Bello acercamiento ‘fou’ a Almotásim

UN CUERPO EN ALGÚN LUGAR

En El acercamiento a Almotásim, un cuento delicioso de Borges (lo cual en sí es un pleonasmo), el autor de El Aleph jugaba como era costumbre en su prosa a la metaliteratura, y hablaba al lector de una novela así titulada escrita por un abogado de Bombay que narraba la búsqueda de un hombre, empeñado en encontrar a alguien a quien no conocía realmente pero a quien había intuido, de lejos, en otra persona: un ser miserable, lo peor de los arrabales. Pero en él había creído ver cierta bondad lejana y había concluido que se debía a otra persona, o a otra persona que conoció a otra persona. Corto y pego el párrafo en el que resume el tema de esa imaginaria novela, pues sería osado tratar de parafrasear a un grande, con la inevitable pérdida de exactitud y belleza:

“Ya el argumento general se entrevé: la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin, esplendores diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien”.

Me acordaba sin remedio pero con agrado del cuento de Borges viendo Un cuerpo en algún lugar, una bella historia de amour fou y de búsquedas vitales que Gon Ramos estrenó la temporada pasada en el Pavón Kamikaze y que ahora ha recalado afortunadamente en el Teatro Fernán Gómez. Se ha escrito alguna vez que hay solo dos tipos de historias -creo que quien lo dijo hablaba del cine, pero podría servir aquí-: las de alguien que busca algo y las de alguien que huye de algo. Además de borgiana, la historia de Ramos sería canónica en ese sentido: un joven ha conocido de forma fugaz a una chica que ha dejado una huella profunda en él. Ha encontrado el amor y lo ha perdido al momento. Solo le queda una carta de despedida. El resto de sus días lo pasará viajando de forma desesperada en busca de ese rastro, esa huella que, quizá (o quizá no, quién sabe), encontrará en cada nueva ciudad.

Se ha dicho que hay solo dos tipos de historias: las de alguien que busca algo y las de alguien que huye de algo. Además de borgiana, la historia de Gon Ramos sería canónica en ese sentido

Es una búsqueda torpe y algo caótica realizada a través no de mapas o pistas sino de personas, de cuerpos interpuestos entre el origen y el objetivo. Cada escena es un encuentro con alguien que puede no tener la menor idea de dónde está su amor platónico o que podría encaminarle a él: un camionero alemán, un florista en un cementerio, el dueño de un bar de lo más castizo, la propia madre del protagonista… Ramos salta adelante y atrás en el tiempo y el espacio, porque lo importante de este acercamiento no es el orden o la trama, sino las palabras y las emociones.

Puede pecar de naif por momentos y es en cierta manera un texto mejorable, algo artificial, con un protagonista cercano a la esquizofrenia, a la demencia o al trastorno obsesivo compulsivo que se aleja de lo “normal”. Pero llega a ser emocionante en otros. En gran medida lo logra gracias al trabajo bello de Fran Cantos, el hombre que busca, frágil y delicado, un actor corpulento pero que conmueve con la imagen de una especie de niño grande inofensivo, bonachón y adorable (cómo no adorar a alguien tan perdido); y gracias al poliédrico esfuerzo, empapado de talento, de Luis Sorolla, que da vida a todos los demás personajes con un humor torrencial y un arsenal de herramientas actorales. Ramos y los dos actores derrumban convenciones, explican al público lo que va a ver y qué va a ir ocurriendo en cada escena (para mi gusto, una concesión a la modernidad y sus modas, además de un recurso innecesario) y juegan con el espacio, acotado por marcas en el suelo y completado con dos sillas. El resto es trabajo actoral y espacio vacío de manual. De buen manual.

Gon Ramos es un dramaturgo y director de creciente interés, una voz propia potente que merece la pena escuchar

En Yogur Piano, que se pudo ver la temporada pasada en el CDN, Gon Ramos deconstruía una noche de baile en una discoteca o fiesta para hablar de la juventud, de las relaciones, de las personas, con voces que se entrecruzaban. En La familia no, que pasó por Surge Madrid y también por el Fernán Gómez hace unos meses, abordaba de nuevo las relaciones, esta vez entre un grupo de hermanos abandonados por sus padres. La fragmentación de su prosa dramática, que se aleja del territorio convencional, puede acertar o no. A veces (Yogur Piano) tiene algo de caótica y uno no sabe bien qué le están contando; otras juega a la interpretación y usa la poesía. Pero en cualquier caso es un dramaturgo y director de creciente interés, una voz propia potente que merece la pena escuchar.


Dramaturgia y dirección: Gon Ramos. Intérpretes: Fran Cantos y Luis Sorolla. Diseño de iluminación: Miguel Ángel Ruiz Velasco. Teatro Fernán Gómez. Madrid.

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