EL IDIOTA
Si Tolstoi nos dejó el retrato de una época, Dostoievski hurgó en su alma. Es curioso que, así las cosas, El idiota acabe dando en esta versión de José Luis Collado (adaptación) y Gerardo Vera (dirección) en un melodrama en su último tramo. Eso sí, qué melodrama. Adaptado con pulso por la versión clara e inteligible de Collado y llevado a escena con un sentido de la estética propio del que es no sólo un director sino uno de los mejores escenógrafos de la escena española, este Idiota deja a su paso unos cuantos momentos memorables y hermosos. Tanto que, por momentos, pareciera que estuviéramos viendo más un Tolstoi que un Dostoievski. Las oscuridades, los abismos, llegan, pero no sin antes asistir el espectador a una instantánea del San Petersburgo de mediados del siglo XIX.
Adaptado con pulso Collado y llevado a escena con un sentido de la estética propio de uno de los mejores escenógrafos españoles, este Idiota deja unos cuantos momentos memorables y hermosos
Vera regresa al CDN, institución que dirigió entre 2004 y 2011, hasta la llegada de Ernesto Caballero, y donde en 2015 estrenó Los hermanos Karamazov. El director llega con su estilo en plena efervescencia: se le dan bien las grandes historias, y se le dan mejor cuando deja volar su creatividad en el terreno estético, aquí apoyado por un gran trabajo en el vestuario de Alejandro Andújar, un figurinista que es una apuesta segura. Cuando aparece la Nastasia de Marta Poveda envuelta en terciopelo rojo, el escenario se agranda como un torbellino.
De la misma manera, Vera sabe jugar con una puesta en escena sobria pero que engaña y parece más barroca de lo que es. Al final, se trata de apenas un gran telón escarlata y una lámpara de araña en una escena, pero logra que llenen toda la caja del teatro y se conviertan en el imaginaria casona del Príncipe Mishikin, del acaudalado Afanasi o del violento Rogozhin.
De la misma manera, Vera sabe jugar con una puesta en escena sobria pero que engaña y parece más barroca de lo que es.
En El idiota, Dostoievski ejerce la autobiografía en parte. El epiléptico y atrabiliario Mishkin, un personaje al margen de los cauces habituales de la sociedad salido de un sanatorio, es a la vista de todos un pobre imbécil, aunque iremos viendo como su bondad, su candidez, es en realidad de una pureza que se confunde con la estulticia. Dostoievski desmonta el edificio de las convenciones, las mentiras y la hipocresía. A Mishkin no le importan los matrimonios de conveniencia, rubricados con importantes dotes de por medio, ni le preocupan las reputaciones ajadas que marcan para siempre a una dama.
Poco a poco, sin embargo, todo ese ambiente irá penetrando en su historia e intoxicándole. La pureza, parece decirnos el novelista ruso, no tiene lugar allí donde el dinero y el poder son las batutas que mueven a los hombres.
Fernando Gil es un Mishkin excéntrico pero a la vez creíble y tierno, y la traviata Nastasia y la joven Aglaya, cobran protagonismo en las acertadas interpretaciones de Marta Poveda y Vicky Luengo
Curiosamente, el retrato de las profundidades del alma y la denuncia de la mendicidad moral de la época se va transformando en su tramo final en un melodrama amoroso y pierde algo de fuerza.
Vera dirige a sus intérpretes dotándolos de una melancolía arrastrada, un tono general que le va bien a la historia. Fernando Gil es un Mishkin excéntrico pero a la vez infantil, creíble y tierno, y las dos mujeres de su vida, la traviata Nastasia y la joven Aglaya, cobran protagonismo en las intensas y acertadas interpretaciones de Marta Poveda y Vicky Luengo respectivamente. El bruto Rogozhin de Jorge Kent me gustó especialmente, y en general hay un tono acertado en todo el reparto, con estupendos veteranos como Abel Vitón (Afanasi), Yolanda Ulloa (la Generala) y Ricardo Joven (General).
Texto: Fiódor Dostoievski. Adaptación: José Luis Collado. Dirección: Gerardo Vera. Intérpretes: Fernando Gil, Marta Poveda, Jorge Kent, Vicky Luengo, Ricardo Joven, Yolanda Ulloa, Abel Vitón, Fernando Sainz de la maza, Alejandro Chaparro. Escenografía: Gerardo Vera. Vestuario: Alejandro Andúnjar. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Vídeoescena: Álvaro Luna. Espacio sonoro: Irene Maquieira. Teatro María Guerrero (Sala de la la Princesa). Madrid.
La interpretación de Mishkin con movimientos de una persona con parálisis cerebral, los juegos al burro con Aglaya el primer día que se conocen – no tienen nada que ver con la absoluta “verdad”, compasión, inocencia y pureza infantil que permiten medir a todas las personas en profundidad del príncipe Mishkin del libro. Mishkin es el que menos habla, y precisamente esa versión del alma (en este caso pura, la única) – no se nota en ningún momento.
Nastasiya Filippovna – parece una mujer histérica, y no se entiende su estado ni situación, llegando hasta mostrar una escena de violación (?) por parte de Rogozhin – absolutamente fuera de lugar por la pasión-locura descrita en el libro, la que tenía que terminar en un asesinato, pero no en una escena banal (en el suelo). Dominada antes de haberla matado? Va en contra del todo el hilo. Las pasiones se parecen más a Carmen, que a una versión de la sociedad rusa.
Hay bastantes diferencias en otros personajes, como el general Epanchin – no tiene nada que ver con el personaje del libro, totalmente dominado por su mujer. Pero desde luego, la misma idea de una persona honesta y absolutamente pura, no se percibe en absoluto; y tan complicada situación (incluso ahora tan actual) de Nastasia Filippovna – no tienen nada que ver con lo que dice el libro.
Desde luego hay muchos aciertos en el vestuario y los decorados, que intenta dar algo de impresión de San Petersburgo algo sombrío y fantasma que tanto emerge en todas las obras de Dostoievsky, pero es una obra que NO tiene muy poco que ver con el libro.