¿Quién no querría bailar?

BILLY ELLIOT

Pocas veces sale uno de un teatro con el ánimo tan conmovido. Billy Elliot lo tiene prácticamente todo. Y lo que no tiene, lo suple con todo lo demás. Es sin duda el gran estreno musical de la temporada. Sus mejores armas no son fáciles de emular: una producción deslumbrante, una historia de partida magistral -y muy bien adaptada- y un reparto impecable en el que llama la atención el fabuloso trabajo, y no siempre es fácil, de sus jóvenes actores.

Con permiso de su intocable majestad El Rey León, que sigue siendo otro título de referencia en nuestra cartelera, a Billy Elliot le sobran razones para ganarse el corazón del público, como ya ha hecho, y mantenerse, si sus programadores quieren, meses o años en Madrid. Es un musical de un tipo diferente al de Disney, pero a su altura y a la de los mejores títulos del género vistos en España en años -pienso en las gozosas noches, por motivos diferentes y en variados formatos y estilos, vividas con Los Miserables, Chicago, Follies, Cabaret, Mamma Mia! o Sweeney Todd, por citar algunos ejemplos-. Ojalá sigamos viendo el enorme cartel del muchacho bailarín en la calle Jorge Juan. Volvería mañana al teatro a emocionarme, mover los pies discretamente bajo la butaca y casi llorar con este enorme vehículo comercial que destroza cualquier prejuicio sobre lo que esa palabra -comercial- puede significar.

“Volvería mañana al teatro a emocionarme, mover los pies discretamente bajo la butaca y casi llorar con este enorme vehículo comercial que destroza cualquier prejuicio”

La productora, SOM, ha acertado en el título, para empezar. Parece difícil errar con la adaptación de una película como la de Stephen Daldry, tan hermosa y conmovedora, divertida y humana. La historia nos arrebató a muchos ya en su día el corazón y las risas: Billy es el hijo menor de una familia de mineros en un pueblo de mala muerte en plena Inglaterra thatcheriana. Mientras todos se parten la cara con los recortes, las privatizaciones, la policía, las huelgas y la miseria, Billy descubre que a él no le va el boxeo, lo que practican todos los chavales del pueblo, sino el ballet. Y comienza un sueño para él, pese a la oposición inicial de su familia: lograr una beca para la Royal Ballet School.

Billy Elliot podía en cualquier caso haber sido una magnífica película pero un mediocre o nulo musical escénico. El talento original de Lee Hall, autor de libreto y letras, y del mismo Daldry, que adaptó su propia película, lo evitaron. El musical exhibe un músculo escenográfico descomunal: paneles que suben y bajan y estructuras arquitectónicas completas nos trasladan una y otra vez al gimnasio donde Billy practica, la casa de la Señorita Wilkinson, su imprescindible maestra de danza que cambiará su vida, la mina donde trabajan su padre y su hermano mayor y, por supuesto, el hogar de los Elliot, esa típica casa de clase baja galesa de los 80 abierta en dos para el espectador voyeur con una estructura móvil de dos plantas. Porque Billy Elliot es además un gran viaje nostálgico para cualquiera de mi generación al thatcherismoy su estética, y asomarse a las vidas de los protagonistas requería esta pared rota, este artificio tan básico y aparatoso como efectivo.

“El musical exhibe un músculo escenográfico descomunal: paneles que suben y bajan y estructuras arquitectónicas nos trasladan al gimnasio, la mina y el hogar de los Elliot”

¿Y la música? Elton John firmó las canciones en el original, una producción que lleva por cierto once años en Londres. He de confesar que el apartado musical no es lo que más me convenció: si hay que ponerle alguna pega a esta producción es que carece de una partirura memorable. Si bien los temas de Sir Elton John son más que bailables y correctos para hacer avanzar el montaje y la historia, le falta al conjunto de melodías esa magia que hace que el espectador siga silbando o tarareando durante semanas las canciones. Pero da igual. El enorme y ambicioso envoltorio y la dimensión humana y calidad narrativa de la experiencia hacen el resto. David Serrano, cineasta reconducido hace ya tiempo hacia su pasión por la escena y con varios títulos en cartel, firma la adaptación y dirección españolas. Todo un acierto: su montaje tiene un ritmo que no decae y un encanto contagioso.

Y todo aquí suma. He dejado para el final al reparto, pero bien podría haber empezado por los artistas, porque suponen buena parte de que esta nave haya llegado al mejor puerto. De los adultos, poco cabe decir que no sepamos: Carlos Hipólito, cabal, entero y trabajadísimo su papel de padre de Billy. Hipólito es un minero sin duda de la interpretación, uno de esos nombres que siempre conviene tener en un reparto para que saquen diamantes. No decepciona. Me gustó mucho Adrián Lastra: su interpretación del hermano de Billy es poderosa y llena de rabia. Clava al personaje: un punto macarra y lerdo, sin miras ni perspectiva. El público -y quien firma- se desternilla con Mamen García, que hace de abuela: tiene una energía cómica que se zampa el escenario. Y bien, en general otros veteranos como Juan Carlos Martín (George) y Alberto Velasco (un divertido Braithwaite, al que dota de más carisma que su homólogo en la película).

