VALOR, AGRAVIO Y MUJER
Viendo Valor, agravio y mujer, pudiera pensarse que Beatriz Argüello lleva toda su vida dirigiendo clásicos. Y es una verdad a medias, o una mentira a tercios, si se prefiere, de Flandes en este caso. Verdad a medias porque aunque el nuevo estreno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico supone su debut como directora, la actriz lleva años conociendo de forma privilegiada el mundo de nuestros autores áureos desde el escenario. Y sin duda ha tomado buena nota de cómo abordar con elegancia y acierto un texto en verso a las órdenes de Helena Pimenta, Ángel Gutiérrez, Natalia Menéndez, Xavier Albertí, Gerardo Vera, Blanca Portillo, Juan Carlos Pérez de la Fuente o José Luis Gómez, por citar algunos de los directores con los que ha protagonizado clásicos.
Lo de Flandes, porque el texto elegido es una comedia que nos lleva a las provincias flamencas españolas, acompañando a Doña Leonor, dama agraviada que, travestida en el caballero Don Leonardo, seguirá hasta allí los pasos del que ha robado su honor, un Don Juan voluble y oportunista. Si la figura de Don Juan -este de Córdoba, pero Don Juan al cabo- pudiera invitar a esa lectura, en realidad la obra de Ana Caro de Mallén, dramaturga pionera de nuestro teatro, entronca mucho más con el Don Gil de las calzas verdes o con La mujer por fuerza, sendas comedias de Tirso, con las que comparte el subgénero de la dama transformada en hombre. Como en aquellas, la protagonista no sólo será tan aguerrida y valerosa como cualquier caballero, sino que generará un juego de equívocos en el que otra dama, la pretendida por su amado, acabará prendada del falso galán de extraña androginia. Qué modernos eran nuestros clásicos (y nuestras clásicas).
El texto de Caro de Mallén, que ha adaptado con mano sabia y buen tino Juana Escabias, cortando lo justo y manteniendo versos claves de gran fuerza, sorprende y vuela alto
Sorprende la voz libre y la personalidad sin dueño del personaje principal. Una mujer que parece adelantarse a los siglos y cuestiona con palabras y hechos las normas de una sociedad de hombres -lo de heteropatriarcal no se decía entonces- no sólo con el subterfugio del disfraz, sino arriesgando el pellejo, retando a duelo a unos y otros, empezando por el hombre del que ha jurado vengarse -qué trabajazo de esgrima el de los intérpretes y su maestro, Jesús Esperanza-, prendando a damas (sin consumar, claro) en una demostración inversa del mal que habita en el burlador, y liberándose de toda necesidad de valedor o defensor, una figura habitual en el teatro áureo allí donde hay una dama sola. Más allá de esta esta subversión, llama la atención otra: la social. La relación de amistad que elimina la distancia de clases entre Leonor y Ribete, ama y criado pero, insiste ella, amigos ante todo, tiene algo de antisistema, con perdón del anacronismo.
Ana Caro de Mallén es autora bastante desconocida, pues su obra se perdió en un incendio. Solo se han conservado dos de sus comedias: Valor, agravio y mujer y El conde Partinuplés. La que nos ocupa, que Juana Escabias ha adaptado con mano sabia y buen tino, cortando lo justo y manteniendo versos claves de gran fuerza, sorprende y vuela alto. Se mueve además entre la tragedia, que roza en varios momentos, y la comedia. Argüello se detiene en ello con acierto, con un tono a ratos serio, oscuro, pero dejando salir cuando toca el raudal cómico, sobre todo en el rotundo talento de Luis Moreno como el criado Ribete , uno de esos personajes para enmarcar en una galería de inolvidables junto a Catalinón, Clarín, Caramanchel y algunos otros.
Julia Piera es una Doña Leonor de gran energía, bravo movimiento en escena y buen decir del verso. Entra en el papel, lo hace suyo y lo defiende con brío. Me gustaron los principales papeles masculinos, con un Pablo Gómez-Pando de fuerza y buena voz como Don Juan, y sobre todo, un Ignacio Jiménez que es un raudal de humor en su pusilánime y cortito Príncipe de Pinay, el galán abocado a no comerse un rosco. Bien en general el resto de papeles, con el recio y casi regio Don Fernando de Rivera de Paco Pozo o el Tomillo de Jesús Hierónides. La autora reserva el brillo a Doña Leonor, dejando al resto de damas algo desdibujadas. Con todo, Lucía Barrado y Natalia Llorente encarnan a Estela y Lisarda con el acierto que les permite el texto.
La propuesta de Argüello entra, antes que por los oídos, por los ojos. Si el arranque es comedido, pronto la directora exprime con ingenio esa sobriedad con unas escaleras móviles para trasladarnos a un Flandes barroco construido con telones ilustrados, talleres de pintura y gabinetes de curiosidades decorados con esculturas y armaduras, una estética que traslada un mensaje -al menos a quien firma-: seguir apostando por la ambientación de época funciona si se sabe hacer con elegancia.
La propuesta de Argüello entra, antes que por los oídos, por los ojos. Si el arranque es sobrio, pronto hace magia la directora con unas escaleras móviles para trasladarnos a un Flandes barroco
Algo más desigual es el trabajo de figurines, con blusas de excesivos volantes y atuendos resueltos en cuero en los duelos, aunque tiene brillos, como su acercamiento a la imagen de lo flamenco que el arte y el cine han grabado en la memoria popular gracias a la Joven de la Perla, a través de la sirvienta Flora -metida en esta piel pone la voz y la música al montaje con bello hacer Sol Vicente-, o los trajes de damas y criados.
Hay, en definitiva, una nueva directora a la que felicitar y saludar, una mirada con personalidad y un montaje bello que sumar a la larga lista de clásicos recuperados para el público por la gran labor de la CNTC, un teatro público que conviene cuidar y tener siempre en buenas manos, porque nuestro teatro del Siglo de Oro es un patrimonio cultural del que ningún país, ni siquiera la Inglaterra habitada por el monstruoso bardo de Stratford upon Avon, puede presumir.
Obra que da matices de modernidad al teatro clásico, con un texto sorprendente de Ana Caro, autora que merece un sitio entre los grandes del Siglo de Oro, un verso fluido y decorosamente representado por los actores, medios técnicos fenomenalmente utilizados, bien adaptada por Juana Escabias y una Beatriz Arguello ( la directora) que domina tiempo y espacio de la obra, como si hubiera estado dirigiendo toda su vida.