HERMANAS (BÁRBARA E IRENE)
Hay pocas guerras más destructivas que las que suceden entre hermanos. Las guerras civiles, como la que rompió España en dos (la última, la que más nos marca aún hoy, ya que hubo varias) suelen serlo. Guerras en las que un hermano acaba en una trinchera y otro en la contraria. Aquella duró casi tres años, pero su sombra se alarga hasta hoy. La que Bárbara e Irene, hermanas en esta obra homónima de Pascal Rambert, mantienen dura más: unos treinta, quizá cuarenta años.
Desde pequeñas, Bárbara e Irene -inmensas, memorables Bárbara Lennie e Irene Escolar– se odian profundamente. Esto, claro, es simplificar, porque Rambert nos sumerge en una sesión de psicoanálisis. Desde el arranque de este drama fraternal, la catarsis es protagonista, sin tonos medios ni crescendos. La estructura clásica de montaña (introducción, conflicto, catarsis) ha sido sustituida por un altiplano constante en el que puede llegar a faltar el oxígeno.
Comienza con la irrupción de la pequeña de las hermanas, Irene, en el lugar donde la mayor, Bárbara, está a punto de comenzar una conferencia y, sin mediación de ningún tipo de preámbulo, Rambert enfrenta al público con la herida abierta que es la relación entre ambas, un odio tan feroz que sugiere intentos de asesinato en la infancia, imitación enfermiza, desprecio, repugnancia física, envidias, celos e incomprensión mutua. ¿Puede quedar entre ellas algo de amor, aunque sea una esperanza? Al fin y al cabo, son hermanas. Una escena de calma en medio de la tormenta, un baile de ambas, sugiere una reconciliación. Pero es un espejismo.
La dramaturgia de Rambert se construye sobre una semántica abigarrada y compleja. Llega a ser cargante.
La dramaturgia de Rambert se construye sobre una semántica abigarrada y compleja. Llega a ser cargante. A quien le gusten la prosa barroca, los diálogos profusos y las miradas al interior de las razones y los motivos que unen y desunen a dos almas le gustaría La clausura del amor, donde Bárbara Lennie e Israel Elejalde certificaban la muerte de una pareja, o Ensayo, en el que Jesús Noguero, María Morales, Fernanda Orazi y, de nuevo, Elejalde hacían taxidermia de una relación artística y emocional a cuatro bandas.
En Hermanas hay más diálogo, es, en ese sentido, su texto más teatral, al menos en términos de construcción dramatúrgica clásica, frente a los largos monólogos del autor francés dotaba en las piezas mencionadas. Hermanas es teatro más fluido, más vivo, en ese sentido, pero flojea en su análisis: los conflictos entre ambas, las rencillas de la infancia, la incomprensión mutua de sus universos vitales y el odio enquistado, suenan por momentos como conflictos de bajo vuelo poético o teatral: que si una detestaba al novio de la otra, que si la otra no soportaba la perfección atlética en la piscina de la una, y así en muchos detalles cotidianos.
Esta guerra civil entre cachorras de una misma camada es a la vez una batalla de lo cotidiano, una terapia de familia con un psicoanalista de barrio que bosteza disimuladamente cuando sus pacientes no le miran porque en realidad sus ‘tragedias griegas’ le aburren soberanamente.
Allí donde flojea el texto -y por supuesto, allí donde brilla-, Bárbara Lennie e Irene Escolar lo mejoran e iluminan con un duelo interpretativo intenso e impecable.
Me interesa más el texto de Rambert cuando expone la imposibilidad de la reconciliación, cuando se pregunta sobre los lazos y el significado de las palabras -¿qué significa, en el fondo, ser ‘hermana’ de alguien?-, cuando investiga en la construcción de la realidad a través del lenguaje, ya que sin éste el mundo se empequeñece… Ahí Rambert extrae petróleo dramático por momentos. El Rambert director, por otro lado, es un profesional solvente y hábil que sabe jugar con el espacio escénico, construido con unas pocas sillas, una maleta y un atril, un uso impactante de los colores y una disposición inteligente de los cuerpos en escena.
Allí donde flojea el texto -y por supuesto, allí donde brilla-, Bárbara Lennie e Irene Escolar lo mejoran e iluminan con un duelo interpretativo (perdón por el cliché, pero aquí hay batalla, hasta física) intenso e impecable. Es, en gran medida, un texto pensado para que dos buenas actrices exploten todo su potencial.
Merece la pena ver a estas dos destructoras de lugares comunes en una pieza que les permite lucirse, entregarse, arriesgarse, ser ángeles y monstruos, y que devoran el texto y el tiempo desde el escenario como si nunca más fueran a actuar en un teatro. Las dos confirman lo que hace años que el aficionado sabe: que son dos enormes actrices tengan lo que tengan frente a ellas.
Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert. Traducción y adaptación: Coto Adánez. Intérpretes: Irene Escolar y Bárbara Lennie. Vestuario: Sandra Espinosa. El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid.