Faltan cárceles

CONSENTIMIENTO

En ocasiones, al margen de su planteamiento estético y su desarrollo como espectáculo, incluso de su calidad literaria -por estructura, ritmo o arquitectura interna-, un texto puede revolver al espectador en el asiento por su mensaje. Reconozco tener un problema más de índole ciudadana que teatral con Consentimiento. Parece que todo vale en la actual atmósfera sororitaria, pero ojo, si llevamos a sus últimas consecuencias lo que la autora británica Nina Raine propone, van a faltar cárceles para tanto “violador” (y “violadora”). A las estadísticas sobre infidelidad me remito.

Sarcasmos aparte, es una barbaridad equiparar una infidelidad con una violación, con la excusa de que la pareja, ignorante del engaño, ha accedido al sexo y que no habría consentido de haberlo sabido (resumo la idea, pero creo no errar mucho). Es uno de los personajes, femenino, el que se arranca de esta manera, proceso judicial de por medio contra su infiel marido, pero hay al menos otro personaje, masculino, que la apoya. Otros, en cambio, intentan hacerle ver que los asuntos de alcoba no deben llevarse al terreno judicial.

Y la autora, ¿qué dice de todo esto? Digamos que ejerce el escapismo: tira la piedra y esconde la mano. Se lleva mucho esto. “Yo sólo planteo una pregunta, el espectador encontrará su respuesta”, “es un texto abierto”, “lo que queremos es que el público piense y se plantee cosas”. Traduzco:  que el espectador pise el charco que el dramaturgo prefiere sortear y contemplar desde la distancia.

“Es una barbaridad equiparar una infidelidad con una violación, con la excusa de que la pareja, ignorante del engaño, ha accedido al sexo que no habría consentido de saberlo”

Solo con plantear la cuestión ya se está tomando partido, sobre todo cuando se crea un dilema inexistente en el debate ciudadano. Este tipo de digresiones poco ayudan al verdadero problema de fondo que late en otros pasajes de un texto, por otro lado, interesante y escrito con buen pulso dramático: los límites del sexo consentido y dónde estos desaparecen para dejar paso a una violación. Los mismos personajes vivirán más tarde esta disyuntiva. Y no hace falta debatir nada: un “no” es suficiente. Y a veces, ni eso, si las circunstancias -como el terror o la violencia ejercida- atenazan a una víctima. ¿Hace falta aún aclarar esto? Espero que no.

Últimamente veo muchos despropósitos de razonamiento en escena. Se arrojan ideas terroríficas que lo políticamente correcto ampara. Espero que sea algo pasajero. Si no, nos espera una sociedad sin flirteo, pasión ni amor. Dominarán el miedo y la falta de compromiso. ¿Quién querría atarse a una relación sabiendo que puede acabar en la cárcel por un desliz marital? Piénsenlo. Sólo en las épocas y sociedades más retrógradas, generalmente bajo el auspicio de la religión, la infidelidad era castigada por la ley. En el fondo, la idea que deja caer Raine es lo más antiguo, conservador y totalitario que he oído en mucho tiempo sobre un escenario.

“Nos espera una sociedad sin flirteo, pasión ni amor. Dominarán el miedo y la falta de compromiso. ¿Quién querría atarse sabiendo que puede acabar en la cárcel por un desliz marital?”

Sí, el teatro puede y debe invitar a pensar. Si no lo hace, una de dos, o no tiene nada interesante que pensar (es teatro plano, idiota, o es pura evasión) o tiene las ideas muy claras, y en ese caso es teatro ideologizado, adoctrinador, sesgado. Pero el teatro también tiene la obligación de elegir con cuidado sus batallas: debe decidir sobre qué quiere hacer pensar. De la misma manera que un periodista ejerce la subjetividad no ya cuando titula o redacta de una manera u otra, sino desde que decide publicar una noticia o ignorarla, así un dramaturgo también se posiciona con los temas sobre los que “no se posiciona” en escena.

Así, lanzar un misil como el de Consentimiento es un acto del todo menos cándido. Como decía arriba: veremos a muchos conocidos, hermanos, padres (o madres, ojo) encerrados si se acepta la imprudente tesis de Raine.

“El teatro tiene la obligación de elegir con cuidado sus batallas: debe decidir sobre qué quiere hacer pensar. Un dramaturgo se posiciona con los temas sobre los que no se posiciona”

Consentimiento, por lo demás, es una función estimable, con un puñado de buenas interpretaciones y una fabulosa escenografía firmada por Curt Allen Wilmer en un espacio escénico vacío, dispuesto a cuatro bandas, al final del cual se alza una gran pared de cajas de cartón que serán polivalentes en la obra y que refuerzan la idea de ruptura y destrucción de la pareja: la constante mudanza.