“Millán mantiene esa capacidad para encarnar a una perdedora enamorada de su oficio que ha encontrado por fin un caballo ganador, pero le añade además raudales de fuerza”

Pero quizá de entre los papeles principales brille especialmente esa diosa del musical patrio que es Natalia Millán. Sí, he elegido con cuidado mis palabras. La he visto muchas veces y siempre me ha parecido enorme. Si la señorita Wilkinson de Julie Walters tenía un punto melancólico -especialmente en una hermosa escena, aquí desaparecida, en la que le explicaba a Billy la historia, y de paso la de su propia vida, de El lago de los cisnes-, Millán mantiene esa capacidad para encarnar a una perdedora enamorada de su oficio que ha encontrado por fin un caballo ganador, pero le añade además raudales de fuerza: está su voz -cómo canta esta mujer-, su movimiento coreográfico, su dominio de las tablas… Las escenas de Billy y su maestra conforman los mejores momentos, especialmente el largo número en el que vemos cómo el chico va mejorando clase tras clase mientras de fondo avanza la huelga minera al grito de “Solidaridad”.

He hablado de los mayores. Capítulo aparte y especial por una vez merecen los chicos. Debo aclarar que en esta enorme producción, que tuvo un año entero de ensayos, por circunstancias obvias ligadas a la edad de sus protagonistas hay hasta seis actores para Billy que se turnan según días y sesiones, cinco para Michael, su mejor amigo y el chico deseando salir del armario asfixiante del pueblo, y cinco también para Debbie, la hija de la maestra. Igualmente, el resto de niñas de la clase de ballet tienen hasta cuatro rostros diferentes para cada papel. Estoy seguro, dado la calidad de lo visto, de que todos están a la altura y que los repartos no flaquean, pero no me queda más remedio que ser injusto y hablar de los chicos que yo vi el pasado sábado 17 en la primera función de la tarde. Suerte a los demás.

“El chaval deja al público asombrado y boquiabierto. Canta bien, baila de impresión y tiene un encanto y naturalidad que llegan a devorarse escenas con algún que otro veterano”

Lo de Miguel Millán, el Billy que vi, es de quitarse el sombrero, hacer triple pirueta y aplaudir al caer. El chaval deja al público asombrado y boquiabierto. Canta bien, baila de impresión y tiene un encanto y naturalidad que llegan a devorarse escenas con algún que otro veterano -no diré de quién, no se trata después de esta crítica hiperbólica de herir egos y sensibilidades innecesariamente-. Es muy difícil lograr resultados así con chicos de su edad, a veces por más que se ensaye y se trabaje con ellos. Su madurez y entrega hacen que el teatro se vuelque con él. Otro tanto sucede con Diego Poch, un Michael exultante de frescura y humor. Vamos, que tiene un morro enorme y ningún miedo. Pocos intérpretes adultos abordarían la escena de travestismo con la confianza de esta pareja de actores. Tienen los mejores mimbres para un largo futuro teatral.

El resto los acompaña sin desentonar, con un cuerpo de niñas bailarinas maravilloso y hasta el pequeñajo del barrio -creo que el que vi fue Bruno España– capaz del mayor desparpajo. Está claro que Alfred Hitchcock, ya saben el genio del cine que dijo aquello de que nunca hay que rodar con niños, con perros ni con Charles Laughton, no tenía a mano el reparto de este Billy Elliot.

La película de Daldry se subtituló en España “Quiero bailar”. Yo propongo un subtitulo en la versión española: “Con este musical, ¿quién no querría bailar?”.


Música: Elton John. Libreto y Letras: Lee Hall. Director: Stephen Daldry. Adaptación y Dirección: David Serrano. Reparto: Pablo Bravo/Pau Gimeno/Cristian López/Miguel Millán/Óscar Pérez/Diego Rey (Billy); Carlos Hipólito, Natalia Millán, Adrián Lastra, Mamen García, Juan Carlos Martín, Alberto Velasco; Diego Poch,Samuel Gómez, Álvaro de Juana, Lucas Miramón, Son Khoury, Beltrán Remiro (Michael).  Director Musical: Gaby Goldman. Coreografías Originales: Peter Darling. Coreógrafo Asociado: Toni Espinosa. Diseño de Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Diseño de Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI) y Carlos Torrijos (AAI). Diseño de Sonido: Gastón Briski. Diseño de Vestuario: Ana Llena. Diseño de Caracterización: Laura Rodriguez. Traducción y Adaptación de las canciones: Alejandro Serrano y David Serrano. Director Musical Residente: Joan Miquel Pérez.

Estrellas Volodia

6 respuestas a «¿Quién no querría bailar?»

  1. Miguel, soy Carmen la amiga de tu madre, me paso ella estas paginas y me ha encantado reconocerte en esta nueva vida que llevas con tanta profesionalidad. emoción y humor.
    Me he metido en el musical de Billy, vi la película que me emociono supongo que igual que a todos, pero ahora me muero de ganas de verla en el nuevo formato, la narras, explicas, la quieres, lan desmenuzas de una forma explendida….enhorabuena, procurare estar al quite de seguirte
    Gracias Miguel, un abrazo
    carmen

    1. Hola Carmen, me alegro de leerte por aquí. Muchas gracias por tu amable y generoso comentario. Espero que esta página te siga gustando y que te sirva de referencia en el futuro, yo haré lo posible por mi parte por seguir mejorándola. Me encanta tener lectores tan entusiastas como tú. Ojalá lleguen muchos más. ¡Díselo a todas tus amigas! ¡Corre la voz entre tus conocidos! ¡Que todo el planeta lea Volodia! (Bueno, quizá me he pasado un poco, pero toda ayuda se agradece). Espero que te guste tanto Billy Elliot como a mí cuando vayas a verlo. Y si no, ya sabes donde puedes escribir y poner al crítico de vuelta y media… ¡Un abrazo!

  2. (Lo que no me gustó) La lástima es el mensaje de derrota de la lucha obrera, la inutilidad de luchar por los derechos y una vida digna, lamentable mensaje de la individualidad en contra del esfuerzo colectivo

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