Shakespeare vive (y deja vivir)

MEDIDA POR MEDIDA

Mateo, 7:2: “Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os medirá“. El mensaje de Medida por medida, extraña comedia (¿tragicomedia?) de Shakespeare está contenido en el pasaje bíblico que el propio autor se encarga de citar. ¡Qué buen gobernante hubiera hecho el inglés, tan sensato siempre! Su mensaje nos alcanza cuatro siglos después rabiosamente vivo: un alegato contra la hipocresía y la doble moral, esta vez en una ‘joint venture’ de compañías españolas con solera: Factoría Teatro e [In]Constantes Teatro.

Toda rectitud excesiva, toda virtud llevada a  la intransigencia y la crueldad y convertida en norma que define la vida y la cercena, esconde siempre otra cara. El inquisitivo Angelo, al que el duque Vincenzo deja al mando de Viena temporalmente, viene a ser la versión europea e isabelina de los barbudos del Isis: de la noche a la mañana impone un mandato de supuesta pureza a fuerza de terror. Los burdeles, cerrados; los viciosos, detenidos y juzgados. Su cabeza de turco se llamará Claudio, un joven ciudadano que será condenado a muerte por haber dejado embarazada a Julieta, por más que ambos estuvieran prometidos y fueran solo enamorados llevados por su pasión juvenil. Pero ni el duque se ha ido en realidad, sino que observa desde los mentideros y las sombras de la ciudad disfrazado de monje, ni Angelo es tan recto como aparenta. Obvio.

Así, cuando la novicia Isabel acuda a rogar perdón para su hermano, impulsada por el vividor Lucio, un putero lenguaraz amigo de todos y de nadie -uno de esos estupendos personajes, a lo Falstaff, con los que Shakespeare hace brillar las tramas más oscuras-, Angelo se dejará llevar por la lujuria y le propondrá un acuerdo nada honesto a la joven: su virginidad a cambio de la vida de Claudio.

“El inquisitivo Angelo, al que el duque Vincenzo deja al mando de Viena temporalmente, viene a ser la versión europea e isabelina de los barbudos del Isis”

Quizá la obra más carnal de Shakespeare, no deja de ser curioso que Medida por medida (Measure for measure, escrita en torno a 1603 o 1604) surgiera indirectamente de la influencia de los cuentos de Cinthio (al igual que Otelo), autor italiano contrareformista cuyo original nadaba en dirección opuesta. Shakespeare se alía con la libertad, la comprensión y la alegría en contra de los dogmas y de la religión entendida como ley. Medida por medida es su ‘vive y deja vivir’, en el que un puñado de personajes sensatos, empezando por el propio duque y siguiendo por su fiel Escalo, asisten al inflexible dictado del ‘virtuoso’ Angelo, algunos horrorizados y otros divertidos (para el duque todo el enredo será un juego, que podría haber frenado antes, y ahí está la parte más endeble de la trama).

Con este material, las dos compañías españolas construyen una propuesta distendida, que trata de ser juguetona y algo provocadora en su arranque, y que llama a la contextualización con los ricos, los poderosos, los políticos y los monarcas de hoy. Nacho Vera, actor (Lucio) pero también músico, ejerce de maestro de ceremonias con un tono personal, bufo, intrascendente, que parece convertirle en un personaje mismo, mientras deambula por ritmos caribeños, americanos y verbeneros para iluminar con canciones satíricas todo el montaje desde su púlpito profano, un teclado situado a un lado del escenario.

Medida por medida es el ‘vive y deja vivir’ de Shakespeare, en el que un puñado de personajes sensatos asisten horrorizados o divertidos al inflexible dictado del ‘virtuoso’ Angelo”

Ropajes cómicos, con un punto de disparate -los firma Juan Ortega– mezclan lo decimonónico con lo circense casi, y se combinan con una escenografía compuesta por varios paneles móviles diseñada por Arturo Martín Burgos. Esos paneles servirán de callejones y esquinas en las conversaciones entre Lucio y el falso monje -o sea, el duque- en uno de los momentos más divertidos y lúcidos, o se convertirán en la prisión donde descubrimos al alcaide, otro personaje a la altura del enterrador de Hamlet -chapó por Chema de Miguel, veterano que crea e imagina a éste personaje y a Escalo con mimbres muy diferentes y llenos de teatro bueno-. El sabio empleo de los recursos escenográficos hace crecer a la función aquí y allá. En otros momentos, sin embargo, se echa en falta que la propuesta saque más jugo a lo que tiene.

Un rápido apunte curricular: Factoría lleva en los escenarios un cuarto de siglo ya; [In]Constantes casi otro tanto (arrancaron en 1993 y 1994 respectivamente). Este Shakespeare, que dirigen al alimón Emilio del Valle e Isidro Timón, tiene sin duda oficio y trabajo, con muchos momentos de alta creatividad y hallazgos varios, además de un puñado de interpretaciones de muchos quilates. Además de las ya mencionadas, la de David Luque, un duque peculiar, sobresale con comicidad y talento.

“Las dos compañías españolas construyen una propuesta distendida, que trata de ser juguetona y algo provocadora en su arranque, y que llama a la contextualización”

Del Valle y Timón han hecho suyo el espíritu de la letra, con una versión que da voz inicial a un narrador que nos situa en el terreno que pisamos, el real y el teatral: estamos en el hogar de lo bufo y lo socarrón, acaso del exceso, y también estamos en Viena, que es donde todo sucede. Quizá larga, morosa en exceso en su ritmo y en su fortuna a la hora de entrar en materia, la propuesta de [In]Constantes y Factoría es una comedia amena según avanza y que, sin enamorar, gana con los minutos.

Posdata: al final, cómo no, lo políticamente correcto deja su marca: las compañías reescriben al autor para darle un nuevo final a Isabel, que no tendrá así que cumplir su matrimonio forzoso con el duque -que es verdad que chirriaba- y cambia el convento por los brazos de Lucio… Un cierre que chirría tanto o más.


Autor: William Shakespeare. Dirección: Emilio del Valle e Isidro Timón. Intérpretes: Nacho Vera, Gonzala M. Scherman, David Luque, Chema de Miguel, Jorge Muñoz, Juan Díaz, Salvador Sanz, Muriel Sánchez. Escenografía: Arturo Martín Burgos. Vestuario: Juan Ortega. Iluminación: José Manuel Guerra. Coreografía: María Mesas. Música original: Nacho Vera. Teatro Bellas Artes. Madrid.

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