Qué buenos puros se fumaba

Vuelvo a los muertos famosos, que contaba en otro de mis llantos en la lluvia. Porque sí y porque ha dicho adiós sin avisar -qué buena forma de irse, si es que las hay- Sánchez Dragó, a quien respeté como hombre culto, del que su menoreo confeso me asqueaba y al que su salto del comunismo setentero al Vox de ahora ni fu ni fa sino todo lo contrario.

En la España irreverente y genial que ha cambiado los cafés por Twitter se especula o bromea con un viagrazo -su vida sexual era proverbial y autoaireada-. Ni las pichas de los muertos se respetan. Descanse en paz, todo él.

            Los muertos no se tocan, nene, dejó dicho el gran Azcona. Yo creo que es verdad y que, salvo que hablemos de un canalla con mayúsculas -léase asesino en serie, genocida, excepciones así-, a los que hay que dar caña en esta vida y más allá, al resto de finados conviene elogiarlos, olvidarlos o, en todo caso, cronicarlos. Pero la bilis hay que aparcarla, porque lo que no nos gusta de alguien se lo llevarán los gusanos y porque no es el momento, hombre. La valentía se demuestra delante del toro, no desde la barrera.

Sánchez Dragó vivió como quiso, alcanzó el Nirvana del hombre libre y, si creemos sus fanfarronadas, el otro, el de la petit morte

A mí el día que espichen, pongamos Pablo Iglesias o el malafollá de Echenique no se me ocurrirá decir que fueron unos tipos funestos, peligrosos para España, maquiavélicos, dañinos, un cáncer político de ruina y miedo. Eso prefiero decirlo ahora que están aún comiendo gambas y disfrutando de su salto de clase. Cuando palmen diremos en privado “qué descanso” o, a lo sumo, en público “qué buenos puros se fumaban”, como cuentan en mi pueblo de uno del que nada bueno se recordaba. Igual con el poli de barrio Ortega Smith o con el califa Al-Abascal (qué examen de ADN que tiene). Y por qué no, hasta con el sinsal Feijoo o con Pedro I, aunque éste tiene más vidas que un gato y no sé yo si eso lo veremos o si, como en Futurama, su cabeza ya sin cuerpo seguirá haciendo pactos conectada a una pecera para aferrarse a Moncloa hasta el siglo XXV.

Sánchez Dragó -vuelvo, vuelvo- vivió como quiso, que ya es más que la mayoría, alcanzó el Nirvana del hombre libre y, si creemos sus fanfarronadas -me cuentan que eran ciertas- el otro, el de la petit morte. Fue vividor, fornicador, lector voraz, sabio de letras e intelectual incómodo. Su lolitismo, fuera de la pátina romántica que da la literatura, fue pringoso y deleznable. Pero ha muerto y todo eso, lo bueno y lo malo, lo borrará el tiempo, como decía el replicante que da nombre a esta columna. Ver ahora las redes bullir de valientes que se alegran -desde el anonimato del avatar a menudo- me hace pensar en cuántos de ellos tendrán cuando les toque un obituario a la altura de su miseria intelectual.

Estrellas Volodia