LOS AÑOS RÁPIDOS
Secun de la Rosa es un corredor de fondo de la escena independiente. Desde hace ya dos décadas se mueve como pez en el agua en el terreno de la comedia, como dramaturgo y director, a la vez que ha desarrollado una carrera de intérprete en cine y teatro. Con su compañía Radio Rara ha dejado gemas, obras sin pretensiones que hacían salir de la sala con una sensación de disfrute inteligente y libre.
En los últimos años ha empezado a abordar el tema de la memoria, adoptando otro tono: le interesa hablar de la España que fue, la de su infancia, la de los años 70 y 80, un país de cassettes, familias humildes de barrio obrero y televisiones catódicas con dos cadenas.
Esa España que ahora retrata el actor, dramaturgo y director, como hizo con la historia del músico fracasado Tommy Tomás en El disco de cristal, un viaje sentimental, es también, claro, la del franquismo último. Ésa España que se suele definir equivocadamente en blanco y negro. Cada generación tiene su color y seguro que los que lo vivieron la recuerdan vivamente. Aunque como hallazgo nominal no está mal. Los colores aquí son musicales, con Marisol, Los Brincos y Jeanette tirados por el suelo en un montón de recuerdos vitales o sonando en el ambiente.
“En los últimos años ha empezado a abordar la memoria, adoptando otro tono: le interesa hablar de la España que fue, la de su infancia, la de los años 70 y 80”
El punto de partida de esta nueva producción de su compañía es interesante: una de esas familias de barrio modesto observada en dos momentos diferentes en tres escenas: una es el pasado. El padre y la madre discuten al llegar de una de esas incómodas y convencionales cenas con otros matrimonios a los que apenas les une nada. La segunda es el presente: han pasado los años y dos hermanas se reúnen en el mismo salón porque el padre ha muerto -la madre también, tiempo atrás- y deben vender la casa. El reencuentro promete catarsis: una de las hermanas fue la oveja negra, la díscola, la que abandonó a la familia para poder seguir el camino que eligió, lo que nunca le han perdonado.
De la Rosa compone una tercera escena en la que juega al taller de dramaturgia: planos superpuestos de la primera y la segunda, textos repetidos, con los cuatro actores, en una especie de continuum temporal, compartiendo espacio sin verse. Un juego que sería interesante si aportase algo nuevo, si en esa interacción nos descubriese detalles, giros, significados en las palabras y las frases. Pero no es así, y acaba siendo un mero ejercicio de repetición incompleta y con algo más de ruido.
“De la Rosa compone una tercera escena en la que juega al taller de dramaturgia: planos superpuestos de la primera y la segunda, repetidas, en una especie de continuum temporal”
Si la premisa era de partida prometedora, por desgracia se agota en sí misma porque el dramaturgo no la hace progresar. Más allá de las dos escenas -y la tercera superpuesta-, nada ocurre. Está bien que el teatro hoy en día opte por no abrumar al respetable con montajes de cuatro horas sin descanso, pero solventar lo propuesto en 70 minutos, en los que parece que asistimos a la presentación de dos fotografías, se queda corto. El teatro no puede limitarse a fotografiar, debe contar, añadir, sumar.
Es cierto que el montaje es además teatro social -cómo no, en el Teatro del Barrio-, en el que el tema de fondo es un mensaje de identidad de género. Sin duda, habría muchos niños como el Rubén del que habla la obra en aquellos años, asfixiados por sus familias y deseando cambiar de piel: pero eso no convierte cada una de sus historias, arrojadas a un patio de butacas, en algo interesante. La dramaturgia debe implicar construcción.
“Habría muchos niños como Rubén en aquellos años, asfixiados por sus familias y deseando cambiar de piel: pero eso no convierte cada una de sus historias en algo interesante”
El desarrollo dramático de estos años rápidos es precipitado. Como si hubiéramos visto dos capítulo sueltos de Cuéntame y nos faltara el final de la temporada. O como si en esta vieja cassette familiar solo hubieran grabado una cara. Y ni siquiera fuera la A, sino la B.
Al final, es un reparto entonado y con talento el que salva los muebles, con Pepa Pedroche enorme como una madre sufriente y atribulada, enfrentada a un Marcial Álvarez creíble y rotundo como un padre insoportable y frustrado. Cecilia Solaguren y Sandra Collantes también aportan humanidad y matices varios a las hermanas en su reencuentro.
Autor: Secun de la Rosa. Director: Secun de la Rosa. Reparto: Pepa Pedroche, Marcial Álvarez, Cecilia Solaguren, Sandra Collantes. Escenografía: Chariny Producciones. Teatro del Barrio. Madrid.
No me ha gustado nada la critica de esta función. Hace poco la vimos en Logroño y sin duda alguna nos ha parecido la mejor obra que hemos visto en muchos años.
Los cuatro actores están maravillosos, nos atraparon desde el minuto cero, y la dirección de la obra, que lógicamente los actores están bien por el director, también nos pareció de un gusto exquisito.
Esto que dice la critica que como hubo muchos niños asi no hace la obra interesante, demuestra que el critico es subjetivo y que esta mala critica es mas una cuestión personal que verdad, porque la obra es no buena, sino excelente, como consigue que te creas todo, te emociones, vivas otra época, la presente, como habla del tema de la transexualidad sin hacerlo fácil, de la pobreza, de las familias, del desamor de ese matrimonio, como se muere esa madre y deja su legado. Nos pareció de un nivel muy elevado a lo que vemos en teatro.
No dejen de verla porque es fantástica. y que al señor critico no le parezca nada especial la historia del niño es ridículo, pues lo interesante s subjetivo y he leido criticas suyas de obras con temas mucho mas superfluos y vacios y mucho mas recurrentes que le han gustado. Se le vió el plumero señor.
Maravilosa los años rápidos en el Breton. fantástica.
Gracias por su opinión Inés y me alegra que participe por aquí y a que usted le gustara más la obra que a mí. Sólo un par de puntulizaciones:1) “como hubo muchos niños asi no hace la obra interesante”. No digo exactamente eso, sino que, más allá de que haya muchos niños como el protagonista, eso no hace en sí interesante a una historia, sino que ésta tiene que progresar, crecer… estar bien armada y construida. 2)”demuestra que el critico es subjetivo”. Qué remedio. Todos lo somos. Nadie escribe desde la objetividad absoluta. Pedirla es querer que el crítico no sea una persona sino un robot o un bloque de hielo. La crítica es un ejercicio de subjetividad documentada y razonada, aunque sé que mucha gente la entiende como un juicio absoluto, canónico: lo que el crítico dice tiene que ser “objetivo”, un dogma casi, como si el crítico, como el Papa, hablase ex cathedra. ¿Pero hay alguien que sea 100% objetivo a la hora de valorar el arte? 3)No sé a qué plumero se refiere, pero lo vigilaré con cuidado de ahora en adelante. Un par de consejos contra la irritación: tome aire, salga, vaya mucho al teatro y si no le gusta las tonterías que dice un crítico, déjele comentarios, muchos, en serio, pero páseselo bien. La vida son dos días.