psiquiatra que no quiere declarar en un juicio. Mamet puede gustar, irritar, cabrear o hacer pensar. Pero rara vez aburre. Y eso es lo que ocurre en esta ocasión.
Autor: David Mamet. Versión: Bernabé Rico. Director: Juan Carlos Rubio. Intérpretes: Pepón Nieto, Ana Fernández, Miguel Hermoso, Magüi Mira. Escenografía: Curt Allen Wilmer (aapee) con EstudiodeDos. Iluminación: José Manuel Guerra. Diseño de vestuario: Pier Paolo álvaro (aapee). Teatro Bellas Artes. Madrid.