Magüi Mira hace ir y venir a los intérpretes, que respiran y caminan al son de un movimiento escénico casi coreográfico. Quizá no sea el mejor espacio para una apuesta como ésta, que podía haberse resuelto en un escenario menor, pero el efecto no queda distorsionado y el talento del reparto y el buen hacer de la directora llenan ese hueco.

En ese terreno, da gusto ver trabajar a un reparto formado por actores y actrices de talento y recorrido. Jesús Noguero y Candela Peña son una de las parejas de abogados y fiscales, María Morales y David Lorente la otra. Y con ellos, Pere Ponce un quinto en discordia, otro abogado, soltero, del que los amigos se mofan, a la búsqueda de pareja. Clara Sanchis interpreta a una actriz amiga del grupo y Nieve de Medina se mete en la piel de la víctima. Todos son intérpretes más que solventes y componen personajes poliédricos e interesantes, con sus vaivenes emocionales y sus cambios de posicionamiento. Pero durante el primer tramo de la función hay un cierto ruido en las escenas corales: demasiada risa impostada y unos diálogos acelerados que no acaban de hacer que el espectador se interese por el grupo. Morales es la que mejor domina ese turbulento tramo inicial y De Medina no llega a caer en él, ya que su personaje está al margen del caos, pues entra en escena siempre aislado.

“Durante el primer tramo de la función hay un cierto ruido en las escenas corales: demasiada risa impostada y unos diálogos acelerados”

Luego todos se irán asentando, la historia crecerá y sus trabajos mejorarán notablemente, dejando algunos de los mejores momentos en la ira irracional y dolida del personaje de Peña, en la desesperación del de Noguero y en la incredulidad y el abandono del de Sanchis. Todos se traicionarán, marido a mujer, mujer a marido, amigo a amigo y amiga a amiga, como chacales oportunistas.

A Consentimiento le pesan un poco su duración excesiva y un mucho unas coreografías insertadas a modo de transición entre escenas, pequeños bailes mal resueltos y que nada aportan con los que los actores diría que no se sienten cómodos. Son dos caras de una misma moneda (sin las segundas, la primera se acortaría notablemente, y aún se podría aplicar algo de tijera al texto).

Lo importante es lo que la función deja: una acertada y dolorosa disección del desamor en la pareja, una pregunta acuciante -vistos los casos notorios que salen a la luz a diario casi, y los que no lo hacen- sobre los límites del consentimiento en el sexo, y un dedo acusador sobre el sistema legal, que a menudo parece tutelar más al criminal que a la víctima.

“La función deja una acertada y dolorosa disección del desamor, una pregunta acuciante sobre los límites del consentimiento en el sexo, y un dedo acusador sobre el sistema legal”

Los protagonistas son un grupo de amigos y conocidos que viven de la ley. Son abogados y fiscales, y para ellos cada caso es un ingreso, una medalla, una victoria o una derrota, y conceptos como la empatía deben quedar a un lado.

La profesión legal sale mal parada. Sirva de advertencia para abogados, fiscales o jueces que se acerquen a ver la obra. Aunque en gran medida es el propio género humano el que queda retratado.

Desde la piel de un espectador ajeno al sistema legal, sus profesionales aparecen deshumanizados. La autora los confronta con sus actos, encarnados en una mujer que ha sido recurrentemente arrollada por la letra pequeña y sus lagunas. La falta de pruebas, los vericuetos legales, los procedimientos… Lo tremendo es reconocer que hacen falta, nos guste o no, para que, como explica uno de los protagonistas, un inocente no acabe en la cárcel.

Qué complicado dilema el de lograr el sistema perfecto. Ninguna nación en ningún momento de la historia lo ha conseguido. Pero es interesante que la obra lo plantee, ideas peregrinas sobre el posible carácter criminal de la infidelidad al margen.


Autor: Nina Raine. Versión y dirección: Magüi Mira. Traducción: Lucas Criado. Intérpretes: David Lorente, Nieve de Medina, María Morales, Jesús Noguero, Candela Peña, Pere Ponce, Clara Sanchis. Escenografía: Curt Allen Wilmer (AAPEE) con EstudiodeDos. Iluminación: José Manuel Guerra. Música y espacio sonoro: Bruno Tambascio. Vestuario: Ana López Cobos. Coreografía: Toni Espinosa. Teatro Valle-Inclán. Madrid.

Estrellas Volodia

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