Piensan, luego existen

EL RÉGIMEN DEL PIENSO

La Zaranda llega al Centro Dramático Nacional y, al contrario que otros, que se difuminan en el encargo o quedan empequeñecidos por la responsabilidad, los de Jerez ofrecen su mejor cara, insobornable y libérrima. Son muchos años, dirán, y no vamos ahora a vendernos por menos de nada. Los autores de Los que ríen los últimos, Homenaje a los malditos o Nadie lo quiere creer no han cambiado, fieles a una concepción del teatro en la que no tiene cabida el realismo ni la narrativa, pero se ríen también del post dramatismo, como si dijeran: eso lo llevamos nosotros haciendo toda la vida sin tanto ruido. Eso sí, hay que tener actores: grandes Paco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, y muy bien adaptado a sus códigos el fichaje, Javier Semprún.El régimen del pienso es el nuevo episodio nacional de estos ácratas empeñados en el feísmo de sus daguerrotipos teatrales con algo de folclore y algo de locura. Frenopáticos, mansiones familiares polvorientas y otros lugares claustrofóbicos son las localizaciones de sus desvaríos, el último un laberinto de despachos. Porque, aunque lo nieguen, han salido a la calle en la más comprometida de sus obras. ¡Viva el teatro político! Al menos, así.

“El régimen del pienso” es el nuevo episodio nacional de estos ácratas empeñados en el feísmo de sus daguerrotipos teatrales con algo de folclore y algo de locura.

Alejada del cliché y la pegatina, La Zaranda desmonta el edificio de la empresa, matadero inhumano para el que el empleado es carnaza: “Sin duda, ahí arriba saben lo que se hacen”, cree un currito en la obra, y la ironía sobrevuela un teatro entregado a la risa desde el principio, desde el “¡Pienso!” con que arranca la obra y que retuerce la semántica para igualar alimento y espíritu. Ellos, sí, piensan, luego existen.

Vivimos, nos dicen, mejor que nunca, y a la vez morimos con cabezas vacías y corazones atrofiados. El régimen del pienso es una obra necesaria en una sociedad anémica de crítica distanciada –no cuento los panfletos con carné–, obras que le pongan a su tiempo un espejo deformante en la cara. El de la Zaranda siempre lo es. “¡Está la cosa como para teatro!”, ironizan. Pues sí, ahora más que nunca.

Con apenas unos cables, unos estantes de metal y unos archivadores roñosos, el Teatro Inestable de Andalucía la Baja, pata negra de nuestras dehesas teatrales, hace de la autopsia un arte.

En este nuevo texto, Eusebio Calonge, tan acertado en sus metáforas y sin perder su aliento poético, se acerca al drama de las empresas y los despidos, a la crisis en definitiva. “A todo acaba uno acostumbrándose”, rumian los habitantes de despachos grises, que afrontan como termitas las decisiones de “lo más alto”, aunque a veces “no hay quien entienda nada”.

Los cerdos de una gran empresa mueren de una extraña peste y los empleados de toda la vida son despedidos en aras de la rentabilidad. Las quejas, al aparato burocrático, un laberinto de flexos y pasillos. “Los cerdos tienen mejores condiciones que nosotros”, denuncian. Y entre escena y escena, con apenas unos cables, unos estantes de metal y unos archivadores roñosos, el Teatro Inestable de Andalucía la Baja, pata negra de nuestras dehesas teatrales, hace de la autopsia un arte. La autopsia de este sistema, que ya no hay quien lo salve.


Autor: Eusebio Calonge. Director: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Francisco Sánchez, Enrique Bustos, Gaspar Campuzano, Javier Semprún. Teatro María Guerrero. Madrid.

Crítica publicada originalmente en La Razón, recogida en Notas desde la fila siete (Julio 2013).

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