Mátame, manolito

Puedo prometer y prometo que este artículo lo ha escrito un ser humano. Todo lo humano que se puede ser cuando se ha amado, padecido, viajado algo -un amanecer en la selva, un anochecer en alta mar- y tomado alguna que otra mala decisión.

Desde luego, no una IA. Lo aclaro porque podría haber usado Chat GPT u otro futuro Skynet. En poco tiempo, la IA débil será tan potente que, sin serlo, podrá considerarse fuerte, aunque Roger Penrose y otros decían que no llegaría. Poco importará que no tenga conciencia de sí misma si su código le dice que haga como si y cuela. Los chips mentirán mejor que Hal 9000, que no sabía hacerlo y enloqueció, pero mucho me temo que no habrá un monolito al final del viaje que nos haga un upgrade, sino un futuro negro o negrísimo.

            En el negro, la versión chunga, el ordenador pulsa el botón nuclear o suelta un virus. Ahí nos vamos todos al carajo y ya. Con suerte será rápido. En el negrísimo, más chungo incluso, las máquinas nos tendrán agarrados por las gónadas, como en Matrix pero sin tirarnos por el retrete. Más bien, serán nuestras nuevas jefas. Vamos a añorar al que ahora nos hace la vida imposible. Y a tragar, porque quedaremos para los recados.

Los tecnófilos dan palmas: la electricidad, el motor de combustión, el ordenador o internet se cargaron empleos, dicen, pero crearon otros nuevos. Puede, pero esto de ahora asusta más. Las IAs ya dibujan como Dios y escriben como el diablo. Hacen lo que cualquier chupatintas o plumilla. Y pronto le comerán la merienda a médicos, abogados o ingenieros. Del pico, pala y mocho, ni hablamos. En cuanto la IA tenga cuerpo, como Roy Batty, de cabeza al paro. Hasta las putas lo pasarán ídem, porque la gente podrá montárselo con un cacharro al que le pongan la cara de, yo qué sé, Margot Robbie o Ángela Rodríguez “Pam”, que como dijo el torero, tié que haber gente pa to.

Las máquinas mentirán mejor que Hal 9000, pero me temo que no habrá un monolito al final del viaje que nos haga un upgrade

Uno, que tira a liberal con conciencia social -spoiler para dogmáticos: se puede creer en el libre mercado y el estado del bienestar sin que te explote la cabeza-, no acaba de tragarse que en el paraíso robótico los piernas disfrutaremos del dolce far niente. A otro perro con ese hueso: hoy se comen el pastel un puñado de gigantes tecnológicos que la tienen ya más grande que muchos países y la utopía ni está ni se la espera.

En vez de “Mátame, camión”, la nueva recurrencia de las redes -una ocurrencia que ha dejado de serlo por recurrente-, acudamos a la piedad de alguna raza superior para que nos quite de en medio: mátanos, manolito, que es como el pueblo llamaba a lo de Kubrick. Supera eso, IA.

Estrellas Volodia