Ana de Armas tomar

Ana es diosa Cuba, es caribe y yanqui, es española, latina y conquistadora de los siete mares y los cinco continentes, que cuando yo era chaval eran los que eran, como los planetas y las preposiciones, no ahora que todo lo cambian y lo tuercen. Uno, ya viejoven -por ser amables-, maldice todo cambio innecesario o sospechoso.

Excepto el de Ana, claro. Cuando aún teníamos mitos carnales, antes de que prohibieran el concepto y ahora tengan que gustarnos las actrices solo por su talento, fueron Sabrina, la del tetazo en Nochevieja, y Kim Bassinger en Siete semanas y media, haciendo cosas con hielos. Ana entonces ni era, esto me llena de melancolía, y ahora no solo es y mucho, sino que alegra la película más regulera y la llena de gracia. Como buen cultureta, confieso que he repetido que al cine se va por el director. Pero ya no. Ahora voy a ver a Ana, como cualquier vecino. Cuando voy, que cada vez lo ponen más difícil para los propensos a la incuria. Ahora ya el cine se ve en casa, sin cabezones delante ni adolescentes molestos. En pijama y mal. Es una pena.

Ha heredado Ana de otras hembras hispanoitañolas, desde Sophia Loren a Monica Bellucci, desde Sofía Vergara a Pe, ese termostato que caldea un par de grados la sala. Le basta un vestido de verano y su anatomía jugando a huir de los botones con una maldad que los maquiavelos del marketing de Hollywood dominan. Hagan lo que quieran conmigo, soy suyo. Las gélidas noreuropeas ofrecen una sexualidad funcionarial, de trámite. O las francesas, aunque salvo aquí al bellezón inquitante de Léa Seydoux.

Todo el flequillo de Veronica Lake no lo cambio por un pelo de Rita Hayworth haciendo el primer pataky. Cubana, claro, como Ana

Ni siquiera las pinups que los grandes estudios iban creando en California. Todo el flequillo de Veronica Lake no lo cambio por un pelo de Rita Hayworth haciendo el primer pataky. Cubana, claro, como Ana. Qué forma de bailar y de quitarse un guante. Hoy, si no se quitan más, no cotiza. De Ana hay una escena de antes de no poder andar por la calle por celebrity que sale muy ligera y me la pongo en bucle, qué quieren, y esos dos platillos volantes me miran que planean abducirme y yo de cabeza.

Además de Ana, si tengo que citar a más (que no tengo, pero quiero), para mí Gal Gadot y Halle Berry. Los americanos pueden quedarse con Megan Fox o las Kardashian, viva el plástico.

Ana de Armas tomar -tenía que hacerlo, ¿seré el primero?- es además actriz muy actriz: puede ser divertida, pícara, tierna, monjil incluso, pero luego le roba la merienda en pantalla a James Bond y a quien se tercie. Y cuando ríe se hace conga en la calle, huele a humo y sabe a fiesta, porque ríe con verdad como si todo aún la sorprendiera y se lo estuviera pasando teta en ese pequeño milagro traidor que es la fama. Que no se estropee nunca.

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