J’ATTENDRAI
Permítanme tratar de resumir J’attendrai sin caer en el spoiler, ya que algo de intriga tiene su historia, y asumiento a la vez que la sinopsis no tendrá ni de lejos la belleza y la poesía contenida del nuevo texto de José Ramón Fernández. J’attendrai es metateatro, la historia de un dramaturgo que trata de escribir una obra digna sobre la ignominia, una pieza que hable del Holocausto y, en concreto, de ese lugar terrible que fue Mauthausen. Pero J’attendrai es también, a la vez, una historia de personas y recuerdos. Una obra sobre la memoria y las promesas, un cuento de reencuentros y fantasmas del pasado. Permítanme también, antes de seguir, decir lo importante y necesario que es que se sigan escribiendo y estrenando obras como J’attendrai para que nunca se olvide que existieron lugares como Mauthausen, como Treblinka, como Dachau. Como Auschwitz-Birkenau.
Ahora sí: la sinopsis. En J’attendrai, Fernández nos cuenta dos historias. La del dramaturgo que da forma a una pieza sobre el Holocausto. O lo intenta. Y se lamenta, porque la memoria es traicionera y porque, a quién no le ha ocurrido, no hablamos lo suficiente con nuestros mayores cuando tuvimos la oportunidad y ahora, pasados los años, no hay forma de rellenar las lagunas de la memoria si no es con la ficción, con la documentación, con la recreación. A Fernández le ocurrió con su tío Miguel, un prisionero de Mauthausen. Las voces de los protagonistas se pierden, viene a decirnos este esfuerzo por hacernos entender lo importante que es recordar. Un verbo que equivale a menudo, aunque parezca obvio, a no olvidar.
La otra historia de J’attendrai es la de un anciano superviviente de Mauthausen que va camino de un homenaje a París junto a su nieta. Ambos harán noche en un pequeño hotel de pueblo, pero no por casualidad. Hay una historia en marcha que tiene que ver con el pasado, con dos jóvenes enamorados a los que separaron la Guerra Civil, primero, y la contienda mundial, después, y con los años que dos hombres pasaron juntos en el infierno
‘J’Attendrai’ casi logra la perfección de un triángulo isósceles entre el documento, la autoficción y el drama, en el que todos sus ángulos suman siempre siete mil nombres
J’attendrai no persigue la cuadratura del círculo. En ese sentido es una obra humilde, que conoce sus limitaciones. Pero casi logra la perfección del triángulo, un triángulo azul invertido como los de los prisioneros españoles de Mauthausen. Un triángulo isósceles entre el documento, la autoficción y el drama, en el que todos sus ángulos suman siempre siete mil nombres, siete mil españoles que o bien murieron allí -unos cinco mil de ellos- o bien vivieron siempre marcados por la huella de aquella maldad, marcados por las pesadillas, los estigmas e incluso la culpabilidad por el mero hecho de haber sobrevivido.
Hablar del horror, en términos artísticos, no es sencillo. Puede caerse en el sentimentalismo barato o en la recreación hiperrealista con ánimo de situar al espectador en el mismo horror vivido, lo cual es un error de partida, como defiende Juan Mayorga: nunca la recreación será fiel al verdadero sufrimiento, lo cual convierte la experiencia en tramposa y futil. Al horror hay que aproximarse de otra manera. ¿Pero cuál?
Hablar del horror, en términos artísticos, no es sencillo. Puede caerse en el sentimentalismo barato o en la recreación hiperrealista, lo cual es un error de partida. Al horror hay que aproximarse de otra manera.
Fernández dedica, a través de sus criaturas escénicas, algo de espacio a detallar el horror. Los diálogos y monólogos se detienen en la dureza de la vida en Mauthausen. Y en lo frecuente de la muerte en Mauthausen, a menudo absurda y aleatoria, y siempre injustificable. Pero es solo parte de su mirada. En realidad, el mecanismo elegido por Hernández para evitar la banalidad artística es la memoria. Es una herramienta inteligente para hablar del horror: la necesidad de los humanos de que las personas y sus hechos pervivan. Y los hechos a veces son pequeños, cotidianos. Tienen que ver con el amor entre dos postadolescentes, con los objetos que dejamos atrás cuando partimos o con los momentos que nos marcan, como un baile de juventud.
Emilio del Valle dirige con sensibilidad y acierto esta producción de Factoría Teatro, Producciones Inconstantes y el Teatro Español, un viaje entre épocas y lugares con fantasmas, aunque no de los que asustan, sino de los que hablan con calma y nos recuerdan cosas que prometimos. Una peripecia resuelta en escena con un escenario limpio aunque no vacío, y algunos rincones con enseres donde trae y lleva la acción. Coros de voces, casi a la manera clásica, resuenan en la conciencia del dramaturgo que se confiesa en escena; de fondo, suenan orquestinas y las paredes se convierten en proyecciones que son memoriales del horror, mientran que los actores son miradas y cuerpos imantados que bailan, que se atraen y repelen, porque la historia y la muerte los separan.
Es hermoso el trabajo de Paula Ruiz y Denis Gómez, que dan vida a la pareja de enamorados. Chema de Miguel, como el veterano superviviente, tiene un aura y una presencia poderosas
Es hermoso el trabajo de Paula Ruiz y Denis Gómez, que dan vida a la pareja de enamorados. Gómez además comparte escenas con Chema de Miguel, este último envejecido para ser el veterano superviviente, con un aura y una presencia poderosas y de vuelta de todo. Sus momentos, junto a la de los dos jóvenes, llenan el escenario. Trabajan con intensidad y belleza también Jorge Muñoz, Cristina Gallego y Camila Almeda, que interpretan al dramaturgo, a la dueña del hotel y a la nieta del superviviente, respectivamente. El acordeonista Javier Gordo los acompaña, impregnando el montaje de una melancolía de arrabal.
Un penúltimo apunte: la generosidad de un dramaturgo que no olvida, de forma explícita, que otros compañeros de profesión escribieron sobre este tema antes. Chapeau.
¿Y el título, J’attendrai? Tendrán que ver la función para entenderlo, algo muy recomendable. Solo les diré que es el nombre de una canción, bella y triste, que sonaba en aquellos años. Pero también el nombre de un lugar y el sonido de un recuerdo concreto que tiene mucho que ver con la historia de aquellos hombres y lo que les tocó vivir.
Autor: José Ramón Fernández. Director: Emilio del Valle. Intérpretes: Chema de Miguel Jorge Muñoz, Cristina Gallego, Camila Almeda, Denís Gómez, Paula Ruiz, Javier Gordo. Coreografía y movimiento artístico:Luz Arcas. Escenografía: Arturo Martín Burgos. Iluminación: José Manuel Guerra. Vestuario: Cecilia Molano. Música original: Montserrat Muñoz Ávila. Espacio Sonoro: Andrés Gosálvez. Matadero-Naves del Español. Madrid.