Rodrigo García, para reflexionar

DAISY

Cada visita del dramaturgo y director español Rodrigo García –y la palabra «visita» cobra nuevo sentido desde que se ha instalado en Francia, como director del teatro nacional de Montpellier– es un acontecimiento entre los círculos interesados en el teatro contemporáneo. El quién es quién teatral del estreno de Daisy es la prueba de que sus propuestas siguen teniendo ese algo que puede hacer que lo rechaces de plano o lo consideres un faro a seguir, pero que a pocos deja indiferentes. Lo cierto es que Daisy, un espectáculo de la compañía de García producido por la Bonlieu Scène nationale Annency y programado por el Festival de Otoño a Primavera, es redondo, matemático, digno de un creador en plena madurez que sabe medir sus tiempos y domina la escena, pero esa perfección deja una ligera sensación de pulcritud, como si el bocazas incendiario que un día no dudaba en lanzarse al barro hoy pasase sobre él de puntillas. Dicho entre comillas, claro, porque García sigue teniendo la lengua tan imberbe como el verbo ocurrente.

Daisy es redondo, matemático, digno de un creador en plena madurez que sabe medir sus tiempos y domina la escena, pero esa perfección deja una ligera sensación de pulcritud

Una reflexión sobre los coños y, a continuación, un desganado relato de la colaboración que logra de las cucarachas de su casa –ojo a la lectura socio-laboral de un tipo que nunca ha caído en el dogmatismo político fácil– abren las puertas al universo personal de un hombre que ha decidido pararse a hablar de las miserias cotidianas y las tristezas propias: la «doble moral» social, la devaluación del lenguaje o la incapacidad de extraer poesía de un paisaje que no colabora. Porque poesía, rota, seca, antipoética, es lo que persigue y arroja.

Hace una década, aproximadamente, a García le pasaba lo contrario: se había estancado en las orgías de miel y ketchup, en las tomatinas de pan de hamburguesa  que configuraban un rasgo distintivo de su forma de entender la escena, posdramatismo de acciones impactantes, y su palabra, siempre poderosa, libérrima y bruta, su poesía oscura y su protesta contra todo, eso que él llama «teatro confesional», pasaban a segundo plano. Cualquiera recuerda hoy algunas acciones de La verdadera historia de Ronald, el payaso de McDonald’s, pero, ¿alguien sabría citar algún párrafo concreto, alguna idea? Y las había, torrentes de escepticismo, de hartazgo, de ironía.

Daisy es un espectáculo tan hermoso y milimétrico escénicamente como algo más inocuo que otros del mismo autor

Mientras el escritor seguía en forma, el director  miró adelante. Aproximación a la idea de la desconfianza (2008), de forma tímida, y Versus (2008), con claridad, supusieron un giro en su lenguaje escénico hacia la palabra como algo que venerar, algo que cuidar: puestas en escena más pausadas y limpias, que «manchaban» menos el mensaje. Entonces lo aplaudí pero hoy, ante Daisy, cuadratura del círculo del nuevo García, echo de menos algo de sus festivales de líquidos y casquería. Llámenme, si quieren nostálgico, reaccionario o indeciso.

Daisy es un espectáculo tan hermoso y milimétrico escénicamente como algo más inocuo que otros del mismo autor. El público ríe con la espontaneidad de dos perritos falderos que saca a escena, se troncha cuando Gonzalo Cunill se calza unos esquís acuáticos –cierto que lo que García opina de este ¿deporte? es genial–, cuando Juan Loriente rememora las aventuras de dos personajes legendarios discotequeros, y cuando los dos actorazos, habituales de sus obras –qué enorme esfuerzo el suyo y qué forma de manejar un texto que parece fácil de decir pero tiene sus propios códigos y tempos–, se transforman en fantasmas con sábana.

Pero García sólo incomoda, verbo siempre perseguido en sus propuestas, con las proyecciones en tiempo real de un tambor lleno de cucarachas. Y ya al final hace que nos agarremos a la butaca al conectar el tubo de escape de una moto con un huevo-cubículo cerrado en el que el sufrido Loriente aguanta el monóxido de carbono. Durante un par de minutos, pensamos que ha decidido dar un paso alocado y acabar con un actor en la performance definitiva. Lógicamente, no ocurre, y cae el telón antes de salir en los papeles. Queda otra experiencia para pensar y disfrutar con su poesía.


Texto: Rodrigo García. Escenografía: Rodrigo García. Puesta en escena: Rodrigo García. Traducción: Christina Vasserot. Intérpretes: Gonzalo Cunill y Juan Loriente. Iluminación: Carlos Marquerie. Creación de vídeos: Ramón Diago. Espacio sonoro: Daniel Romero. Escultura de Daisy: Cyrill Hatt. Vestuario: Méryl Coster. Teatros del Canal. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Mayo 2015).

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