Cipotes y violadores

En mi tierra, maravilla de olivar y de ingenio, se usa mucho lo de malafollá. Esto es, el malaje, el malencarado, el que no es trigo limpio, el vinagre. Otro término que no falla es cipote, que es el gilimemo, el tontolhaba, el necio. No le falta al cipote una miaja de bilis: en todo cipote se unen simpleza y malasangre.

Hay que ser muy malafollá y muy cipote para aprobar contra todo criterio y consejo una ley que rebaja penas a violadores -ya van un millar- y los deja libres -un centenar-, y más malafollá y más cipote incluso para, cuando toca envainársela y aceptar la metedura de pata descomunal, sostenella, no enmendalla y echar balones fuera. El cipote es soberbio y no se equivoca. Los jueces, cinco años de carrera y algunos más de dura oposición, ellos sí. Sus señorías son machirulos y fachos (ahora se dice así), porque al Ministerio sobrante -uno de ellos- le sale de los ovarios.

El cipote es neutro: no hay cipotas ni cipotos, aunque sí cipotás, que es sustantivo. Cipotá es lo del PP andaluz con Doñana a dos semanas de las Autonómicas. Lleven o no razón en el tema de las fresas y los acuíferos, se han metido un gol en propia puerta a un minuto del final. El cipote antecede al cuñado. Antes, los bares abundaban en cipotes sentando cátedra. Ahora también, pero algunos han dado el salto a subsecretarías. El Ministerio entendido como barra de bar con alfombra de cabezas de gambas y servilletas. Ése es el nivel. En el bar de los Locos de mi pueblo un cartel advierte desde siempre “Prohibido hablar de fútbol, de toros y de política al que no entienda”. El cipote opina de todo sin pudor. Inteligente no es. Pero como buen cipote es hábil y medra para cobrar más que usted y que yo.

El violador, a brindar feliz, claro está, y en cuanto pueda a lo suyo, que es el asunto oscuro de no amar a las mujeres. Poco se tatúa a lo Lisbeth Salander

El violador no es cipote. Es malvado y repugna, pero ese es otro asunto. Con las calles recibiendo a un centenar de tipos chungos, cipote es quien les suelta. El violador, a brindar feliz, claro está, y en cuanto pueda a lo suyo, que es el asunto oscuro de no amar a las mujeres. Poco se tatúa a lo Lisbeth Salander.

España ha dado mujeres duras y peleonas. Heroínas como Agustina de Aragón, que no gusta al indepedizaje, reinas como Isabel la Católica, que tampoco porque ya se sabe que era franquista. O patriotas como Mariana Pineda, que gusta más por mártir laica y por lorquiana. Las españolas son aguerridas. Ya no tragan con esta panda verborreica e inane –Irene, Ione, Pam y otras chicas del montón- que las llaman personas gestantes. A no ser que preguntes al Ministerio de Desinformación de Tezanos o la legión de tuiteros palmeros. Se puede ser hombre, mujer o trans, se puede votar azul, rojo o verde. Hasta morado. Pero defender a estas mermadas no es ya de tontos, tontas o tontes, sino de cipotes. Como también dicen por mi tierra, ea. Que no aporta nada, pero cierra muy bien.

Estrellas Volodia